Capítulo 4
No tardé mucho en arrepentirme de mi decisión. Ni siquiera entendía por qué me había dado vuelta a último momento y me había sumado a esas vacaciones familiares de la que me había librado en un principio. Bueno, en realidad sí que lo sabía, pero me hacía el boludo. Estaba caliente con la pendeja de mi hermanastra, y empezaba a actuar de manera poco conveniente. Ahora iba a pasar una semana durmiendo en la misma habitación que ella. Pero de qué me servía eso más allá de que me iba a generar, día tras día, una potente erección que me haría pasar situaciones incómodas y arriesgadas. Y encima ahora Florencia estaba arisca a soberbia. Desde que había iniciado el viaje en el auto que no me daba bola. Aunque tengo que reconocer que no mostraba la misma antipatía de siempre. Parecía haber encontrado un punto intermedio entre esa odiosa hermanastra que yo conocía tan bien, y aquella otra que había salido a la luz esa noche en la que parecía encontrarse vulnerable. Ahora estaba distante, pero por el momento no se había mostrado grosera conmigo.
Por un instante me agarró una pisca de compasión. Quizás estaba mal, y por eso su actitud. Pero después pensé que si era así, que se jodiera. Yo no tenía la culpa de que tuviera problemas con su chongo. Podía tener a cualquier hombre comiendo de su mano y se había ido a meter con su profesor, solo porque era un tipo que la trataba como ella seguramente solía tratar a la mayoría de los hombres. Utilizándola cuando le apetecía e ignorándola cuando le convenía. Estaba teniendo una dosis de su propia medicina.
Y sin embargo aquella vez se había abierto y desahogado conmigo…
Cuando estábamos en la habitación, ella empezó a meter la ropa en el placard. Había llevado muchas prendas, y si colocaba todas, me iba a dejar sin espacio para guardar la mía. La verdad es que si fuera por mí, dejaba todo en la maleta e iba sacando lo que necesitaba para el día. Pero me molestó ver que ni siquiera me había preguntado cómo nos dividiríamos el placard.
—Bueno, esta mitad es mía, ¿No? —dije yo, empezando a poner mis remeras en uno de los espacios que todavía estaban vacíos.
—¿Me estás hablando en serio? —dijo ella, indignada— ¡Si vos tenés mucho menos ropa que yo! Es obvio que yo voy a necesitar más espacio.
—Así que querés tener privilegios solo por ser mujer —retruqué—. Nadie te obligó a traer tantas cosas.
Se me quedó mirando, como si no pudiera creer lo idiota que era el pibe que tenía frente a ella. La verdad es que su lógica no parecía errada. Si ella usaba mucho más ropa que yo, era natural que le tocara una parte más grande del placard. Pero como me había parecido que actuaba con soberbia, no iba a dar el brazo a torcer.
Pero entonces Florencia cambió de actitud por completo. Se rió con cierta malicia, aunque también lo hizo de una manera que me pareció aniñada. Empezó a sacar rápidamente sus prendas de sus maletas y a meterlas en el placard.
—¡No, boluda! —le dije yo, apresurándome a la vez a meter toda mi ropa.
—Jodete por tardar. Sos un haragán.
Había puesto las valijas de manera que me obstaculizara el paso, y también usaba su propio cuerpo, moviéndose de un lado a otro, para evitar que yo me acercara. En un rato ya había acaparado casi todo el placard la desgraciada, pero igual le quedaban un montón de cosas por guardar. Mientras la veía reírse al hacerme esa “maldad”, no pude evitar sentirme contento de verla de esa manera. Contenta, como una niña que se estaba divirtiendo. Era como si su sonrisa se me contagiara.
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La odiosa de Florencia. +18
RastgeleEl papá de Florencia se casa con la mamá de Mariano, y ambos se ven obligados a una convivencia que a ninguno de los dos parece gustarle.