IV

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―¡Hola! Soy Park Jiminie, ¿cómo te llamas? ―exclamó un niño con inocencia, sacudiendo la sábana que cubría al pequeño azabache, la cual estaba recubierta por una capa de nieve.

Sin embargo, los ojos del niño comenzaron a llenarse de lágrimas al darse cuenta de que se encontraba en un lugar desconocido y que su madre no estaba a su lado. La angustia y el frío lo envolvieron, provocándole una sensación de asfixia mientras todo a su alrededor parecía girar sin control. Observó cómo una mujer se acercaba rápidamente, atraída por el llamado urgente del otro niño, quien parecía haber sido conmovido por la tristeza del pequeño azabache.

―¡Oh, no llores, pequeño! ―susurró la mujer, intentando darle un abrazo al pequeño azabache para calmarle. Sin embargo, el niño no dejaba de mirar a su alrededor desesperadamente, buscando a su madre.

―¿M...ma...mamá? ―articuló entre sollozos, mirando a la mujer que le acariciaba la cabeza, sus ojos inundados de confusión y desconsuelo.

―No te preocupes, pequeño, todo estará bien ―intentó consolarlo la mujer, aunque sus palabras parecían incapaces de penetrar la barrera de angustia que envolvía al niño―. No te preocupes, ¿sí? Aquí estarás a salvo conmigo y te divertirás mucho con mi hijo Jimin ―añadió, esbozando una sonrisa mientras hacía una señal al rubio niño, quien aspiraba la nariz entristecido al ver que su nuevo amigo no le correspondía.

Instantes después, el niño desorientado miró hacia la puerta principal de la casa y, sin previo aviso, salió corriendo a toda velocidad, dejando completamente paralizada a la mujer y al pequeño Jimin, quienes reaccionaron rápidamente y fueron tras él.

En medio de su desesperada carrera, ya afectado por el gélido frío, el niño tropezó con el manto níveo que cubría el patio frontal de la casa. Exhausto y sin fuerzas, quedó allí de cuclillas, llorando desconsoladamente por su madre.

Mientras tanto, el pequeño rubio, que lo seguía de cerca, sus propios sollozos apenas contenían la tristeza que sentía al ver a su nuevo amigo tan desesperado y con una determinación nacida de la empatía, aceleró su paso a través del frío, la nieve cubriéndole hasta las rodillas.

Al alcanzar al pequeño de cabellos oscuros, Jimin se dejó caer de rodillas en la nieve, sus propias lágrimas se convertían en diminutos cristales en sus mejillas enrojecidas por el frío y con un gesto tierno extendió sus brazos alrededor del otro niño, intentando envolverlo en un abrazo cálido.

―¡Seré un buen hermano, lo prometo! ―murmuró Jimin entre sollozos, su voz temblando por el frío―. ¡Te cuidaré por siempre!

La mujer, al llegar donde estaban ambos pequeños, se acuclilló de igual forma en la nieve. Su corazón casi se rompía, pero sabía que debía mantener la calma y ofrecerle algo seguridad al pequeño para ganar igualmente su confianza.

―Por favor, Taetae, entremos a la casa. No podemos quedarnos aquí fuera ―dijo la mujer con una voz suave pero firme, intentando convencer al niño―. Sé que estás asustado, pero confía en nosotros, mamá vendrá pronto...

 Sé que estás asustado, pero confía en nosotros, mamá vendrá pronto

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