13. Disfrutemos juntos de un sunset

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¿Qué os puedo contar? Jordan estaba en Malibú sin avisarme, Lucy cada vez estaba más pegada a Dylan (y por alguna misteriosa razón eso me molestaba sobremanera), el susodicho no hacía nada por alejarla (lo que me molestaba aún más), Natalia todavía no me había contado el secreto de Dylan, Lucas y Amy estaban sufriendo una montaña rusa de emociones y tenía que consolarles a los dos.

Así que... bueno, estaba siendo un verano algo movidito. No era lo que me esperaba al volver después de cinco años pero, siendo como somos, debería haber supuesto algo.

Habíamos vuelto a quedar, aunque esta vez solo el grupo original, sin contar a alguno de los más mayores que no querían venir. Estábamos en una de nuestras playas favoritas: Malibú Pier. Nos encantaba ir allí por la mañana, caminar por la pasarela hasta el final y ver el atardecer, ese momento mágico en el que el sol se esconde para dar paso a la luna. Es un eufemismo decir que es una maravilla ver un atardecer (o sunset como lo llamamos aquí) mientras las olas rompen en la orilla y mojan nuestros pies con delicadeza. Era uno de mis momentos favoritos del día. De pequeñas Amy, Nat, Andy y yo solíamos fotografiarlos, ya fuera saliendo nosotras o solo el sunset, y poníamos la fecha y hora de cada uno en el momento exacto en el que el sol desaparecía de nuestra vista. Era un homenaje a uno de nuestros libros favoritos, Contando atardeceres.

Durante el tiempo que yo no fui a Malibú, mis amigas dejaron de "contar" atardeceres porque decían que no era lo mismo. Me dio pena por ellas porque era una tradición preciosa que nos mantenía a todas unidas estuviésemos donde estuviésemos, pero también me gustó que esperasen por mí para volver a fotografiarlos juntas.

Y precisamente en ese momento estábamos cada una con su Polaroid haciendo una foto a un precioso sunset de tonos anaranjados, amarillos, rosas y un poco azules. El mar estaba en calma y corría una suave brisa de aire templado que nos revolvía un poco el pelo.

Me giré hacia cada uno de mis amigos para permitirme el lujo de disfrutar de su presencia.

Primero me encontré a mi hermano que, un poco más lejos que nosotros, metía los pies en el agua y acariciaba las olas con las puntas de los dedos. El pelo castaño se le había ondulado un poco con la sal del mar y caía despreocupado por su frente. Sus ojos oscuros tenían un brillo especial cuando levantó la mirada y me pilló mirándole con cariño. Me dedicó una sonrisa y me sacó la lengua como cuando éramos niños. Y ese pequeño gesto bastó para hacerme sonreír como nunca.

A mi derecha estaba Amy, cuyo pelo rubio, largo hasta la cintura, revoloteaba a su alrededor movido por la brisa. Sus ojos grises tenían un brillo azulado cuando les daba la luz del sol de la mañana pero en ese momento, en el sunset, parecían casi verdes. Los labios de mi amiga se curvaron en una sonrisa al ver la foto que había sacado con su cámara.

A su lado, Nat seguía buscando el ángulo exacto para hacer la foto del sunset, el cual ya no era igual que hacía unos segundos cuando hice yo la foto. Natalia tenía el ceño ligeramente fruncido en señal de concentración y había sustituido la coleta en la que tenía recogido su pelo negro por una pinza que parecía más estable, aunque todavía había mechones que no se quedaban quietos y mi amiga tenía que recolocarlos cada poco.

Andy estaba buscando no sé qué en su mochila en la zona de rocas, un poco más atrás de donde estábamos. Parecía que no lo encontraba porque tenía el ceño fruncido y estaba refunfuñando como siempre hacía cuando estaba frustrada. Se llevó las manos a la cabeza y se despeinó su melena pelirroja para volver a peinarla segundos más tarde, con más fuerza de la necesaria. Y sé que parecerá que digo que todos los ojos de mis amigos brillan pero es que es verdad y además cada uno tiene un brillo especial. En el caso de Andy, sus ojos verdes relucían con una mezcla de preocupación, molestia y sí, puede que también ganas de llegar a casa (aunque eso quizás es solo imaginación mía). Con el sol del verano las ligeras pecas que tenía en las mejillas y en la nariz se habían acentuado y le daban un toque algo más aniñado.

Seguí recorriendo el lugar con la mirada y el siguiente a quien me encontré fue a Marcos. La camisa holgada playera que llevaba se movía con la brisa, al igual que su pelo castaño. Al igual que Andy, tenía pequeñas pecas por toda la zona de la nariz, las mejillas y algunas en el cuello y los hombros; y sus ojos negros eran profundos como un pozo sin fondo. Se dio cuenta de que le miraba y me dedicó una de sus maravillosas sonrisas de dientes blancos. Le devolví la sonrisa y seguí escudriñando a mis acompañantes.

Aiden fue el siguiente. Al contrario que Marcos, vestía únicamente el bañador, lo que dejaba ver ese pecho y esos brazos que estaba claro que se había esforzado por conseguir durante estos años. Su piel morena por el sol resaltaba con el naranja del bañador que estaba usando. Tenía los pies metidos en el mar y jugueteaba con las olas cada vez que estas rompían contra la orilla. Sus ojos miel resaltaban bajo su cabello, antes rubio y, ahora, bastante castaño. En algún momento se dio cuenta de que le miraba fijamente y articuló con los labios la palabra "minileona", antes de dar paso a una de sus irresistibles sonrisas torcidas. Le devolví el saludo llamándolo por su mote, Prince, y mi mirada se encontró con Jordan.

Estaba guapísimo con esa camiseta blanca y esa sobre camisa de un tono arena. Al contrario que el resto, que aún estábamos en traje de baño, él se había puesto ya unos pantalones cortos de color beige y llevaba las mangas de la sobre camisa remangadas hasta los codos. Estaba hablando con Dylan mientras veían el sunset y los intentos inútiles de Nat para hacer la foto. Jordan se rió de algo que dijo Dylan y me pareció lo más bonito del mundo. Ver feliz a alguien a quien quieres con toda el alma te hace sentir su felicidad como tuya. Me fijé una vez más en mi novio. El pelo rubio, con reflejos pelirrojos debido a la luz del sunset, le caía despreocupadamente por la frente dándole un aire algo más aniñado a ese chico que de niño no tenía nada. Sus ojos azules verdosos relucían bajo la luz del sol.

Y por último... Dylan. Quisiera poder ponerle nombre a las emociones que inundaron mi corazón al mirarle pero me es imposible. Calidez. Pero también nervios. Como cuando estás en la cima de una montaña rusa y ves el suelo debajo de ti justo antes de caer en picado. Como cuando estás al borde de un precipicio y miras hacia abajo, hacia el vacío. Aunque no quisiera admitirlo, Dylan provocaba esas sensaciones en mí. Y cómo no iba a hacerlo. Había salido del mar hacía unos pocos minutos y aún había gotitas traviesas que se deslizaban por su cuerpo y se perdían en la cinturilla del bañador azul turquesa que estaba usando. El pelo negro, que nada tenía que ver con el rubio de su primo, estaba algo mojado apuntando hacia diferentes direcciones, aunque a él parecía no importarle. Sus ojos azules parecían más oscuros que de costumbre y brillaron bajo sus espesas pestañas al dirigir su mirada hacia mí. No me sonrió como habían hecho Marcos, Lucas y Aiden, sino que me guiñó un ojo y tras unos segundos levantó una ceja. Mentiría si dijera que ese simple gesto no provocó en mí millones de mariposillas en el estómago. Por suerte (o desgracia, depende de cómo se mire), mi preciosa Natalia vino hacia mí e interrumpió nuestro concurso de miradas.

-Claireeee, conseguí hacer la foto. ¡Por fin! No me ha quedado tan bonita como a vosotras porque he tardado media vida pero bueno, algo es algo.

-Al menos tienes la foto. Tenemos que volver a la rutina, ya hemos perdido bastantes días.

-Tienes razón. ¿Nos hacemos una foto juntas en el sunset?

Asentí con efusividad y nos pusimos frente a la cámara, justo delante del mar. Teníamos de fondo la pasarela y los restos del sunset que seguía siendo precioso a pesar de que casi no quedaba nada del atardecer original. Nos hicimos la foto posando como las divas guapísimas que éramos y luego se nos unieron Amy y Andrea para hacernos muchas más fotos. Aunque los mejores recuerdos de esa tarde se quedaron grabados en mi retina para toda la vida y todavía hoy recuerdo el momento exacto en el que nos hicimos la mejor foto de grupo, la cena en la playa, tumbarnos bajo las estrellas y ver una estrella fugaz. ¿Que si pedí un deseo? Pues puede que para muchas personas sea un juego de niños pero para nosotros no lo era. Así que sí, pedí que ese verano nunca llegase a su fin.



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¡Hola, amores!

¿Me habéis echado de menos? Ya no hay más espera, aquí tenéis un nuevo capítulo. Siento haber tardado en actualizar, digamos que he estado un poco liada pero ya estoy de vuelta y espero poder escribir más a menudo a partir de ahora, aunque no prometo nada.

Este es uno de los capítulos que más me ha gustado escribir y espero que a vosotros os guste leerlo.

¡Nos vemos en el próximo capítulo!

El verano en el que me enamoréDonde viven las historias. Descúbrelo ahora