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Seguimos en el hospital, al menos hasta que los doctores queden convencidos de que puede Tom puede llevar su recuperación en casa. La última vez que entró a verlo mamá él estaba durmiendo, así que lo dejo dormir, mientras tanto, ocupo ese tiempo para ir al sanitario, ir a la cafetería por un sándwich y una soda. Luego de eso, me quedo sentado afuera de su habitación, una enfermera sale de la habitación y noto su mirada en mí, que sigo sentado en el suelo.

—Hola —sonrío como queriendo decir «¿Y? ¿Qué tengo de raro?».

—¿Bill?

—Sí.

—Tu hermano está preguntando por ti.

No necesita decir nada más para que me tuviera de pie, y en un segundo me encuentro abriendo la puerta lentamente, para no verme desesperado en un intento por probar sus labios.

Él se encuentra con la cama en una posición que le permite estar casi sentado, y a diferencia del primer día, ya no lleva el oxígeno.

—Hola —dice cuando me ve entrar.

—Hola. ¿Cómo te sientes? —pregunto acercándome. Beso su frente y veo cómo sus mejillas se encienden de a poco.

—Bien. Pensé que te habías ido.

—Te dije que no me iría de aquí si no es contigo.

Me acerco a él y beso sus labios dulcemente.

—¿Pasa algo? —Noto que su boca no se abre, como antes nos besábamos. No sé si es por la gran noticia o porque ha estado un par de días en este hospital.

—No, bueno, no estoy seguro.

—Puedes contarme lo que sea —digo tratando de que no se escuche en mi voz la repentina subida de estrés y miedo. Me siento en un sofá a su lado.

—Es que te amo... sé que te amo, pero... No. Olvídalo.

—¿Pero? —le animo a seguir hablando.

—Creo que han sido los comentarios de papá.

—Déjame terminar lo que creo que quieres decir. Sabes y estás seguro de amarme, yo también te amo y estoy muy complacido de todo lo que hicimos estando en Ámsterdam, pero también está el hecho de que somos hermanos, y tu papá ya no es tan buena onda como se mostró antes, así que se encargó de hacerte saber que todo esto está mal. ¿No?

—No quiero darle espacio en mí a esas palabras, aunque sí, creo que es eso. ¿Y qué tal si sí estamos haciendo algo que en verdad no debemos?

Sí, aunque no quería aceptarlo, estaba creciendo en la boca de mi estómago un feo sentimiento de pánico, no podía controlarlo y no quería decirle que estaba bien, que podíamos dejar esto por las buenas, no quería ser tan egoísta y decirle que yo no sentía nada de eso, que quería seguir besándolo y entregarme a él las veces que quisiera, porque de una cosa estaba seguro, más que haberme enamorado de él, más que amarlo, lo deseaba, deseaba su cuerpo, sus labios, su tacto y mi tacto, su boca en la mía. No quería ser injusto y no validar sus sentimientos. Estaba tratando de no derramar ninguna puta lágrima, porque ahora tenía tantas cosas creciendo en mi interior, y no sólo el pánico atacándome, sino también el miedo de que su repentina duda acerca de mí, de nosotros, acabara en odio. En aberración.

—¿En qué piensas, Bill?

—Yo. —Aclaro mi garganta después de haber tratado de hablar sin grandes resultados. Mi garganta estaba muy seca—. No... ¿Quieres que sea honesto? —Cambio mi estrategia.

—Por favor.

—Bien. No quiero dejarte ir. —Suelto una pequeña risita en medio de esas palabras, y dejo correr esa lágrima tonta por mi mejilla—. Me enamoré de ti desde el primer día que entraste al salón. El punto es que te amo ahora también, a pesar de ese hecho, y mi mamá dijo que no hay problema, lo contrario a lo que te dijeron a ti. Y no pienso decirte qué es lo que quiero que hagas, porque eso sería, tal vez, hacer a un lado todo lo que tú sientes. No quiero hacer que te sientas como sin salida por el hecho de hacer que te quedes conmigo. Pero para ser honesto, es lo único que quisiera hacer.

La Sangre LlamaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora