capítulo VI

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Yacía recostado con mi brazo sobre sobre mi frente, reflexionando sobre todo lo que había pasado hasta el momento. Era casi la una de la mañana y el único sonido que rompía el silencio era el tic-tac constante del reloj, acompañado por el ritmo pausado de mi propia respiración. Si John se había puesto así de mal, probablemente no fue solo mi imaginación. Giré a mi derecha y observé el ajedrez asomándose por mi mochila. A pesar de la poca luz, noté algo peculiar: las piezas estaban pegadas de nuevo y le faltaba un peón. Me levanté y examiné el tablero. Un resplandor rojo recorrió todas las piezas cual olas en el mar. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo y coloqué el tablero de vuelta a mi cajón con llave. Intenté dormir un poco antes de levantarme para la escuela. Ansiaba ver a John y preguntarle sobre lo que había pasado.

Al llegar a la escuela, una multitud de estudiantes en la entrada bloqueaba mi paso. La escuela estaba cerrada y varias patrullas de policía se encontraban alrededor. Sobre la banqueta, el grupo de amigos de John se encontraba cabizbajo y pensativo. Me acerqué a ellos y les pregunté: "¿Qué había pasado?". Ellos solo señalaron la entrada. Me abrí paso entre la multitud y vi a una señora con tres niños llorando desconsoladamente, mientras el prefecto alzaba las manos para decirnos que regresáramos a nuestras casas porque no había clases.

Uno de los del grupo de amigos de John se acercó:

—Es la mamá de John —dijo mientras me miraba fijamente— Los niños son sus hermanos.

Un segundo se levantó:

—La única pista que encontraron fue un peón de ajedrez.

Y finalmente un tercero:

—Similar al tuyo, Einer —agregó en tono acusador— La policía dijo que murió por las heridas internas de un asalto momentos antes, debe ser muy bajo tener que recurrir a estos métodos cuando tu lugar como el rey del ajedrez está en peligro, ¿no?

—¿Qué? —respondí incrédulo— No creerán que yo...el era mi amigo, o al menos me agradaba en el poco tiempo que lo conocí.

Sin decir más palabras, salí corriendo de ahí. Me apresuré a llegar a mi casa para eliminar ese ajedrez y toda evidencia que pudiera incriminarme. Sentía la mirada pesada de todos fijándose en mí. Tomé el autobús de regreso a casa, ansioso y con miedo por lo que pudiera pasar. Realmente yo no había tenido nada que ver con eso, pero había muchos testigos que dirían lo contrario. No dejaba de mirar por las ventanas pensando que alguien me vendría persiguiendo. De pronto, al otro extremo de la calle vi de nuevo una sombra como la de mi juego con John, pero esta vez con los ojos brillando de blanco. El autobús giro una esquina y la sombra desapareció. Me estaba afectando todo esto.

Al llegar a casa, la nostalgia me golpeó como una ola fría. Abrí la puerta de mi habitación y allí estaba Luna. Ya no era la niña que recordaba, sino una joven de diecisiete años. Llevaba un vestido blanco que contrastaba con su cabello oscuro y sostenía mi ajedrez.

—Espera —extendió su mano y me hizo la seña de alto— Sé que vienes por esto. Tengo algo que enseñarte.

Sacó una reina de mármol idéntica a la de mi ajedrez, pero de un blanco puro. La pieza, sostenida en su mano, comenzó a flotar y a emitir un brillo intenso. De repente, la sombra que había vislumbrado en el autobús apareció detrás de Luna. Al mirarla, noté que sus ojos, ahora completamente blancos, reflejaban la misma intensidad que los de John durante nuestra partida. De ellos, brotaba una sustancia blanca, similar a la sangre. La sombra gritó y de un giró con su guadaña partió toda la realidad en dos. Mi cuarto se separaba y dejaba ver un abismo de oscuridad profundan, como si estuviéramos en el espacio.

Comenzamos a descender y, al final de la caída, nuestros pies tocaron un suelo ajedrezado, blanco y negro, reminiscente de un tablero de ajedrez. Alrededor se encontraban tableros hasta el infinito que se perdían en la densa oscuridad del abismo, al observar a los jugadores sentados en los tableros, noté que todos compartían la misma mirada que Luna y John, pero sus ojos brillaban con distintos colores. Además, cada uno estaba acompañado por una sombra que coincidía con el color del brillo de sus ojos.

La última jugadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora