5. Pagando el precio

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Dos semanas después se despertó en el apartamento con el estómago revuelto. Tras vaciar su estómago por tercera vez consiguió lo que tanto tiempo llevaba deseando: atraer la atención de Tom . Se quedó a hacerle compañía toda la mañana mirándole preocupado cada vez que se levantaba y corría al baño.

Por la tarde parecía que mejoraba y lograba tomar algo sólido sin echarlo de inmediato.

Tras 3 días en ese estado y por los ruegos de Tom acudió al médico en su compañía. Le tomaron la tensión y le sacaron una muestra de sangre para analizarla. Mientras esperaban los resultados, llamaron al móvil a Tom y le dejó a solas en el consultorio mientras atendía la llamada en el pasillo.

A través de la puerta que dejó entre abierta escuchaba parte de la conversación desde la camilla en la que estaba recostado con los ojos cerrados. No sabía con quién hablaba, pero podía jurar con certeza que se trataba de una chica. Su presentimiento se confirmó cuando Tom comentaba lo mucho que se había divertido aquella noche.

Maldijo por lo bajo a la chica y a Tom. A ella por ocupar su lugar, a su hermano por no ver el daño que le hacía.

En esos momentos entró el médico con los resultados de la analítica y se incorporó con cuidado. Esa mañana apenas había vomitado pero notaba el estómago revuelto, más tras saber de la conversación de Tom. Negó con la cabeza cuando el médico preguntó si esperaban a que Tom terminara de hablar y se preparó para escuchar de sus labios la gran noticia.

—Estás embarazado—le anunció con una amplia sonrisa.

Sintió que el mundo se le abrió a sus pies, que le costaba respirar y que la cabeza se le iba. Se recostó de nuevo en la camilla, sin escuchar el sermón que le estaba dando el médico al recordarle que era muy joven para ser padre pero que ya no se podía hacer nada por remediarlo.

Le recordó entre dientes que en un par de meses cumpliría los 18 y se abstuvo de mencionar que si había un último remedio. Se levantó con cuidado de la camilla y poniéndose la cazadora salió del consultorio.

Tom aún seguía al móvil y se cruzó de brazos mientras esperaba pacientemente a que terminara, que le dijera de una maldita vez a la chica que esa misma noche se la tiraría.

Sin dejar de sonreír, Tom se volvió al cabo de unos minutos y tras ver su expresión decidió dar por finalizada la llamada.

—Tengo que dejarte, luego hablamos—se despidió con prisas.

— ¿Nos vamos a casa? ¿O tienes una cita?—no pudo evitar preguntar con odio Bill.

— ¿Qué te ha dicho?—preguntó Tom pasando por alto su sarcasmo.

—Que...debo de haber comido algo que me sentara mal—mintió Bill sin pestañear.

—Con lo poco que comes y te sienta mal—bromeó Tom sin éxito.

Maldijo de nuevo y le dio la espalda. Entraron en el ascensor y regresaron al apartamento. Nada más llegar se enceró en su habitación con la excusa de que necesita descansar.

Pero no lo hizo. Sentado en la cama con el móvil de la mano miraba el número del productor reflejado en la pantalla, pensando si llamarle o hacer las cosas sin contar con nadie.

Necesitaba pedir consejo, estaba hecho un verdadero lío. Solo tenía 17 años y una brillante carrera por delante. Tener un hijo en esos momentos era el mayor error que podía cometer, pero la sola idea de deshacerse de él...

No podía hacerlo...no podía tenerlo...el grupo acababa de despegar y no les podía hacer eso. Bastantes conciertos se cancelaban ya por un simple catarro que se le dejaba sin voz. Si tenía un hijo, su vida cambiaría de la noche a la mañana. Aunque bien era cierto que nunca más se volvería a sentir solo, que habría alguien que le necesitara de la misma manera que él necesitaba a Tom.

Solo y sin tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora