Beer & Kiss | Zayn Malik |

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Mi nombre es Claire Levely. Tengo diecinueve años, y soy estudiante de segundo año en la carrera de medicina en la Universidad de Cambridge, a la cual ingresé por medio de una beca que obtuve gracias a haber estudiado sin descanso durante toda mi estadía en la secundaria.

Vivo a unas cuantas, varias, muchas calles de la Universidad, en una pequeña y sencilla casa, la cual comparto con mi padre, Ethan Levely, y mi hermano menor, de cinco años, Theo.

¿Dónde está mi madre? Seguramente trabajando de puta en las vegas o en algún lugar así. No se crean que mi padre sigue con ella, no. Eso es una larga historia.

Por otra parte la madre de Theo; porque sí, no tenemos la misma madre; está en la mansión de un viejo rico con Alzheimer que conoció en un bar una noche que decidió que era divertido ponerle cuernos a mi adorado padre. Sí, se puede decir que el hombre de treinta y seis años al que todos los días le digo papá, no tiene mucha suerte en la materia mujeres. Es eso, o todas son unas perras que van detrás del dinero. Yo, por lo pronto, no soy de esa clase. Tal vez pertenezco a una en extinción.

Como cada día en las preciadas semanas de mi vida, me levante a las seis de la mañana para preparar el desayuno de los dos niños de la casa. Mi padre puede ser mi padre, pero a veces se comporta como si solo fuese mi hermano. ¿Qué más puedo esperar de un hombre diecisiete años mayor que yo? Nada, solo actos inmaduros de vez en cuando, ya que me robé gran parte de su adolescencia.

— ¿Necesitas de algo, Claire?— consultó él, en la mesa, cuando todos desayunábamos.

— No— negué mientras obligaba, con la mirada, a Theo tomar toda su leche. Me cuesta horrores hacerlo desayunar correctamente cada mañana. Suele comer todo lo que le pongo en frente, pero la leche. La leche es algo imposible de hacer que se trague.

— Oh, se me olvidaba. Hay que hacer compras... otra vez. ¿Quieres que vaya yo después de clases, o...— recordé, repentinamente.

— Ve tú. Yo no tengo idea de qué es lo que necesitaras para la comida— sonreí. Es verdad, aún no me explico cómo es que hizo para que cada día de mi vida no me faltara un plato de comida en frente. Supongo que quien me mantenía con el estómago lleno era mi abuela. Pero ahora solo se dedica a cuidar de Theo en las tardes, mientras estudio y él trabaja.

— Ok— asentí, y luego seguí su cuerpo con la vista. Viéndolo levantarse para despedirse de nosotros, y partir a ese lugar en el que pasa gran parte de su día, y deja su alma, a cambio del dinero que nos permite tener lo que tenemos.

Buscó su billetera y dejó algunos billetes sobre la mesa para que pudiera hacer la compra.

— Adiós, Clai. Ten un lindo día— pronunció con suavidad, para luego plasmar un beso en mi frente, como cada día.

— Adiós— murmuré, removiendo el café en mi taza.

— Adiós enano. Hazle caso a la abuela— se despidió del pequeño Theo, pasando una mano por su cabello castaño y guiñándole un ojo. El niño sonrió dejando a la vista la comida que había en su boca, provocando otra sonrisa en él. Y así, sin más, mi padre caminó a la entrada y desapareció por ella.

— ¡Theo, deja el perro y ve por tu mochila!— grité, unos cuantos minutos después de que Ethan se fuera de casa.

Ese niño y Fido, el perro; porque mi hermano no tuvo muchas buenas ideas el día que le puso nombre; son compañeros inseparables de la mugre. Puedes pasarte horas peinando a mi hermanito, acicalándolo y todo, pero luego viene la bola de pelos y lo pone igual de mugroso que antes.

Fido es un callejero con el que Theo se encaprichó un día cuando mi padre lo llevó a un parque de diversiones. Admito que era adorable, y el pobre estaba todo sucio y dentro de una caja, desamparado en pleno invierno. Después se puso enorme, apestoso y malcriado. Se parece mucho a un terrier. De hecho, creo que es uno, o alguno de sus padres era uno. Ya saben, es de esos perros medianos, lanudos, marrón y negro, lleno de chillas en el hocico. Es bonito, pero apesta, ya lo he dicho.