capítulo II

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Estaba en la puerta principal. Saqué mi credencial para mostrársela al policía de la entrada que las revisaba. Los alumnos del turno matutino recién empezaban a salir. Había llegado a buena hora pero por la discusión de la mañana no tenía ganas de entrar a clases, solo quería ir al club de ajedrez de la escuela y adentrarme en el único mundo que conozco bastante bien; así lo hice, me dirigí al club, era un salón bastante grande con varias mesas y tableros. Me registré en la entrada, apunte algunos datos y la mesa que ocuparía, siempre elegía la que estaba más apartada al fondo, era el lugar más silencioso para poder pensar y concentrarse. Mientras caminaba entre las mesas para llegar a la mía, lo vi... ahí estaba Barend humillando a principiantes para subir su ego. A menudo llegaban curiosos fanáticos del ajedrez queriendo subir a la fama. Estábamos en el último semestre, así que, Barend y yo éramos de los que teníamos más tiempo ahí.

Llegué a mi mesa y comencé a acomodar las piezas. Barend no tardó en acercarse y retarme a una partida.

—Al fin llegas Einer, estaba contándole a los chicos nuevos como es que te gané en la secundaria —dijo con una sonrisa burlona—, aún lo recuerdas, ¿verdad?.

—¿Como no acordarme?, casi hacias que tu papá lo publicara por todos los medios —contesté en un tono sarcástico—, quizás fuí demasiado amable al dejarte ganar.

Barend frunció el seño en señal de enfado y, sin pensarlo dos veces tomó el color blanco. Normalmente alguien se colocaba dos peones de diferente color en cada mano y el otro escogía al azar.

Me reí entre dientes y le pregunté asombrado: "¿Has decidido por ti solo tu color?"
—Necesito el color blanco esta vez, te mostraré una nueva jugada que aprendí —contestó en un tono decidido.

Yo lo dejé, de todos modos me faltaba un poco de práctica con negras. Justo antes de empezar la partida uno de los chicos que se encontraba mirando la escena comenzó a gritar: ¡Barend y Einer van a jugar! ¡Vengan!; yo ya estaba acostumbrado a eso, Barend podía ser un idiota en todo lo demás, pero era un gran jugador de ajedrez y eso no podía negarlo. A pesar de que no me agradaba, ni yo a el, me gustaba jugar con el, ya que era el que más me hacía pensar y salían partidas interesantes.

El juego comenzó. Todos miraban entusiasmados a ver quien ganaría esta vez. Era una apertura italiana... nada especial, y su gran jugada era un gambito evans sacrificando el peon de b4. Fue una larga partida pero al final gané.

—¡Dale gracias a los novatos que no me dejaron concentrar! —se quejó bastante molesto.

Ya estaba acostumbrado a sus berrinches de niño mimado, así que, solo le extendí la mano y le dije ¡buen juego!. Me la dio de mala gana y acto seguido se fue. Los que miraban curiosos y asombrados empezaron a sentarse uno a uno para poder jugar y medir sus habilidades. Así pasé prácticamente todo el día hasta que me cansé y decidí sentarme junto a la mesa a observar otras partidas. En eso un chico se acercó a mi, y de una forma amigable me dijo:

—Vi tu partida con Barend.

Me volteé para ver quien era. Era un chico bastante bajito, medio gordito, se notaba que le gustaba hacer amigos, en su cara reflejaba confianza e inocencia. Pude notar que era de primero por su credencial que tenía colgando al cuello.

—¿Ah si?, y ¿qué te pareció?
—¡Estupendo! —dijó en un tono de asombro—, ¿cómo es que juegas así?, en tu partida intentaba adivinar las jugadas que harías pero me era imposible. Tu puedes ver mucho más lejos de lo que yo, ¿cuál es tu secreto?.
—No lo se... —respondí mirando al techo—, cuando juego es como si todo el mundo exterior desapareciera. Me concentro en la partida y las piezas cobran vida en mi mente.

El chico me miraba fijamente, como si estuviera absorbiendo cada palabra que le decía para aplicarla. Eso me gustaba. Me hacía sentir bien. Por alguna razón se me hacia conocido, me daba una sensación de familiaridad como si lo hubiera visto hace mucho tiempo. Seguimos platicando sin noción del tiempo hasta que éramos los únicos en el club. Me dijo que su nombre era John. No pude evitar contarle sobre el tablero y de la forma tan rara de encontrarlo. Me dijo que se lo mostrara con los ojos completamente abiertos que asustaba. Saqué el tablero de mi mochila y me quede pasmado un momento al ver que todas las piezas estaban acomodadas, ahora que lo recuerdo, también al tomarlo de mi cuarto estaban así... pero no le había tomado importancia. Mi hermano no pudo acomodarlas porque estaba con nosotros al momento de la discusión y, aún así, se hubieran desacomodado al estar en mi mochila tanto tiempo y en movimiento..., mi cara se había vuelto de preocupación, hasta que sentí la mano de John en mi hombro diciendo:

—¿Qué ocurre?, ¿no está? —preguntó sorprendido por mi reacción.
—¿Eh...? —contesté sin prestar mucha atención e intenté levantar las piezas del tablero para asegurarme de que no tenían alguna clase de imanes o algo que las mantuviera pegadas... pero no parecía haber nada de eso.

—Parece que tienes sueño. Si quieres muestramelo mañana, igual ya es tarde y mi mamá se preocupara si no llego.

Se me olvidaba por un momento que no todos habían peleado con su mamá y tenían que volver a casa.

Mire a mi alrededor y todo estaba vacío, solo en la recepción algunas personas ya preparándose para irse a sus casas después de un largo día de trabajo.
John se adelantó ya que vivía del lado opuesto y yo, guardé todo de nuevo en mi mochila y me fuí. Al bajarme del último autobús seguía pensando en como o quien había acomodado las piezas. Mire al cielo y pude notar que una luna llena alumbraba ligeramente mi camino a casa, al pasar por el callejón donde encontré el ajedrez sentí un escalofrío provocado por una ligera ventisca de aire frio y, alcancé a ver una sombra pasando hacia el interior de aquel callejón. Últimamente habían estado pasando cosas muy raras y lo último que me faltaba era que me asaltaran, así que, comencé a correr hasta llegar a mi casa. Metí la llave intentando no hacer ruido para no despertar a nadie. Entré lentamente y al cerrar la puerta escuché un golpe en la cocina, era mi hermano que se había levantado por un vaso de agua.

—¿Qué haces despierto tan tarde? ¡Vete a dormir! —le grité con una voz silenciosa intentando no despertar a mamá.
—¿Estás bien Einer? —me preguntó intrigado.

Había corrido 2 calles enteras, estaba sudando y con el corazón exaltado.

—¡Más te vale subirte a dormir ahora antes de que te haga arrepentirte! —le volví a decir más preocupado por despertar a mamá que por otra cosa.

Mi hermano solo negó con la cabeza y volvió a su cuarto. Subí al mio e intenté dormir para reponerme de todo lo ocurrido.

Esa noche soñé con Luna. Estábamos jugando ajedrez en las escaleras de uno de los edificios de la secundaria. Ella llevaba las piezas blancas y tenía una posición completamente perdida. La mire... y en un tono amigable le dije "no hay nada que hacer Luna" y le sonreí, en eso ella mueve un peón a la novena fila y, acto seguido lo corona. Me mira también y con una sonrisa tierna y una voz suave dice: "tienes razón... gané", al mirar nuevamente el tablero, mi rey estaba acorralado por mis peones y la dama acababa de dar mate. Cuando volví a mirarla tenía una expresión coqueta en el rostro; mientras mantenía su mirada fija en la mía su sonrisa tan cálida y linda parecía hipnotizarme; sus manos recorrían todo el tablero tirando las piezas a su paso hasta que tocaron las mías, y nuestros rostros estuvieron lo bastante cerca para sentir el calor de la respiración el uno del otro. Mi corazón latía muy rápido, pero antes de que nuestros labios pudieran juntarse... sonó la alarma del despertador. Me sentí bastante frustrado queriendo volverme a dormir y terminar el sueño... pero sabía que era imposible, el subconciente no funciona así. Te muestra tus peores miedos y tus más grandes deseos justo en el momento en el que más te atormentan o más los anhelas... el más puro y sincero reflejo de ti. Quizás era eso... la extrañaba demasiado. Desde ese día ya no la volví a ver más, nos abrazamos llorando diciéndonos lo mucho que nos queríamos y prometiendo que volveríamos a vernos algún día. Ella me aseguró que así sería. Realmente lo daría todo por volver a verla aunque sea un momento. Mis ojos se humedecieron y sentí una fuerte presión en el pecho, cuando escuché a mi mamá tocar la puerta y decir: "¡apúrate o llegarás tarde!". Me limpié las lágrimas y me metí a bañar.

La última jugadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora