Capítulo 7

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Capítulo 7

                Nos despertó el timbre del celular de Florencia. Tenía la impresión de que había estado sonando desde hacía rato. Habíamos quedado dormidos después del revolcón que nos pegamos, y eso que no era muy tarde. De hecho, cuando me despertó el sonido del celular vi que eran las once menos cuarto de la noche. Demasiado temprano considerando que estábamos en vacaciones. Habíamos dormido poco más de una hora. Las caricias que nos propinábamos mientras nuestros cuerpos desnudos estaban enredados, nos habían relajado tanto que terminamos en un sueño profundo. O quizás lo que me había instado a dormirme había sido la certeza de que, después de haber acabado, debía fingir que nada de eso había pasado. Era una manera simple de dar por terminada con esa relación fugaz.  Esa había sido la promesa que le había hecho a Florencia, y si quería tener alguna oportunidad de volver a estar con ella, no debía convertirme en un pesado.

                Ella se despertó. Agarró el celular y atendió. Por un momento pensé que el profesor había reaparecido, y estaba al acecho. En ese momento un incomprensible abatimiento me golpeó con dureza. Pero no tardé en percatarme de que estaba equivocado, no era él el que llamaba. No obstante, me di cuenta de que estaba en una situación mucho más vulnerable de que había creído, y eso no me gustaba nada.

                —Es papá —dijo después—. Dice que en media hora vamos a cenar a un restorán que está acá a cinco cuadras.

                —¿Vos tenés hambre? —pregunté.

                —No. Pero no quiero que sospechen que pasa algo raro.

                —¿Y qué pueden sospechar si les decimos que no queremos cenar con ellos? Además, también querrán pasar un tiempo a solas, ¿no?

                Florencia salió de la cama. Percatarme de que se mostraba completamente desnuda ante mis ojos, con total naturalidad, me dejó en shock. Y para mi desgracia, sentí la imperiosa necesidad de morderle el culo. Pero no podía hacerlo, ¿cierto? De repente me entró la duda. No olvidaba mi promesa, pero se me ocurrió la brillante idea de que ese momento en el que mi hermanastra estaba en pelotas ante mis ojos podría considerarse una extensión del polvo que nos habíamos echado.

                —No conocés a papá —dijo Florencia—. Se hace el despistado, pero no se le escapa una. Y a veces hace deducciones exageradas.

                —¿Deducciones exageradas? —pregunté, intrigado.

                —Por ejemplo, desde un principio se dio cuenta de la relación tensa que hay entre nosotros —explicó Florencia—. Pero siempre optó por hacerse el tonto, pensando que nunca íbamos a llegar muy lejos con nuestra enemistad —Al pronunciar la última palabra hizo con los dedos de ambas manos el gesto de comillas, indicando que eso de la enemistad no era más que una manera de decirlo—. La cosa es que debido a que se daba cuenta de que nos llevábamos como perros y gatos dedujo que, según él, a mí me pasan cosas con vos.

                —Esperá —dije, procesando la información—. ¿Tu papá piensa que vos sentís cosas por mí?

                Estaba sorprendido. No me hubiese extrañado que Pedro, como hombre, se hubiera dado cuenta de que detrás de mi desprecio hacia su hija también había una tensión sexual enorme, que en cualquier momento podría estallar. Pero nunca me hubiera imaginado que pensara eso de su hija. Florencia atraída por mí desde un principio. ¿Eso era tan descabellado como sonaba?

                —Una vez me dijo que iba a terminar enamorada de vos —explicó ella, cosa que me sorprendió aún más—. Ay, pero qué hago acá en bolas hablando con vos—dijo después, como si se acabara de percatar de eso, cosa que obviamente era mentira—. Me voy a dar una ducha así vamos a cenar con los viejos.

La odiosa de Florencia. +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora