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Salí desorbitada de la última consulta con la ginecóloga, justo seis días después de mi discusión, si es que así podía llamarla, con Leo. Los papeles en mis manos y todo mi ser sumido dentro de mi cabeza.

La tarde del pasado viernes, la había compartido con Cloe. La única que no sabía hasta entonces de mi posible embarazo, en ese entonces.

La chica se había mostrado bastante serena ante la noticia. Si bien en un principio no hizo más que gritar y soltar insultos al aire en contra de Leo, y más de una vez me llamó idiota por no haber hecho lo que debía, al final supo comprender que mi mente se había centrado en otra parte.

Idiota era un calificativo que me quedaba bastante chico teniendo en cuenta los riesgos que había tomado, sin haberlo pensado. Sabía que en un asunto como ese, lo mejor era no distraerse, pero no había podido controlarlo.

Respecto a la orden que había recibido de Lionel, la expresión de horror que obtuve de parte de la castaña, jamás la había visto.

Me abrazó, y hasta lloró conmigo. Dijo que no permitiría que él me obligara a semejante cosa, que haría lo imposible por impedirlo. Que iba a ayudarme y que jamás se apartaría de mí. Dijo que el bebé en camino, merecía lo mejor y que lo tendría sin importar lo que su padre le diera, o le negara. Me aseguró desde lo más profundo de su ser que ella, su familia, y la mía, estarían para mí, que no debía temer, que siempre sería así y que dejara todas mis dudas sepultadas en un hoyo oscuro.

Prometió ser todo lo que mi hijo necesitara. Prometió ser su madre postiza, su padre, su tía, su hermana, su mejor amiga, su todo. Aseguró que no me juzgaría nunca, y que podía pedirle lo que fuera.

No era la mejor noticia, claramente, pero ella se veía feliz a pesar de ello. Comenzó a fantasear sobre mi futuro, o como ella decía, el nuestro, porque en un momento se tomó muy a pecho el hecho de ser parte de esa pequeña familia que estaba a punto de formar. Tuvo cierta gracia por algunos minutos pero después, la perdió, y la emotividad, las sensaciones amargas y lánguidas comenzaron a rondarnos cual almas en pena.

El miedo en mí regresó, a pesar de sus constantes pedidos de que lo olvidara. Repetía una y otra vez que el temor me paralizaría, y que no era lo mejor en esa situación. Lo mejor, era levantarme cada día más fuerte que el anterior, con las esperanzas de que todo saldría bien. Pero para ello, para ello había cierta conversación que debía tener. Había cierto monstruo al que debía enfrentarme. Monstruo al que había comenzado a temerle más que nunca, y que cada vez me hacía más daño.

Cloe prometió ser mi pilar, pero sabía que aunque ella estuviese, igual caería. Los años no se desvanecían con un soplido de viento freso. Los afectos se clavan en el alma y la sensatez de mi cabeza me lo rememoraba con cada intento de paso que quería dar.

Pero aquella relación no tenía una salida sana y airosa para ambos. Todo estaba tan roto, que ni mi voluntad lo arreglaría.

El siguiente tranco que daría mi alma me partiría aunque no lo quisiera. Sabía que había varias situaciones esperándome afuera; que las cosas serían, de alguna manera, diferentes, dependiendo su respuesta, pero había algo que para mí no cambiaba, y eso era el dolor. Por más que quisiera esquivarlo, el dolor estaría ahí, y no me dejaría salir ilesa.

La situación que se me presentó al jueves siguiente, terminó con todo lo que había en mí. Con mis ideas, mis pensamientos, mis emociones. Con lo poco que quedaba en mi corazón.

A pesar de haber manejado con la posibilidad durante una semana completa; oírla... oírla lo cambió todo.

Me sorprendí con las lágrimas desbordando mis ojos, y una pequeña sonrisa apenas asomando en mis labios.

Beer & Kiss | Zayn Malik |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora