Capítulo 3

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Hora 02:28 a. m.

Mansión Yaoyorozu

La elegante limusina se detuvo frente a la majestuosa mansión, bañada por la luz de la luna. El silencio de la noche solo se veía interrumpido por el suave murmullo del motor al apagarse.

— Joven Midoriya, llegamos, por favor despierte a la joven ama. — Desde el asiento del piloto, el mayordomo de la familia solicitó con cortesía.

Sin pronunciar palabra alguna, Izuku comenzó a palmear la mejilla de la chica, instándola a despertar. La joven, aún entre el sueño y la realidad, se incorporó lentamente.

— ¿Qué sucede? — Preguntó con voz adormecida, estirándose suavemente mientras bostezaba. — ¿Ya hemos llegado?

— Sí, hemos llegado, joven ama. — respondió el mayordomo con serenidad, mostrando su preocupación habitual. - Por favor, desciendan del vehículo. Me encargaré de estacionar y luego pediré que les traigan algo de comida. Ya he avisado de nuestra llegada, así que los esperan en la casa.

— Gracias, Tsuyoshi-san. — expresó la chica con gratitud mientras descendía del automóvil junto con Izuku. — ¿Sabes si el doctor Jhon ya ha llegado? — consultó con interés.

— Me temo que aún no ha llegado, señorita. Lamento no ser de más ayuda en este asunto — Respondió el mayordomo con sinceridad.

— No te preocupes, has hecho más de lo necesario. Descansa, Tsuyoshi-san. Muchas gracias por todo — Despidió con amabilidad la joven, desatando una sonrisa amistosa en el rostro del hombre antes de que este se retirara a cumplir su siguiente tarea.

— Bien, Izuku, vamos. Esperaremos al doctor en el ala médica. Seguro no tardará. — Indicó la joven mientras comenzaban a caminar hacia la imponente mansión.

Al entrar, fueron recibidos por las atentas mucamas de la joven, quienes no pudieron ocultar su preocupación al ver a Izuku con los brazos y la boca vendados, las vendas manchadas con su sangre ya coagulada, un recordatorio de la batalla reciente.

Ambos jóvenes cruzaron el elegante comedor, esperando a que las cocineras le prepararan algo de comer a la chica. Una vez recibieron la bandeja y Momo despidiera a las sirvientas con una sonrisa de agradecimiento, los jóvenes se encaminaron hacia el ala inferior de la mansión. En esa parte se encontraba el hospital privado de la familia, un lugar que en los últimos años había atendido con frecuencia a Izuku.

Ante la atenta mirada de Momo, quien degustaba un plato de Tartar de salmón, Izuku comenzó a desprender las vendas que ocultaban su rostro, revelando una boca destrozada que seguramente necesitaría de suturas para recuperarse.

— Sabes... — Comentó la chica, captando la atención del joven. — Creo que con estas heridas estás en paz con Kirishima. — Momo se llevó una cucharada de su comida a la boca. — Supongo que es lo justo; dejaste su pierna en un estado espantoso.

Izuku asintió levemente, reconociendo que el daño era recíproco de alguna manera. No sentía rencor hacia el pelirrojo; al contrario, agradecía la pelea, pues significaba un paso más en su evolución.

— Recuéstate en la camilla, Izuku. — Pidió la joven al notar que él había tomado unas pinzas y un espejo. — Descansa y deja que el doctor te trate cuando llegue.

Sin embargo, sus palabras cayeron en oídos sordos, pues Izuku era terco como una mula. Ayudado por las pinzas y el espejo, empezó a retirar los trozos de dientes que aún quedaban en su boca.

— Dios, ¿no sientes dolor acaso? — Exclamó la chica horrorizada al presenciar lo que estaba haciendo el peliverde.

Unos minutos después, la puerta se abrió revelando a un hombre de unos 70 años que caminaba con prisa, sosteniendo una carpeta debajo de su brazo y un maletín negro en su mano derecha.

Hasta el límite | Izuku MidoriyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora