CAPÍTULO 2: Experimento 326

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Un inquietante silencio envolvía lo que, ahora en adelante, sería mi habitación. A comparación con el resto de la residencia, la habitación de color blanco era bastante simple. Si bien era bastante pulcra y aburrida, no me molestaba, dudaba de todas formas que pasara mis horas allí. Me cambie de ropa, por una más cómoda, y sobre ella me coloqué la larga chaqueta blanca que me habían dejado sobre mi cama. Observé que en el pequeño ropero contaba con otros juegos de guardapolvos idénticos, mi uniforme durante la estadía.

Terminé de acomodar mis pertenencias tratando de distraer la mente, sentía que en cualquier momento saldría corriendo. Pero luego sentí unos toques en la puerta, llamándome.

Al salir me encontré con un hombre alto, de traje y corpulento. Tenía la cabeza completamente rapada, unos lentes de sol y un dispositivo de comunicación que colgaba sobre una de sus orejas.

Se veía joven, pero más grande que yo, seguramente rodeaba cerca de los treinta.

— Buenos días señorita Plagiaretti — dijo con voz grave y profunda —. Mi nombre es Dom, seré su escolta durante su estadía en la clínica. El Doctor Frieldman me ha ordenado que la busque para su cita explicativa. —se explicó el guardia.

Lo saludé tímidamente mientras me limitaba a regalarle una pequeña sonrisa nerviosa.

Atravesamos unos cuantos pasillos llenos de puertas, de vez en cuando pasaban personas con chaquetas blancas y planillas, supongo que doctores o científicos. Pero estaban demasiado ocupados para prestarme atención.

El guardia frenó en una de las puertas y me indicó que entrara.

— ¡Señorita Plagiaretti! Me alegro de verla, la estaba esperando — expresó emocionado mi profesor al ver que ingresaba a su oficina — debo admitir que es una grata sorpresa tenerla aquí. Cuando recibí su e-mail quedé estupefacto. Si mal no recuerdo, cuando le ofrecí el puesto me miró aterrorizada — bromeó.

Reí con él, porque tenía razón. Si no fuera porque mi vida se acababa de derrumbar, y me encontraba lo suficientemente desesperada para escapar, ni en mis más descabellados sueños pisaría este lugar.

Pero cuando siguió hablando, mi estómago comenzó a retorcerse de los nervios.

— ¿Traes contigo los papeles de confidencialidad que te pedí que firmaras?

— Si aquí los tengo — dije mientras dejaba el portafolio sobre la mesa.

Los agarró para confirmar que estuviera todo en su lugar, correctamente.

—Bien, tienes que firmar ahora estos papeles también. — dijo señalando otros en la mesa. — Lamento tanta formalidad, pero debes entender que en este lugar nos vemos obligados a manejarnos así. Esta es tu última oportunidad para poder retirarte. Ya que, por órdenes de dirección general una vez explicado el proyecto en que trabajarás no hay manera alguna de poder retractarte hasta que finalice tu deber laboral.

« Debo advertirte nuevamente que no puedes decirle a nadie dónde te encuentras, ni hablar de las tareas que realices.  — dijo mientras agarraba uno de los papeles y se acomodaba los anteojos para leerlos bien. —Cabe aclarar que, en caso de ser violado el secreto confidencialidad, se te demandará por la suma de tres millones de dólares y podrías enfrentar una pena de prisión de entre 15 a 25 años.

Me quedo mirándolo asustada. Mierda.

Me brindó una ligera sonrisa simpática, cómo si no hubiera largado algo cómo aquello, y me pasó los papeles para firmar.

Tragué en seco. Mi pulso temblaba con el bolígrafo en mano. Mi mente comenzó a dispersarse, analizando todas las posibilidades. Cuando vi a mis alrededores, pensé que esto no era una buena decisión. Me reproché por haber sido tan impulsiva, ya estaba acostumbrada a meterme en problemas por eso, primero la cago, luego pienso.

SANGRE PROHIBIDA ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora