Capítulo 11

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Infernal fue la noche en que una bella rosa descubrió lo doloroso que era marchitarse, ella, tan delicada que el mínimo toque le quitaba brillo, perdiendo su pureza junto cada pétalo que, caída lentamente, dejando de ser tan bella como antes, ahora solo era una miserable flor sin vida.

Al igual que aquella rosa, una a una sus prendas eran arrancadas por aquel demonio, cada toque era repugnante y doloroso, cada palabra era como ser atravesada por miles de dolorosas cuchillas que herían su corazón, junto a sus desgarradoras suplicas en busca de un salvador, tristemente esta vez nadie respondería a su llamado; Alice era ahora aquella rosa miserable y sin vida que fue arrancada por un monstruo sin corazón.

El infernal sufrimiento se volvió eterno para la princesa, desvaneciendo su cordura entre lágrimas de sangre que marcaban para siempre el fin de su felicidad; se sentía sucia de la cabeza a los pies, no había lugar en su cuerpo que no haya sido lastimado, aunque ninguna de esas heridas eran tan profundas como las que había en su alma y corazón, toda razón para vivir había desaparecido, los amargos recuerdos de esa noche la habían vuelto loca, el odio a su padre creció junto al desprecio a su cuerpo que con sus manos rasgaba igual que papel, tratando de borrar las marcas de aquella noche cruel.

Las cosas no acabaron ahí, Alice comenzó a odiar su vida más que a cualquier cosa; cada noche un nuevo hombre aparecía en su habitación, lo cuales pagaban grandes cantidades de dinero por pasar la noche con ella, los abusos eran cada vez peores, la usaban como un juguete que cumplía sus más asquerosas fantasías, eran ratas aún más locas que su padre, escorias que no merecían vivir. La princesa comprendió entonces, lo cruel que puede ser el mundo cuando no cumples eres obediente, ya que muchas veces la golpeaban si se negaba a cumplir sus podridos deseos sexuales.

Con el tiempo Alice se había vuelto una persona mentalmente inestable, constantemente se hería o trataba de quitarse la vida, a tal punto de ser supervisada día y noche, la ocasión en que trató de escapar los hombres la golpeaban hasta dejarla casi sin vida, se sentía más insignificante que estiércol de animal, estaba tan desesperada que varias veces trato de matar a los sirvientes que la atendían. Los llantos eran constantes, imaginando la perfecta vida que hubiera deseado tener, su consuelo era escribir cartas dirigidas a Theodoric, a pesar de saber que ya no estaba a su lado.

Su habitación era ahora un desagradable lugar de perversión, donde iban hombre graves problemas maritales o sexuales, y como si no fuera suficiente, las noches en que ningún hombre la visitaba el rey la golpeaba hasta dejarla inconsciente por varios días.

Había días en que miraba el cielo y le preguntaba a su madre si merecía lo que estaba pasando, acaso esto era su culpa, era mejor haber muerto esa noche o quizá jamás debió nacer. Su sufrimiento era tan doloroso que incluso pensó en acudir a la diosa Morrigan, sin embargo, al no poder usar su poder era algo imposible, las cosas en el reino celestial eran muy malas.

Alice: La Maldición de la MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora