Samael

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      El rubio ya no podía estar cerca del pelirrojo desde el descubrimiento que había hecho.

Siempre que parecía que aquel demonio tenía el mínimo interés en él y se acercaba buscaba cualquier pretexto para alejarse.

Pasaron los meses y cada vez se sentía más incómodo estando viviendo en el mismo techo.

Llegó a un punto en que decidió no salir de su habitación con tal de estar lejos del demonio de la radio.

Ni siquiera quería dormir, su insomnio había empeorado. Cada vez que sus ojos se cerraban miraban a aquel pelirrojo en lugar del humano que había conocido hace años.

En su rostro podía notarse el cansancio, usualmente tenía pequeños momentos donde parecía quedarse dormido pero en el momento en qué miraba el rostro del pelirrojo se despertaba de súbito.

- Mierda... A este paso voy a morir de cansancio... - Decía el rubio mientras bostezaba. Sabía que el morir era prácticamente imposible morir de esa manera, no era la primera vez que pasaba días sin poder dormir.

Se encontraba recostado en el sofá del living, ni siquiera le importaba que lo vieran.

Comenzó a cerrar de nuevo sus ojos mientras sentía como alguien colocaba una almohada bajo su cabeza y comenzaba a acariciar los mechones de sus cabellos.

Aquello provocó que el soberano del Inframundo comenzará a quedarse dormido, la compañía de dicho desconocido le traía cierta paz y tranquilidad.

- Mmmmgr... Alastor... - Murmuró el nombre del pelirrojo entre sueños, sintió una mano que acariciaba sus mejillas y la tomó inmediatamente para bajarla a su pecho y continuar durmiendo.

Pasaron los minutos y abrió sus ojos dándose cuenta que se había quedado profundamente dormido en aquel sofá, y tenía una almohada en su cabeza pero por alguna extraña razón, no parecía ser la misma.

Se levantó y fue al bar para beber un poco, vió a aquel tipo llamado Huskie, era alguien un poco serio para ser un bartender.

No estaba del todo de acuerdo con que el hotel, un lugar donde se suponía se concentraba en la redención, tendría un lugar donde los pecadores pudieran distraerse.

- Puedes darme un trago muy fuerte? - Preguntó el rubio mientras se sentaba en uno de los bancos altos que estaban frente a la barra.

- Por supuesto majestad. - La voz del pelinegro de orejas gatunas se escuchó entre el sonido de las botellas de vidrio que chocaban entre sí mientras preparaba aquella bebida.

En pocos segundos tenía su bebida frente suyo, tomó aquel vaso y le dió un sorbo sintiendo como aquel alcohol barato quemaba su garganta.

- Si yo fuera usted no bebería así de rápido, majestad. - La voz del pelirrojo se escuchó y el rubio rápidamente agachó su cabeza pareciendo concentrarse en su bebida.

- Métete en tus propios asuntos, Alastor. - Dijo el soberano claramente irritado. Pareciera que el pelirrojo lo estuviera siguiendo dónde quiera que anduviera y eso lo ponía con los nervios de punta.

- Solamente es un consejo, su majestad... No creo que esté acostumbrado a este tipo de alcohol. - La voz del demonio de la radio se escuchaba y hacía que el rubio se molestará cada vez más.

- Tú... Cómo te atreves... A enamorarme siendo un humano... Y después fingir que no me conoces... Maldito pecador... - La voz del rubio parecía ser arrastrada debido al alcohol.

Al parecer aquellas palabras tomaron desprevenido al pelirrojo, puesto que lo único que hizo fue cargar al pequeño soberano entre sus brazos.

- Creo que su majestad está demasiado ebrio, lo llevaré a dormir en su habitación. - Dijo el pelirrojo mientras se disolvía entre sus sombras y aparecía en la habitación del rubio y lo recostaba sobre su cama.

- Su-sueltame... No quiero que un pecador como tú... Me toque con sus sucias manos... - El rubio continuaba hablando sin darse cuenta de que se encontraba en su cama.

Sin darse cuenta se había quedado dormido, al poco tiempo despertó, su cabeza le dolía y al ver alrededor de su habitación se dió cuenta que el demonio de la radio seguía ahí.

- Eres un caso perdido, Lucifer... O debería decir... Samael? - El que el pelirrojo lo llamará con su antiguo nombre angelical lo hizo sonrojarse y desviar su mirada.

- Tú... Cómo es qué... - Dijo el rubio sin siquiera poder mirar al pelirrojo a los ojos.

- Cómo me dí cuenta de que eras tú? - Preguntó el pelirrojo mientras lo observaba fijamente. - Era obvio que iba a saber que eras tú, tu forma humana es prácticamente igual a tu forma de ángel. - Continuo hablando el pelirrojo mientras acariciaba la mejilla del soberano y esté levantó su rostro y lo miro a los ojos.

Aquello lo avergonzó, tenía la elección de escoger su forma humana pero había decidido no cambiar mucho de su aspecto físico.

- Te reconocí desde el primer instante en que te volví a ver... No sabía cómo decirte que era yo... Sé que he cambiado pero mis sentimientos no han cambiado, manzanita. - El escucharlo decir esas palabras era demasiado vergonzoso para él, no sabía cómo había sucedido todo.

- Yo... No siento lo mismo... Por qué crees que no volví a verte? Te detestaba y te sigo detestando. - Mintió el rubio con aquellas palabras, su corazón latía rápidamente, pero no podía permitirse aceptar a alguien como el pelirrojo. - Ahora sal de mi habitación. Que tu aroma es horrible, apestas a venado muerto. - Dijo mientras tapaba su nariz fingiendo que no soportaba el olor del pelirrojo.

Al parecer eso dió resultado, puesto que el pelirrojo desapareció entre las sombras dejándolo solo.

Dulce Pecado (RadioApple)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora