Capítulo VII

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Un sonido peculiar hizo que Demian se despertara

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Un sonido peculiar hizo que Demian se despertara.

Poco a poco fue abriendo sus ojos hasta que se vió acostado en una camilla de hospital. A su alrededor había dos mesitas con floreros, mientras que a su lado estaba uno de los monitores de pulso conectado a su cuerpo.

La mayoría de personas normalmente se alarma y luego entra en pánico al darse cuenta que—¡Oh, sorpresa!—, te despiertas en una habitación qué huele a agua oxigenada, medicina y cloro. Pero Demian no. Ni siquiera el frío en sus piernas le causaba pánico o sorpresa ya que al ser forense era como una visita a la morgue.

Por muy psicópata que suene.

El lado izquierdo de su cabeza le dolía como el demonio. Era como si un físico culturista estuviera propinándole un masaje craneal con cuidado de no aplastar su cabeza en el acto.

Podía sentir cómo las intravenosas pegadas a sus brazos le hacía cosquillas cada qué la intentaba mover; además, tenía un particular ardor en su rostro semejante a cuando te cortas con vidrio.

En el momento en que empezó a recordar lo sucedido, se percató que cuando intentó contar toda la historia detrás del diario y el destripador, su cuerpo reaccionaba negativamente. Si mal no recordaba, Demian empezó a botar sangre por su nariz, su visión se volvió difusa y luego… Negro. Todo se volvió oscuridad seguido de un silencio sepulcral.

—El diario del merodeador…—murmuró para sí mismo—. ¿Acaso las reglas si afectan? O ¿solo fue el cansancio acumulado de los días sin dormir?

Antes de que siguiera lanzando preguntas al aire, la perilla de la puerta de la habitación se giró y una persona familiar entró por el umbral.

—Te ves de la mierda, amigo—Adam saludó a su manera y seguido de él entró Sara.

Demian les sonrió.

—Uno hace lo que puede para no perder el encanto—dijo Demian, extendiendo su puño hacia Adam.

Este último le correspondió e hicieron un choque de puños propio de buenos amigos.

Sara apareció un abrir y cerrar de ojos del lado derecho de la camilla. Comenzando una inspección rápida en el cuerpo de Demian.

—Estoy bien, Sara. No tienes porque seguir tocando mi…¡Auch!

—¡Oops! Parece que la cabeza te duele todavía.

—Diablos. ¿Alguno de ustedes sabe algo de Leticia?—preguntó Demian, mirándolos a ambos.

Adam y Sara compartieron una mirada cómplice.

—Depende.

—¿Depende de qué?—vociferó, percibiendo de donde venían los tiros—. Pregunto ya que estaba hablando con ella cuando me desconecté de la realidad.

—Esto no es la matrix, Demian—afirmó Sara, comenzando a ver las cartas sobre las mesas—. Leticia llamó a Adam, luego él se puso en contacto conmigo y aquí estamos. Viendo por qué nuestro amigo sufrió de un bajón de azúcar de repente.

—Con un bajón de azúcar…

En su interior Demian sabía la verdad. Pero prefirió creer de momento en esa causa.

—Parece que tienes a alguien que se preocupa por ti—comentó Adam, tomando una carta de la mesa detrás de ellos.

Demian no entendió. Hasta que Sara le arrebató la carta cerrada con un: “Mejorate pronto”.

Demian la tomó y antes de que la abriera alguien más entró por la puerta.

Era Mark.

Mark llevaba unas latas de refresco en sus manos y una bolsa de papel con sandwiches en su boca. Pero al verlo despierto, su expresión cambió de sorpresa a indiferencia.

—Hasta que por fin despiertas—dijo el chico, soltando los sándwiches en la camilla y las latas en el suelo—. ¿Cómo te sientes?

—Yo…—Demian tragó y continuó—. Estoy mejor.

—Mmm. Pues la doctora dice otra cosa…—Demian miró a sus colegas y estos decidieron darle un espacio con su hijo.

Luego se retiraron a la espera del desenlace de la conversación.

—Ah, ¿sí? ¿Y qué dicen exactamente?—inquirió Demian, mirando el monitor y notando que, en efecto, tenía la presión baja.

—Dice que tu presión está debajo de lo normal. Sangraste por la nariz debido al agotamiento físico y te desmayaste porque tu cerebro colapsó por una presión que te impedía dormir las horas necesarias para todo ser humano—a veces le resultaba un fastidio qué Mark fuera atento a todos los detalles de su vida—. Además, te has estado comportando raro desde hace un par de días. Como si esperaras a que algo o alguien viera.

—No es nada. ¿Cómo te fue en tus clases?

—No intentes cambiar el tema, Demian—advirtió Mark, sentándose en una esquina de la camilla—. Si pasa algo puedes decírmelo. Soy tu hijo adoptivo, ¿no?

Demian lo miró a los ojos y notó su angustia. Aunque entró siendo un adolescente rebelde y antipático, eso es solo cuando están otros. Él sabía mejor que nadie que Mark tenía su lado amable, y a pesar de que ya experimentó lo que es contarle a alguien más lo del diario… Un último no hace daño.

Por lo menos no tanto.

—Hijo. Hay un día…

Otra vez su boca fue sellada.

—Demian. Tu nariz está…—musitó el chico, usando las mangas de su sudadera gris para limpiar la gota de sangre que escapó de sus fosas nasales.

Demian sonrió.

—Gracias, Mark. Ahora sé lo que tengo que hacer—Demian miró a Mark y le pidió que le trajera papel higiénico, a lo que este fue rápidamente.

Cuando por fin quedó solo en la habitación, con su mano sujetó la carta y la abrió con los dientes al saber de quién era.

Evitó mostrar signos de preocupación antes Adam y Sara ya que ellos lo hubieran notado.

En una esquina de la carta, tenía un sello que él reconoció al instante. Un remitente muy particular.

E. D

Demian lo supo, pero se contuvo para no preocupar a nadie. Sin embargo, ahora entendía cuál era su deber.

Al desplegar el papel doblado en secciones de cuatro cuadros, leyó lenta y detenidamente su contenido en voz baja:

“—No vayas en contra de las reglas, merodeador. Ya sentiste en carne propia lo que sucede si incumples una de ellas. ¿Te sientes mal? ¿Aún quieres contarle sobre este juego a alguien más? ¿De verdad me quieres hacer enojar? ¿Tus amigos del departamento podrán cubrirte la espalda de mí o también me los llevaré por delante? ¿Acaso tu hijo deberá pagar por la cobardía de su padre?

Sabes. Verte durmiendo en una camilla fue muy interesante. ¿Quién crees que te compró unas nuevas gafas? De nada. Quería que leyeras esto muy bien.

Ahora dime… ¿Nos dejamos de juegos y vamos en serio?”

Cuando acabó de leerla, su sangre hirvió cual olla a presión.

De inmediato tomó sus gafas y las estampó contra la pared al final de la habitación.

—Gracias, destripador. Ahora si me diste un motivo para jugar contigo, maldito.

Demian no permitiría que alguien se interpusiera en su vida. Y mucho menos se atreviera a amenazar a las personas que él más amaba.

“Todo lo que hace falta para que el mal triunfe, es que los hombres buenos no hagan nada.”

—Con gusto seré el merodeador. Y te juro que te derrotaré en tu propio juego.

Dictaminó rompiendo la carta y preparándose para la guerra personal que tenía que librar.

El diario del destripador #ONC2024 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora