capítulo VII

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En ese estado, la sombra le reveló a Sissa la ubicación de una montaña distante, cuya ladera estaba llena de un mármol único de tonos blancos y rojizos. Sissa sabía exactamente que iba a hacer a continuación. Salió de allí, dejando atrás su cuerpo, solo y pudriéndose en la casa. Emprendió un viaje de cuatro días y tres noches donde solo su sed de venganza lo mantenían andando. A pesar de haber vivido toda su vida en el mismo lugar y nunca haber salido, Sissa parecía poseer habilidades increíbles de supervivencia. Sabía dónde encontrar animales para cazar, cómo rastrearlos y cómo atraparlos con destreza. Conocía los lugares seguros para refugiarse, cómo purificar agua de un arroyo y cómo hacer un fuego para mantenerse caliente. Durante momentos todas sus características oscuras regresaban a la normalidad y la sombra en su espalda desaparecía. En ese momento se sentía cansado, pero en cuanto recordaba la escena de la muerte de su esposa volvía a entrar en aquel estado y la sombra regresaba.

Al llegar a la montaña, Sissa hizo que la sombra cortara sesenta y cuatro pedazos de mármol en forma de cuadrados. La mitad eran de un blanco puro, como la nieve recién caída, y la otra mitad, de un negro rojizo, como un rubí reflejando los rayos de sol. Con meticulosa precisión, los ensambló, alternando los colores, hasta que se formó un tablero. Pero su trabajo no terminó ahí. Con otro pedazo de cada color, esculpió treinta y dos piezas de ajedrez. Cada una de ellas era una obra de arte en sí misma, tallada con una precisión y un detalle asombrosos.

A la mañana siguiente del incidente en su casa, el cuerpo de Sissa fue encontrado sin vida junto al de su esposa. El hedor nauseabundo que emanaba de sus cuerpos era tan insoportable que alertó rápidamente a los vecinos quienes se aglomeraron para ver de dónde provenía. Al ver la escena se llenaron de miedo y preocupación. Disgustados por lo que había ocurrido y temiendo que pudiera sucederles a ellos, se armaron de valor y planearon un golpe de estado. Uno de ellos levantó una piedra de entre los escombros y gritó:

—¿Es esto lo que queremos para nuestras familias, nuestros hijos? Hoy fue Sissa, mañana puede ser cualquiera de nosotros, nuestros amigos, nuestros conocidos —dijo mientras arrojaba una piedra al suelo y comenzaba a caminar frente a la multitud, su voz resonando en el silencio—. Tenemos que enfrentarnos a los opresores, no por nosotros, sino por las próximas generaciones. Debemos dejarles un futuro mejor, un mundo donde no tengan que vivir con miedo. ¡Es nuestro deber, nuestra responsabilidad!

Una semana después la noticia de lo ocurrido llegó hasta el reino, donde el rey se lamentaba únicamente por haber perdido a uno de sus mejores contribuyentes. En el reino, se percibía júbilo y gloria por la celebración del cumpleaños diecisiete del príncipe. La alegría llenaba el aire, todos bailaban y cantaban, sumidos en la celebración. Pero de repente, todo se detuvo. Las puertas se abrieron de par en par, y un hombre apareció en el umbral. Comenzó a caminar lentamente hacia el rey, que se encontraba sentado en su trono. Su presencia era tan sombría que parecía absorber toda la luz de la sala. Un escalofrió hizo estremecer a todos los presentes, como si una sombra helada se hubiera cernido sobre ellos. El júbilo se transformó en silencio, y todos observaban, congelados, mientras el hombre avanzaba.

Era Sissa. Su mirada negra, el líquido oscuro saliendo de sus ojos y la sombra que lo acompañaba no eran visibles para nadie excepto él. Los demás presentes lo percibían como un hombre normal, pero lo miraban con asombro, ya que todos lo creían muerto.

El rey llamó a sus guardias y ordenó: "¡Deténganlo!". Pero antes de que pudieran moverse, Sissa extendió la mano y sonrió:

—¡Oh, esperen! No he venido a causar problemas, sino todo lo contrario —dijo, sacando de un bolso de piel que llevaba colgado el tablero—. Vengo a disculparme con su majestad. Entiendo que todo lo que pasó, incluyendo lo de mi esposa, fueron consecuencias de mis actos. Este tiempo me ha servido para reflexionar y ver que mi prioridad es y siempre debe ser el rey. Por eso, en muestra de mi arrepentimiento y gratitud por haberme mostrado esto, le traigo este juego que he creado. Lo llamo: Ajedrez. Si su majestad me lo permite me gustaría enseñarle a jugarlo.

El rey, sorprendido por la propuesta de Sissa, miró a su alrededor. Los rostros de sus súbditos reflejaban una mezcla de miedo y curiosidad. Después de un momento de silencio, el rey asintió lentamente.

—Muy bien, Sissa —dijo el rey con voz firme—. Acepto tu propuesta. Enséñame a jugar a este juego que has creado.

Sissa sonrió con seguridad y malicia. Ambos se sentaron frente a frente en una mesa y él comenzó a acomodar las piezas. Explicó los movimientos de cada pieza, cada regla y los objetivos del juego.

La partida comenzó:

Sissa tomó el primer movimiento. Al hacerlo, todos alrededor dejaron de moverse y de hacer ruido alguno. Una densa oscuridad comenzó a cubrirlo todo y un par de truenos cayeron. Nadie excepto él y el rey podían verlo. Lanzó una risa histérica y el rey comenzó a ver sus ojos negros y el líquido saliendo de ellos. También visualizó a la sombra detrás de él.

Lleno de pánico, intentó irse, pero no podía levantarse de la silla. Gritó desesperado, llamando a sus guardias, pero su boca no emitía sonido alguno. Sabía que la única forma de salir de eso era jugar. Decidido, tomó una pieza e hizo su jugada, pero de nada serviría. Sissa ya lo había analizado todo, había calculado su personalidad, su estado emocional actual, el ritmo de su respiración y comenzó a presionar con movimientos agresivos. Estos movimientos hacían sentir al rey cada vez más pequeño e inseguro.

La partida no duró mucho y el rey pronto cayó derrotado. La sombra negra lo atravesó con su guadaña y extrajo una masa negra de él. En un abrir y cerrar de ojos, todo volvió a la normalidad, el ajedrez estaba acomodado como si no se hubiera empezado la partida y el rey yacía tendido en el suelo, desmayado.

Cuando los guardias vieron caer a su rey, se abalanzaron contra Sissa con sus armas, pero él ya lo tenía contemplado. Sin inmutarse, movió un peón del tablero y una multitud de aldeanos con antorchas y horcas de paja comenzó a entrar al palacio por todos lados. Escapó entre la multitud aprovechando la distracción. Lo único que quedó de el fue su tablero, el cuál fue recogido por el príncipe.

Sissa fue visto por última vez esa misma tarde visitando la tumba de su esposa. Le dejó flores mientras su estado de concentración total se agotaba y, luego de volver a la normalidad, cayó de rodillas y luego al suelo, exhausto. Finalmente, desapareció en el aire como si nunca hubiera estado allí.

A pesar de que el rey había sido un hombre cruel y despiadado con el resto de las personas, a su hijo le había dado una vida tranquila y llena de seguridad. El príncipe sentía admiración y respeto por su padre. El rey despertó en la noche de ese mismo día, pero cuando todos dormían, en un ataque de locura, asesinó a todos sus guardias y luego se suicidó. Las piezas del ajedrez de Sissa tomaron la forma de las expresiones que tenía cada uno en el momento de su muerte.

El príncipe no estaba listo para la escena macabra que se desplegó ante sus ojos. La visión de su padre yaciendo inerte en el suelo desencadenó un shock emocional tan intenso que sus ojos se volvieron de un rojo profundo. De ellos, brotaba un líquido que parecía ser sangre. A su vez, una sombra emergió de su espalda, portando unos ojos que brillaban con la misma intensidad rojiza.

Dicen que el príncipe despertó un poder parecido al de Sissa, pero con un enfoque diferente. Cuando se volvió rey, fue el hombre más poderoso del planeta. Lo curioso es la forma en la que lidiaba con sus enemigos. En lugar de enfrentarlos directamente, siempre proponía resolver los conflictos a través de partidas de ajedrez. Sin embargo, estas partidas terminaban de manera misteriosa, con sus oponentes desmayándose y muriendo días después en circunstancias extrañas. Y nunca aceptaba jugar en otro tablero que no fuera el suyo.

Cuando su tiempo aquí terminó, le dejó el tablero a alguien. No se sabe a quién, pero se sospecha que ha pasado por las manos de los más grandes dictadores y terroristas del mundo. En las manos equivocadas, ese tablero es muy peligroso y estoy aquí porque creo saber dónde está actualmente. Pero no puedo solo ir por él y destruirlo.

Tú tienes un poder muy grande, Einer. Pero el que posee el tablero actualmente tiene tu mismo poder. Solamente tres personas en el mundo lo han tenido y uno de ellos fue Sissa. Necesito tu ayuda, sin ti no puedo enfrentarme a eso.

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⏰ Última actualización: Mar 28 ⏰

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