Las semanas pasaron y consigo el otoño. La ciudad cada vez más helada obligaba a los habitantes a vestir sus mejores prendas de abrigo. Maira adoraba volver a casa con la nariz roja y encontrarse con su amado felino, ella era fanática del clima frío. Por fin ese sábado había decidido visitar el trabajo de su amiga.
Apenas entró, el fuerte olor a comida frita golpeó contra su olfato. Un verde manzana, mucho más chillón de lo que puedas ser capaz de imaginar, cubría las paredes. Se sentó en una de las mesas mientras una joven dejaba la carta de mala gana. Parecía tener menos ganas de trabajar que la propia Maira.
El tiempo se le escapó rápidamente de las manos cuando quiso decirle que no hacía falta, ella ya sabía que iba a pedir. Pero la joven ya estaba del otro lado del mostrador, chateando por su teléfono sin intenciones de levantar la mirada.
La atención lo es todo, por eso vuelve el cliente.
Juzgó en silencio mientras lo dejaba pasar, tenía ganas de levantarse del lugar y salir a pasos apresurados, pero le había hecho una promesa a su amiga y debía cumplir. Se sacó la gruesa campera de encima y la dejó en el respaldar mientras se tomaba un momento para observar lo grande que era la mesa y lo sola que estaba allí. El resto de lugares estaban ocupados, habían un par de familias, pero la gente individual abundaba.
Le envió un mensaje a Mari, dudando que pudiera verlo o contestar, pero con intenciones de mantenerla al tanto.
El frío que corrió por su cuerpo la hizo estremecerse, alguien nuevo había llegado y el viento se había colado. Apenas vio quién era quiso morirse en ese mismo instante, su profesor tenía el ceño fruncido mientras acariciaba sus propios brazos, en un intento de darse calor.
Las cosas no habían salido muy bien últimamente entre ellos, con regularidad discutían en clases y él parecía no tolerar por mucho más a la menor. Había algo en Enzo que a Maira solo le daban ganas de ahorcarlo, la manera en la que contradecía absolutamente todo lo que ella dijera la enfurecía y más de una vez había tenido ganas de desahogarse a los gritos... y a los golpes.
Se quedó estática en la mesa al ver que no habían más asientos libres, de manera disimulada -como si alguien la estuviera viendo- juntó las palmas de sus manos en secreto, rezando porque el pelinegro se fuera y no pidiera sentarse a su lado como esa vez que se encontraron en la cafetería.
Claro que, por otro lado, Enzo jamás iría a pedirle asiento a esa mujer. Desde que ella se había ido sin despedirse había quedado desconcertado, sin tener las razones suficientes. Su poco aprecio fue disminuyendo en cada clase en la que debían encontrarse.
Para la mala suerte de ambos, Julieta apareció en el panorama de Maira, ambos buscando algún espacio disponible mientras ella rogaba que no la vieran. La castaña se acercó más sonriente que nunca al ver a la más joven.
¡Bingo!
Al verla acercarse, Maira se puso de pie para saludarla, sin mucho ánimos. Enzo gruñó entre dientes, comprendiendo las intenciones de la mujer. En ese preciso momento deseaba huir a casa, encerrarse y comer cualquier cosa que encontrara en su heladera. Seguro de que su compañera no lo dejaría, saludó a la pelirroja con un beso en el cachete, como a cualquier otra persona. Fingiendo con la mayor sonrisa falsa que encontró en su catalogo de "Sonrisas para gente que me cae mal... y quiero que lo sepan".
ESTÁS LEYENDO
Escarlata
RomanceSu apellido era adorado por la mayoría de los profesores, a lo largo de su vida siempre había sido así. Nadie podría advertirle que eso sería tanto perjudicial, como bastante beneficioso para ella. Maira llamaba la atención a donde fuera, el tipo d...