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Lana

El resto del fin de semana pasó gracias a dios sin ningún acontecimiento llamativo, había quedado en tomar un café con Lía el domingo por la mañana para estudiar y hablar de todo lo que había pasado el viernes por la noche, Alessia la había dejado en su casa y ellos se había ido a un hospital para curar a Matteo y Luciano, que este último no quedó muy bien después de la pelea, habría pagado para ver cómo había quedado.

Lía también me dijo que Alessia no le contestaba sus llamadas ni mensajes, ambas concordamos que nos estaba evitando, claramente nos debía una explicación del tamaño de la Estatua de la Libertad, pero era no menos que pedíamos, no podía seguir frecuentando los lugares siendo quien era y Matteo siendo hijo de quien era, ambos terminarían muy mal si es que no muertos, por lo que pude notar es que a esa gente le valía tras cacahuates si son hijos de alguien poderoso.

Como dije, no me sorprendía que Luciano fuera el que los involucró ahí, pero, ninguno tenía la necesidad de pelear ni mucho menos de apostar, debía haber algo más.

El lunes por la mañana llegue a la universidad buscando a Alessia por todos lados, no teníamos las mismas clases, pero siempre la encontraba en el carrito de café a las afueras del edificio.

No estaba.

Extrañada caminé hacia el aula, pensativa me senté en uno de los escritorios que daban a la ventana y tomé mi maleta.

Busqué mi celular para mandarle otro mensaje que seguramente no responderá, pero no importaba, no era normal que no supiera nada de Alessia dos días seguidos, incluso doce horas seguidas, abrí mi mochila, pero no estaba, revisé mi chaqueta y nada.

Vi el reloj que estaba justo arriba del pizarrón, faltaban diez minutos para que las clases empezaran, dejé todo sobre el escritorio y tomé las llaves de mi coche.

A pesar de ser principios de septiembre el frío ya se comenzaba a notar, caminé hacia mi coche y abrí la puerta, no busqué durante mucho tiempo porque mi celular se encontraba sobre el asiento del acompañante, lo tomé y mandé el mensaje dirigido a Alessia.

Cuando cerré la puerta vi a lo lejos que Alessia bajaba de su coche.

- ¡Alessia! – grité.

Caminé hacia ella unos cuantos metros más y la abracé.

- ¡Dios mío! – exclamé – pensé que tendríamos que ir a buscarte a una comisaría o algo – la abracé – ¿estás bien?, ¿por qué no has contestado nuestras llamadas?, estábamos preocupadas.

- Estoy bien – susurró.

- No te ves bien.

Su cara estaba tan demacrada que quería llevarla al baño y ayudarla, sus ojeras estaban marcadas, sus labios pálidos y usaba pants con una sudadera enorme, para nada como era ella.

- Estuve todo el fin de semana con Matteo – explicó – se está quedando en mi casa porque no quiere que sus padres se enteren de lo que pasó.

- Llegó golpeado al hospital, estoy segura de que los doctores lo reconocieron.

- Usó una identificación falsa – pausó – él y Luciano.

Claro, Luciano, ¿cómo no me lo había imaginado?

- No es la primera vez que la tuvieron que usar ¿verdad?

No hubo respuesta.

- Escucha Alessia, necesitas alejarte de esas personas, en especial del matón que golpeó a Luciano, se ve el peor de todos.

Cara mia (Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora