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"La vida es algo tan frágil y efímero como una flor, lastima que ninguno de los dos es eterno."
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EL aire frío recorría las calles de aquella ciudad, El cielo lloraba y la tierra bajo sus pies era húmeda.
El clima perfecto para un funeral.
Los llantos de las pocas personas presentes se escuchaban en aquel cementerio a un lado de la ahora preciosa lápida nueva.
¿Porque? ¿Porque lloran ahora? Cuando el estaba vivo poca atención le brindaban y ahora que se fue, todos lloran como si les importara.
Azumi no era tonta, su padre la dejaba a cargo de la funeraria mientras el se encargaba de limpiar los cuerpos en el sótano, o como el le llamaba "su pequeña morgue".
En sus tiempos libres la niña observaba a los demás niños pequeños, lo descuidados qué eran sus padres la hacía enfadar, poco se preocupaban si el niño comía tierra, se lastimaba, lo golpeaban o incluso se iba con un desconocido.
Eso último fue su error, quizás si ellos fueran más atentos, lo hubieran evitado.
Azumi adoraba a ese niño, la saludaba todas las mañanas con una gran sonrisa, solía llevarle sulced caundo la iba a visitar, era uno se sus pocos amigos, ella era conciente de los horribles padres que tenía, jamás le ponían atención y mucho menos les importaba aquel niño.
Eso hacía que la pequeña Azumi se sintiera más que afortunada por tener a su papá, el la amaba y se preocupaba por ella, la cuidaba y consentía apesar de solo ser ellos dos.
Su padre algún día le dijo "nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde" y solo bastaron un par de días para que ella entendiera aquella frase.
El pobre niño había sido secuestrado, odiaba aquel pueblo, la horrible gente de ahí le había arrebatado a uno de sus amigos.
Ahora todos lloraban en su funeral a un lado de la lápida que ella se había encargado de diseñar, se aseguró de que fuera hermosa solo para el, no lo hacía por ellos, si hubieran sido ellos quienes fueran secuestrados ella al contrario, no hubiera hecho ni una sola lápida, odiaba a esos adultos, los constantes moretones que presentaba su amigo en sus extremidades eran a causa de los golpes causados por ellos.
El funeral acabó, dejando la lápida solitaria y llevándose a la familia para consolar a los padres, quienes juraban amar a ese niño, Azumi solo los miraba con reselo, pues por su culpa, el niño había fallecido.
