τρία

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—Te voy a llevar a un lugar. — Le menciona Conway mientras patrullan por la ciudad.

Ha sido un día bastante largo, habían estado patrullando durante tres horas seguidas sin atender ningún robo, sólo alertas de droga, por petición de Gustabo. Últimamente estaba muy pesado con ese tema, se ponía muy violento al ver las alertas de la playa duplicándose cada día, y se notaba que estaba más estresado conforme pasaban las semanas sin haber ninguna investigación respecto a la venta de meta, cual era la más común.

—Gracias, Dios mío. — Gustabo bufa dramáticamente retorciéndose en el asiento de copiloto. Agradece unos minutos de descanso, o lo que suponen que van a ser, pero se petrifica completamente al ver que Conway lo está llevando a una iglesia.

Le duele. Está sangrando. Ve a un hombre vestido de blanco acercándose, corriendo hacia él, y grita su nombre. ¿Gustabo? El sacerdote lo mira aterrorizado con la cantidad de sangre que manchan el traje colorido de Gustabo. Se le ve cansado, herido, asustado, y no puede evitar meterlo dentro de la iglesia a darle cobijo. Pero el sujeto maquillado de payaso le pregunta algo que en esa situación le deja completamente atónito. —Si me tengo que ir, necesito irme limpio, padre. Necesito que usted me perdone, quiero irme en paz.

—Baja.— Ordena Conway mientras sale del patrulla y se dirige a la entrada de esa preciosa iglesia, algo discreta por fuera pero majestuosa por dentro. Gustabo obedece, pero tarda un poco más en entrar. No le sale nada, no tiene palabras que se le puedan salir, sólo avanza al portón, mirando con asombro los enormes cimientos del edificio.

—Yo sólo le pido una cosa, padre, no me deje morir solo.— Le suplica a través del confesionario mientras se retuerce de dolor. Gustabo está muriendo.

Cuando entra, Conway ya está ahí, apoyado en la pared del gran pórtico esperando a que Gustabo se acerque o reaccione, pero sólo avanza hacia la nave central en dirección a la cruz. Está atónito, asombrado, siente su cuerpo temblar y le pesan las articulaciones. Está teniendo un deja vu extraño.

—Déjame que coja una cosa. —Su voz está rota, le duele la garganta y sus cuerdas vocales son presionadas por las ganas de llorar. Gustabo se dirige de nuevo al confesionario mientras Horacio y Conway le esperan en el crucero de la iglesia. Han entrado en su trampa, en su jaula, en sus manos. Ellos venían a por Gustabo, a salvarle, pero Gustabo ya no está ahí desde hace mucho tiempo. Cuando vuelve, se abalanza hacia Conway con rabia para atacarle con un machete. —¡Yo voy al hospital, pero tú vienes conmigo!

Siente un dolor agudo en la espalda y el hombro, amortiguado por el chaleco pero que es un dolor que se intensifica con los milisegundos y que por el impacto le hacen caer al suelo irremediablemente, pues sus temblorosas piernas tampoco iban a ayudar. —¡Te la debía, gilipollas! —Abre los ojos asustado y sorprendido, escucha a Conway muy lejos, y nota su cuerpo hundirse en un frío mortal, acompañado de un calor desagradable. Se rinde.

—Esto aún no ha acabado, Horacio. — Se está desangrando ante los ojos de su mejor amigo, de su hermano, quién le mira en completa desesperación y ansiedad. Poco duran los tres en ser cegados por una explosión intensa, ensordecedora. Sienten sus cuerpos temblar violentamente contra el suelo, chocando con los escalones de madera, y sintiendo el inminente calor quemando su piel a tal punto de dejarlos inconscientes.

...

No está completamente consciente hasta que escucha a Conway regañarle en el coche. Se han puesto a trabajar tan rápido cómo los médicos terminaban de suturar la herida de Gustabo y le daban el alta. Sabe lo que ha pasado, y realmente no está enfadado, ni siquiera molesto. Pero no quiere escuchar a Conway gritándole y echándole en cara lo que tuvo que hacer después de explotar al iglesia durante las dos horas de patrullaje que le quedan.

Gustabo? [EN PROCESO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora