En esa vida...

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— ¿Qué es lo que más te gusta? — le pregunto a ella sin más, mirando las estrellas tumbado en el suelo desde el otro lado de los barrotes. La noche estaba más oscura, asique ya pronto el sol saldría.

— ¿Qué pregunta es esa? Deberías decir cosas más relevantes esta noche — dijo en un tono sarcástico y triste, ella no sabía porque le preguntaba eso, se supone que lo sabía, se lo había contado tantas veces a él que ya debería saberlo de memoria o hasta estar cansado de escucharla, además no era momento de hacer preguntas así.

— Cuéntame, por favor — se escuchó tanta suplica en su voz, que ella cedió, no perdía nada con decírselo de nuevo.

— Bien, tienes suerte de caerme bien.

Y entonces comenzó a relatarle lo que más le gustaba; estar en la colina sur del pueblo Yorky, donde se habían conocido a los 10 años, sentada y apoyada en el manzano de la cima con un buen libro, en específico, releyendo su libro favorito; "Donde las rosas dejan de llorar", una novela romántica que había encontrada tirada fuera de una tienda, ella decía que el destino había guiado ese libro a sus manos para convertirse en escritora...

En ese momento se detuvo, se percató de que había cerrado los ojos al recordar y contarle a él eso que tanto amaba hacer. Él había apartado la mirada del cielo, ya había salido el sol, ahora sus ojos solo estaban en ella, con tanto anhelo y amor que los de ella se llenaron de lágrimas al verlo.

— Amo cuando hablas de eso — fueron las palabras que él le dio con una sonrisa — siempre que hablas de lo tanto que te gusta estar en esa colina leyendo, bajo la sombra de ese manzano donde nos vimos por primera vez, tu voz se siente tan cálida y emocionante que me enamoras más — le dedico una sonrisa tan resplandeciente, que ese sería el recuerdo que ella guardaría en su mente, incluso hasta después de que el mundo se acabe — gracias por contarlo, mi hermosa escritora de amor y fantasías.

Ella iba a decirle algo, pero las puertas se abrieron de golpe y tres guardias entraron, él y ella se levantaron e intentaron tomarse de las manos a través de los barrotes que los separaban, pero los guardias atraparon al muchacho y lo sacaron a rastras, mientras en la celda de ella otro entro solo a darle un golpe en el estómago que la dejo sin aire al borde de la inconciencia.

Ella no logro decirle que en eso que tanto amaba hacer, estaba él, que, en esa colina, con ese manzano, no estaba sola, que solo le gustaba de verdad si él estaba junto a ella.

Los amantes no se volvieron a tocar ni a dirigirse la palabra nunca más, él fue ejecutado esa mañana al salir el sol como el rey había decretado por todos sus crímenes, entre ellos, amar a quien no debía. 

Ella fue obligada a vivir con la muerte de su amado, atada de por vida en matrimonio a su ejecutor con corona de cartón. El rey la pedía cada noche en sus aposentos, pues darle descendientes era la idea de un castigo merecido por no desear a quien portaba la corona y tratar de escapar de sus brazos. 


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