τέσσερα

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Isidoro está preocupado, muy preocupado. Gustabo no deja de comportarse raro, estresado y casi errático, y eso le da muy mala espina. Aún más cuando llegó de su turno nocturno a casa y vio todo hecho un desastre, cristales, alcohol y sangre por todas partes, y siente que ya se está acostumbrando a esa ligera rutina.

Mira a Gustabo desde el marco de la puerta, está tumbado durmiendo como un bebé, casi una escena añorable si no fuera porque el rubio está empapado en sangre, alcohol y sudor. Tiene una herida que dejó de sangrar hace horas en la coronilla, provocando un resto carmesí desde esa zona hasta su espalda, manchando el colchón y su ropa. Tiene que acercarse con cuidado para no pisar ningún cristal que ha dejado Gustabo como rastro desde el baño hasta su habitación, y lo zarandea para despertarlo.

Le ha visto paranoico, agobiado, enfadado, irascible... De mil maneras, pero nunca lo ha visto deprimido. Gustabo nunca se ha mostrado como alguien deprimido. Aunque su actitud no sea la más alegre y optimista tampoco ha sido deprimente y agotante. Verlo así definitivamente le causa otro tipo de sentimiento y se siente como si estuviese viendo a otra persona completamente distinta, es un panorama muy distinto.

—Gustabo, ¿Qué coño ha pasado? — Pregunta tras ver que Gustabo abre por fin los ojos, y lo mira de esa manera que directamente sabes que ese hombre está perdido. —¿Que ha pasado el qué? — Suena genuino, como si no supiese que el espejo del baño está destrozado y que sus manos parecen ser las únicas culpables.

Sabe que todo esto es producto de no tomarse las pastillas, pero no puede obligarle a tomárselas. Lo que más le preocupa es que se haga daño a sí mismo, realmente no le importa ya si se lo hace a él o a Conway o a alguien de comisaría, sólo quiere que a Gustabo no le pase nada. Pero está viendo que a Gustabo se le está yendo de las manos, muchísimo.

Le ayuda a levantarse, viendo como sus piernas tiemblan y no puede parar de mirar alrededor con nerviosismo, como si no supiera donde está. Isidoro lo ayuda a quitarse la camiseta ensangrentada, pues Gustabo no parece responder del todo, está casi paralizado. —Gustabo, ¿recuerdas lo que pasó ayer? — El rubio lo mira, pudiéndose ver que su cuerpo responde a su nombre, pero su mente no. Ahí no está Gustabo.

Tiene que estar a su lado, le prometió que iba a estarlo, pero a veces es tan difícil. Carga todos los días con una preocupación en la espalda, viendo que Gustabo ya no es él pero se comporta como tal, y le arde. Le arde en la piel de tal manera que tiene que hacer el tonto para no prestar tanta atención, pero le quema demasiado. Desde hace semanas que no ve la mirada de Gustabo, y no cree que la vuelva a ver jamás.

Corre a recoger todo el desastre del baño y a tapar el espejo con una sábana antes de que Gustabo pueda ver el espectáculo que él mismo ha causado, antes de que se pueda sentir siquiera mal por ello. Escucha el agua de la ducha caer y suspira algo más tranquilo, termina de limpiar todo lo que se encontraba en la cocina que daba indicios de lo sucedido la noche anterior y prepara café para los dos, necesitan hablar.

Duda en si hablarlo con Castro o Conway, sabe con certeza que Gustabo lo apalearía si se enterase, pero ¿y si es lo correcto? A diferencia de él, Gustabo tiene la visión algo distorsionada de lo correcto e incorrecto, por lo que se guía más por sus propios valores y moral, aún así, es lo suficientemente inteligente para deducirlo.

—Gustabo, ¿qué pasó ayer? — Pregunta de nuevo, prefiere preguntar cincuenta veces a lamentarse en silencio. Gustabo ni lo mira, está concentrado en la cantidad de baldosas que hay en el suelo de la cocina, sólo para no tener que responder. —Gustabo, es en serio, voy a llamar al viejo. — Eso inmediatamente alerta a Gustabo, quién da dos largos pasos hacia Isidoro y golpea la mesa con algo de agresividad. —NO.

Gustabo? [EN PROCESO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora