capítulo III

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Hoy era un día bastante soleado. Podría ser señal de que algo bueno estaba por pasar, el ver a John a lo lejos agitando los brazos con dos bolsas de palomitas me lo advertía.

-¡Espero que no se te haya olvidado tu "misterioso" ajedrez! -dijo mientras me daba una de las bolsas que sostenía-, le he contado a unos amigos sobre el y también están interesados en verlo.

-Por supuesto que no se me ha olvidado, vamos a la mesa de la otra vez y jugamos unas partidas con el. Y sobre las palomitas... -agregué un poco apenado -, no debiste haberte molestado... ¿cuánto te costarón? Te lo pagaré.
-No te preocupes por eso, a cambio mejor enseñame algunos de tus trucos de ajedrez ¡jajaja! -Se rió de manera simpática.

-Vale... -dije tímidamente sin saber como reaccionar.

Me agradaba su personalidad tan simple y alegre, actuaba como si no tuviera preocupaciones de ningún tipo, como si se enfocara en vivir el momento sin importarle nada mas, y de alguna manera contagiaba a los demás; como cierta persona que conocí...

Al llegar a la entrada del club estaban varios de sus amigos de John, los cuales se comportaban como si hubieran visto a una estrella de cine o algo parecido. Cada uno se presentó, pero soy muy malo recordando nombres. Entramos todos juntos, solo para notar, en seguida, que aquella mesa estaba ocupada. No tuvimos opción, tomamos una mesa del centro que estaba vacía por razones obvias, el ruido de los relojes alrededor y los murmullos dificultaban la concentración... además estaban esas ventanas molestas que por la hora que era permitía entrar un poco de luz directa a la cara. A John y a sus amigos parecía no importarles, así que, resignado y sin decir una sola palabra al respecto me senté. Justo en ese momento iba llegando Barend y al ver que la mesa estaba ocupada exclamó: "¡vaya osadía! mira que sentarse en mi mesa... al menos deberían poder vencerme". Por primera vez estaba de acuerdo en algo que dijó Barend, aunque sonara muy pretencioso. Afortunadamente Barend no me había visto esta vez y decidió irse por donde vino.

Saqué el tablero de mi mochila y lo puse sobre la mesa. Me preguntaba si sería posible jugar con el, ya que nunca había podido despegar ninguna de las piezas que parecían estar hechas únicamente con motivo de decoración para personas con gustos extraños. En cuanto coloqué el tablero sobre la mesa los comentarios no se hicieron esperar, "¡parece que la que lo tiro practicaba brujería Jajaja!, ¡ten cuidado o el ajedrez podría robarte el alma y parecer una de esas piezas!", "en efecto, para algún coleccionista podría valer algo, ¿cuánto quieres por el Einer?. Uno de los chicos, sin embargo, se quedó en silencio mirando perplejo el tablero desde atrás con una expresión seria, su rostro transmitía cierto miedo o preocupación... quizás sabía algo que yo no sobre el tablero, o quizás solo estaba pensando en algo completamente diferente que no me incumbe, no le tomé importancia en ese momento.

Sin siquiera decirle, John se apresuro a sentarse frente a mi y con una mirada y sonrisa decidida dijo: "es su turno maestro, le cedo la primera jugada", por su expresión sabía que no era un novato y que no debía subestimarlo. Como era costumbre, los ajedrecistas de los alrededores comenzaron a aglomerarse para ver el encuentro; esta vez se veía más gente, quizás porque era viernes y algunos querían tomarse un fin de semana anticipado.

Configuré el reloj de la mesa a cinco minutos con incremento de dos segundos, tal y como hacía siempre en una partida blitz para que jugáramos todos. Utilizaría la apertura que más conocía, muchos la llaman apertura polaca, del orangután, sokolsky... yo la llamo "la apertura tramposa", porque estas llena de trampas y celadas en las que cualquier jugador amateur caería fácilmente, pero era obvio que no jugaría contra un novato, ¡y estaba decidido a que iría por todo!, eso sin mencionar que jugaría contra un chico de primero y... no quería perder.

La última jugadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora