PRÓLOGO

115 10 0
                                    

Cuenta la leyenda, que en los rincones más profundos del espacio interestelar, una semilla de luz se formó en el seno de Virgo

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Cuenta la leyenda, que en los rincones más profundos del espacio interestelar, una semilla de luz se formó en el seno de Virgo.

El cuadro cósmico que inició con una nube molecular, en un vasto manto gaseoso e impregnado de partículas de polvo, que, acicateada por la gravedad, empezó a someterse a un inexorable proceso de compresión. En el corazón de esta nebulosa, un núcleo protostelar emergió como un germen, una entidad en embrión destinada a evolucionar y la materia se congregó gradualmente, sufriendo una transformación térmica y cinética que la condujo a un estado incandescente. 

A medida que la protoestrella ascendía en su resplandor, su identidad aún pendía en el velo de la inexistencia. Luego, en un momento decisivo, una explosión termonuclear encendió el interior de la protoestrella, desencadenando su nacimiento como una entidad incandescente en los confines celestiales. 

Con un gesto de su mano plateada extendida hacia la estrella recién nacida, la Diosa Luna  la bautizó como "Spica" estrella cuya luz perduraría por siempre en el tapiz del universo.

En esta vastedad inabarcable del firmamento, la estrella creció y, después de eones de resplandecer en la soledad del espacio, fijó sus iris cósmicos como gemas incrustadas en la Tierra, comenzando a albergar una envidia y un anhelo prohibido ante los ojos del universo, que desafiaba las leyes celestiales. Deseaba con todas sus fuerzas abandonar su morada celeste para encarnar como un ser terrestre, tocar la tierra con manos mortales y sentir el palpitar de un corazón humano, un sentimiento que su eternidad cósmica le había mantenido ajena hasta entonces.

Con el peso de una confesión que había permanecido oculta en lo más profundo de su ser, Spica finalmente se postró ante los pies de la deidad lunar, confesando su secreto. Sin embargo, esta contempló la audacia de la estrella con una mirada gélida, como si cada palabra fuera un corte en su ser celestial, recibiendo la confidencia como una herida en su orgullo divino.

Y fue así que, en un acto de retribución, totalmente colmada de ira, la deidad decidió desterrar a Spica de su hogar celestial, trazando para ella un periplo cósmico de 260 años luz hasta el mundo de los mortales.

Navegando en su solitario camino de exilio, su luz palidecía gradualmente a medida que se alejaba de su morada, cada centuria que pasaba debilitándola con el peso de su destino condenado. Y cuando se aproximó a la Tierra, el magnetismo la atrajo, drenando su casi inexistente energía. La fricción con las capas superiores de la atmósfera provocó una brillante incandescencia, un fulgor deslumbrante que dejó una estela luminosa, creando un despliegue celeste de belleza inefable como un acto de sublime renuncia de su fulgor estelar, dejando a los espectadores terrestres sumidos en la celestialidad de este visitante de las estrellas.

Pero incluso en su destierro, su condena no concluía allí. 

La Diosa Luna lo confinó a una de las montañas más altas de este mundo, un remoto enclave que se alzaba en donde la corrupción humana no podría alcanzarla, donde la estrella se comprometió a permanecer como polvo estelar hasta que un elegido entre la humanidad alcanzara su santuario y así poder renacer. 

Spica se manifestaría como una hermosa metamorfosis y su última esencia estelar entraría en un proceso de descomposición gradual, en donde las partículas subatómicas danzarían en una sinfonía de energía y materia, obedeciendo las leyes primordiales del universo que, para el común de los mortales, permanecen veladas en su esencia más profunda.

De este mismo polvo estelar, Spica renacería de forma humana, como un ser de carne y hueso. Pero, en lugar de un corazón que bombease la vida en su interior, su esencia vital yacía en los iris de sus ojos, como un portal de su conexión a través de los cuales su ser se conectaba con la vastedad del cosmos, encapsulando la profundidad de sus recuerdos y cada centelleo una chispa de memoria estelar.

La deidad lunar, desde lo más alto de la bóveda celeste, deliberó profundamente sobre el curso de acción necesario para que la estrella volviera a su hogar muy pronto. Y así, como última sentencia, decidió privar a Spica de su capacidad de percibir el mundo humano a través del prisma celestial desde el cual había contemplado la belleza del universo, blindado de miles de millones de colores, hasta que comprendiera que los humanos eran seres falibles capaces de convertir la luz más brillante y pura en sombras más oscuras que la noche misma.

Fin.

Fin

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
COLOURBLIND  | TAEKOOK OMEGAVERSE FFDonde viven las historias. Descúbrelo ahora