Capítulo VII: ¿Maestro?

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De a poco Sukuna comenzó a compartir más momentos conmigo, apareciendo y desapareciendo con mayor frecuencia en cualquier momento y lugar. 

Aunque no tenía intenciones extrañas o lascivas, ocasionalmente intentaba robarme un beso. A pesar de ello, me sentía sorprendido pero también más tranquilo.

Su personalidad era un enigma: por un lado, el Rey de los Demonios, frío y calculador, cuyo disfrute provenía del caos y la destrucción; por otro, existía un lado que parecía genuinamente interesado en mis reacciones.

Cada vez que intentaba robarme un beso, lo hacía con una sutileza y dulzura. Su risa, un sonido que resonaba como un eco distante, me hacía sentir que, a pesar de la locura que lo rodeaba, en esos fragmentos de tiempo, también había complicidad entre nosotros.

Podía ser severo y sarcástico, pero a la vez era protector en su forma peculiar de ser, y empezaba a notar que debajo de esa fachada temible, había destellos de curiosidad que iban más allá de su naturaleza destructiva.

Encontré momentos de profunda conexión en nuestras conversaciones: discusiones sobre el poder, la vida y la muerte, siempre impregnadas de su perspectiva demoníaca. 

Pero a pesar de nuestras creencias contrarias, llegamos a congeniar. Más allá de su burla y sarcasmo, escuchaba atentamente mis creencias.

Con el tiempo, estar con él se volvió algo completamente normal. Nos encontrábamos siempre en un lugar secreto: en el patio de una capilla abandonada. Decidimos que este es un buen lugar para estar sin que ningún sacerdote cazador notara su presencia. 

El sol de la tarde proyectaba largas sombras sobre el pasto y los grandes ventanales de la capilla se extendían alto alto, creando un ambiente melancólico que contrastaba con la energía atronadora que emanaba de Sukuna. Su mirada, penetrante y gélida, parecía traspasar mi alma, escaneando cada uno de mis pensamientos en este momento.

— No, absolutamente, no. — menciona Sukuna, mientras niega con su cabeza. 

— Solo será una vez. No te lo pediré más. — supliqué, mi voz apenas un susurro.

— Te he dicho que no. —replicó su tono glacial. La negativa de Sukuna era tajante pero no me rendiría tan fácil.

— Por favor.

— Te dije que no, niño. Qué parte de "no" ¿no entiendes?

— La parte de "no"

Sukuna suelta un suspiro frustrado.

— ¿Por qué tendría que enseñarte a usar técnicas malditas?— dice serio — Eres un sacerdote del Jujutsu Divino. No puedes dominar las técnicas demoníacas, no es para humanos.

— Sabes que me fue horrible en mi última misión. Si no fuera por ti, estaría muerto. Quiero poder defenderme de los demonios.

— No es no. No estoy de acuerdo. Si necesitas ayuda, puedo protegerte yo, no es necesario que aprendas técnicas demoníacas. Estaré contigo siempre que me lo permitas — dice Sukuna chasqueando la lengua pero un pequeño sonrojo adorna su rostro. A pesar de eso se mantiene firme— Puedo ayudarte a perfeccionar técnicas sagradas divinas, pero no enseñarte técnicas peligrosas.

—Eres como el padre Satoru, él nunca quiso enseñarme técnicas de alto nivel.

— No soy como ese humano irritante. — dijo ofendido y enojado. La mención de Padre Satoru pareció encender un fuego en Sukuna. — No trates de manipularme niño, te hacen falta millones de años para estafar a un estafador.

𝔓𝔯𝔢𝔰𝔞𝔤𝔦𝔬  (𝙎𝙪𝙠𝙪𝙁𝙪𝙨𝙝𝙞- 𝙎𝙪𝙠𝙪𝙢𝙚𝙜𝙪)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora