CAPÍTULO 03

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Max Verstappen era una figura pública y era completamente consciente de eso

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Max Verstappen era una figura pública y era completamente consciente de eso. Cuando salía a la calle había gente que se acercaba a él en oleadas para pedirle autógrafos y fotografías, y debía tener cuidado con los lugares a los que iba, su comportamiento en ellos y también con cualquier cosa que firmara (más de una vez habían intentado que firmara un acta de matrimonio o adopción). Justo por eso no salía demasiado y prefería pasar su tiempo en su apartamento jugando videojuegos o practicando en el simulador, ya que aún valoraba en cierta medida su privacidad.

Por eso, cuando su teléfono comenzó a sonar incesantemente justo antes de que pudiera iniciar una partida de FIFA y notó que, además, la llamada provenía de un número desconocido etiquetado como italiano, se enfadó. Se suponía que nadie debería tener su número personal, solo algunos pilotos, altos mandos de Red Bull y familiares y amigos tenían ese número.

Dejó el control sobre su escritorio y tomó su celular. Odiaba atender llamadas en su zona de juego, de la misma forma en que odiaba que le hablaran a través de la radio cuando competía, simplemente se sentía como que estaban haciendo algo incorrecto, como si dañaran algo que él realmente apreciaba.

Y viendo lo mal que creía que iba a salir esa llamada, no quería responderla frente a la pantalla y que después cada vez que mirara su videojuego preferido recordara el garrafal desastre de la vez que un desconocido le llamó antes de jugar y se gritaron mutuamente a través del teléfono. Claro, no iba con la intención explícita de gritarle a esa otra persona, pero habitualmente cuando respondía una llamada que no quería responder, todo el asunto terminaba en gritos, y si la otra persona gritaba, ¿cómo iba a no gritar él?

Así, se levantó con el teléfono y caminó hacia su sala de estar. Para ese punto no estaba abiertamente furioso, solo fastidiado... Y algo enfadado también, en realidad. Quienquiera que llamara, tenía suerte de que su partida no hubiera iniciado ya cuando el teléfono sonó, o habría estado en problemas.

No le gustaba que nadie tuviera su número privado. Ni siquiera su escudería lo llamaba a ese número, sino al de trabajo, porque sí, tener un trabajo como el de Max implicaba que deberías tener al menos dos números de teléfono. Mucho menos le gustaba que seguramente lo iban a utilizar para venderle algún estúpido e inútil producto.

—No sé qué es lo que estás vendiendo, pero ahorremos tiempo y terminemos con esto: no estoy interesado, adiós —dijo Max, en el momento en que aceptó la llamada.

La persona al otro lado de la línea respondió antes de que pudiera cortarle y bloquearle. Quizá incluso reportar el número como spam.

— ¿Sabes qué es lo mejor de tener dinero? Que cuando llamas a Red Bull y les pides el número personal de su campeón, te lo dan —dijo la persona a través del teléfono.

Era indudablemente la voz de una mujer, una que denotaba que no tenía tiempo para los desaires de Max a juzgar por su desinterés hacia su poco cordial saludo. La voz tenía un tenue acento a pesar de hablar con perfecta fluidez el inglés, y si el número del que le había llamado indicaba algo, entonces debía ser italiana.

— ¿Red Bull te dio mi número? —preguntó Max, todavía irritado, pero un poco más interesado— Y para esto, ¿quién se supone que eres?

—Allegra Lombardi. Puedes buscarme en internet si quieres, puedo garantizarte que vas a encontrarme.

—No será necesario. Bien, de acuerdo. No estás vendiéndome nada, ¿qué es lo que quieres?

Él realmente no pensaba buscarla en internet, no solo porque ella parecía demasiado confiada respecto a que lo haría y eso lo molestaba, sino también porque en realidad no le interesaba suficiente como para investigarla.

—Podría decírtelo —dijo Allegra, con facilidad—, pero no quiero. No por teléfono al menos, y da la casualidad de que en estos momentos estoy en Mónaco, por trabajo, así que podríamos reunirnos y hablar.

Max podía decir que no. Técnicamente podía. Pero si su misma escudería había sido la que le había dado su número a la mujer, entonces seguramente debería tomarse la molestia de escuchar lo que ella tenía para decir. Eso, claro, no significaba que le gustara la idea en lo más mínimo. A él le gustaba correr, le encantaba, solo la parte de los patrocinadores, de comprar y canjear pilotos como si no fueran más que objetos y tener que mantener a todo el mundo complacido, no le gustaba. Él estaba a salvo en esos momentos porque sus resultados hablaban por él, era el mejor en lo que hacía, era el campeón mundial, y eso lo hacía valioso, hasta que el auto dejara de ser tan bueno y su rendimiento disminuyera, o hasta que sufriera algún accidente, y todo los trofeos y campeonatos pasaran a ser nada más que historia, y él se convirtiera en nada más que prescindible.

Así que debía jugar el juego. No con todos, no tenía la paciencia para hacerlo con todos. Pero podía ser suficientemente cortés con quienes importaban y cuando importaba. Y todavía no decidía si Allegra Lombardi era una de esas personas que importarían para su carrera.

— ¿Dónde y a qué hora? —preguntó él.

Cuando ella respondió, Max casi podía oír la victoria en su voz.

—Te mandaré la dirección por mensaje. ¿Las 5 funcionan para ti?

Eso era en una hora y media. No es que realmente tuviera otra cosa que hacer en esos momentos, en pleno descanso de temporada y de momento sin ningún plan para salir con sus amigos.

—Sí, estaría bien.

—Estupendo. Te veré más tarde, entonces.

La llamada se cortó y solo algunos segundos después su teléfono timbró. Un mensaje de un número desconocido tenía la dirección de un restaurante, uno costoso, pero suficientemente privado como para que Max no tuviera problemas en asistir.

Analizando, había acordado reunirse con una mujer desconocida que había obtenido su número de forma sospechosa y que se había reusado a darle alguna información sobre por qué quería verlo. No había sido la mejor de sus ideas, y si ella le daba algún motivo para arrepentirse, poco le iba a importar quién fuera Allegra Lombardi, no iba a tenerle más paciencia que a cualquier otra persona dentro o fuera de la pista. Aunque quizá, solo quizá, sintió la tentación de retractarse sobre que no la buscaría, esperando que eso le devolviera la ventaja que claramente había perdido en algún momento de la extremadamente breve conversación que había tenido con ella.

Seleccionó el número desconocido en llamadas recientes, cuando lo hizo, apareció la serie de opciones habituales: añadir, compartir, bloquear, denunciar y borrar del historial. Seleccionó añadir, y la guardó con su nombre: Allegra Lombardi.

Entonces tomó su decisión, y recordando que había dicho que no la buscaría en internet, envió un mensaje.

"Necesito un favor. Busca a Allegra Lombardi en internet y manda una captura de pantalla de lo que encuentres."

HALL OF FAME, max verstappenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora