En otro lado, lo suficientemente alejado del café, un joven profesor bajaba de su bici desesperado. La mirada preocupada de su amigo decidió quedarse en silencio y no preguntar nada.
Pero Enzo elevó los brazos en el aire, enojado.
—¿¡Podes creer que se me cayó la caja?! —el castaño entornó sus ojos confundidos.
—¿Qué? —varó un rato en su aspecto y sus brazos, traía una taza de los Simpson en la mano y la mochila colgando de su hombro. La camisa celeste un poco entreabierta y el pelo más despeinado que nunca por el viento.
—Los vasos —susurró. —fui a comprar los vasos y se me cayeron. —Esteban se levantó del suelo, dispuesto a ayudarlo con lo poco que llevaba encima.
—¿Por qué fuiste a comprar vasos?
—Porque no tengo nada, ni platos, ni cubiertos ¡Nada!
No era normal ver gritar a Enzo, pero su frustración lo estaba cegando y en este momento, solo quería desquitarse con algo. Abrió la pequeña puerta, su amigo cargaba con la mochila y una patética taza entre sus manos. Levantó la bici con un brazo mientras se dignaba a subir las escaleras seguido del castaño.
Una vez entraron Esteban quedó un poco sorprendido. No tanto, pero sí saben, de esa sorpresas que simplemente no esperabas en ese momento pero sabías que en algún momento iban a llegar.
El sillón bien acomodado en el lugar, no había rastro de cajas por ningún lado y, de alguna manera, incluso estaba decorado con plantas.
Enzo abrió las ventanas con bronca, dejando pasar el viento de la ciudad. Prendió unos pequeños parlantes para reproducir música y se acercó a la cocina. El invitado solo se dignó a seguirlo.
—Podes dejar la mochila en el sillón.
—Es lindo el departamento. —quiso cambiar de tema. El dueño de casa comenzó a calmarse, intentando regular su respiración.
No había tenido un buen día, tampoco una buena semana. La mudanza y el trabajo lo estaban agobiando, aún no habían encontrado a los protagonistas de su obra, lo cuál le daba la mayor sensación de angustia.
Sus compañeros de trabajo ni siquiera se habían esmerado en buscar a más gente y eso empezaba a desesperarlo. Aún no se acostumbraba a las calles ostentosas de Buenos Aires y empezaba a arrepentirse de todas las decisiones que una vez tomó.
Puso agua en la tetera con intenciones de servirle un té a su amigo.
La culpa se apoderó de él, había venido de visita y aún ni siquiera tenía vasos para ofrecerle un poco de agua.
Y ni hablar del suceso de esta mañana.
El mayor se sentó en el sillón, halagando su nuevo hogar.
—¿Té o café? —le preguntó.
—Café.
El castaño quedó unos momentos a solas mientras Enzo se dirigía al baño. Entendía la frustración de su amigo, así que, prefería no hacer ningún comentario al respecto y dejarlo pasar.
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Escarlata
RomanceSu apellido era adorado por la mayoría de los profesores, a lo largo de su vida siempre había sido así. Nadie podría advertirle que eso sería tanto perjudicial, como bastante beneficioso para ella. Maira llamaba la atención a donde fuera, el tipo d...