Capítulo 9

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Capítulo 9

               De repente me había invadido la nostalgia, como si mi mente se retrotrajera a gratos sucesos que habían pasado hacía largos años. Y sin embargo no se trataba de eso. Nos estábamos metiendo en el auto para volver a casa. La costa quedaría atrás, y el amor de verano que habíamos compartido con mi hermanastra también. “Se te hicieron las doce, Cenicienta”, me había dicho la última noche que dormimos juntos, después de hacer el amor.

                Ya lo teníamos conversado, por lo que se suponía que esa cruel frase debería causarme gracia. Lo que había empezado con un beso en la playa, y que luego se convirtió en un polvo, finalmente evolucionó hasta el punto en el que nos convertimos en amantes, al menos, amantes de vacaciones. Después de la noche en el Parque San Martín, ya no fue necesario esforzarme mucho para convencerla de tener relaciones. No obstante, Florencia fue muy tajante al respecto. Lo que sucedía en ese cuarto de hotel que compartíamos, quedaría ahí. Aventurarnos a cualquier tipo de relación cuando teníamos un vínculo familiar, era una despropósito.

                Yo entendía que estaba en lo cierto. Además, era evidente que ponerse de novio con una chica como ella sería insoportable. Yo era demasiado inseguro, y no podría competir con la horda de pretendientes que tenía Florencia. Y ni hablemos del profesor, a quien aún no se quitaba de la cabeza.

                —Vamos nomás —dijo Pedro.

                Ni él ni mamá eran lo suficientemente despistados como para no darse cuenta de que estaba pasando algo entre nosotros. Pero ninguno hizo comentarios al respecto, y tanto Florencia como yo estábamos resueltos a no compartir nuestros secretos con ellos. En principio porque se nos hacía sumamente incómodo, pero sobre todo, porque no tenía sentido anunciar que había algo entre nosotros cuando de hecho ya no lo había.

                Florencia se sentó junto a mí en el asiento trasero. Mamá estaba muy agotada, así que no tardó en quedarse dormida. Me fijé en mi padrastro. Iba muy concentrado en el camino, mucho más cuando agarró la autopista. Florencia se había puesto unos auriculares y estaba escuchando música a todo volumen. Quizás no quería que la molestara. La miré de reojo. Estaba hermosa. Tenía el pelo recogido, y vestía un short de jean y una remera negra. Quería creer que, al igual que yo, la había embargado cierta melancolía, pero lo dudaba. Ella no era como yo, tan sensible (a pesar de que trataba de ocultarlo), y aunque lo fuera, no sentía lo mismo que yo sentía por ella.

                Por odiosa que fuera mi hermanastra, estaba consciente de que las probabilidades de acostarme con alguien tan hermosa como ella eran extremadamente bajas, mientras que ella podía conseguirse a un tipo como yo en cada esquina. Así que era imposible que se quedara fascinada conmigo, a pesar de que habíamos cogido como conejos en la última semana.

                Me hice el tonto, siempre asegurándome de que Pedro no nos mirara por el espejo retrovisor, y acerqué mi mano a la pierna de Florencia. Como usaba ese short diminuto que la cubría apenas hasta unos centímetros por debajo de las nalgas, me encontré con su pierna desnuda. La froté con la cara externa de mi mano. Quise ver su reacción, pero tenía la cara dada vuelta, observando con supuesto interés el paisaje que dejábamos atrás, el cual consistía en kilómetros de aburrida llanura. Además, cuando froté su pierna, las juntó, alejando la que estaba toqueteando, en una evidente muestra de desinterés. Así que me rendí.

                Los días que siguieron, ya en casa, me terminaron de convencer de que lo que había pasado en La Costa no había sido más que uno de esos famosos amores de verano, con el inconveniente de que, a diferencia de la mayoría de los tortolitos que se enredan con otros turistas a los que luego no vuelven a ver, nosotros nos teníamos que ver las caras todos los días.

La odiosa de Florencia. +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora