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Miles de voces llamaban mi nombre a la vez en la que continuaba alejandome de aquel salón donde me habían condenado a una vida la cual no se suponía que debía tener. Ignoré a cada persona incluyendo a mi padre quien me había llamado para subir al podium, tal y como también lo hizo Zadrik.

Solo quería llegar a mi alcoba donde estaría segura bajo llave sin que nadie pudiera entrar a interrumpirme. Aguantaba las ganas de explotar contra quien fuera, eso no es digno de una princesa. Dios, hasta eso no me permiten o mas bien, no me permitía.

-¡Kiara!

Aunque había estado en gran parte molesta con él, el sentimiento se esfumó ya que incluso él fue afectado por la decisión de mis padres. Ethan corrió hasta alcancarme y me detuvo del brazo. Vi en él una gran expresión de confusión, había corrido un buen tramo por lo cual respiraba rápido.

-¿Lo sabías? -Me preguntó.

-Estoy igual que tú, pero no dejaré que desechen lo último que me quedaba de libertad.

-¡Kiara Northton! -Gritó mi padre enfurecido. Mi madre y varios azules iban detrás de él mientras se aproximaba a nosotros-. A mi oficina ahora. A solas.

-Majestad -intentó hablar Ethan pero fue interrumpido por su padre, el general Ralph.

-Basta Ethan.

-Pero se trata de Kiara.

-Eso ya no te incumbe -finalizó el general.

Con mucha impotencia Ethan regresó al salón real, no sin antes pasar chocando de hombros con su padre. No tuve más remedio que acompañar a mis padres a su oficina, custodiados por varios guardianes y una vez los tres solos adentro, una nueva pesadilla se forjó. Mi tristeza se empezaba a transformar en un temperamento que pocas veces me permitía tener. No quiero casarme y mucho menos con un Arteidono.

-¡¿Cómo te atreves a hacernos semejante falta de respeto frente a todos?! -El aire empezaban a tomar dirección.

-¿Qué esperabas? ¿Qué aceptara y subiera mostrando una sonrisa cómo siempre lo he hecho? ¡Se trata de mí vida personal!

-¡No puede ser! -Bufó con gran enojo mi padre haciendo que las ventanas de sus oficinas abrieran con fuerza con el viento que empezaba a crear-. Jamás has podido mantenerte al pie de la letra sobre cómo ser en verdad una futura reina.

-¡Claro que sí! -Me detuve despues de responder tan fuertemente. Mis ojos ya se encontraban con lágrimas tratando de no caer-. Me he dedicado a esto toda mi vida. Sacrifique años de libertad al igual que todos los herederos al trono, conformandome a ni siquiera salir de estas paredes.

-¡Es una ley suprema!

-¡Tu puedes cambiar la ley suprema! ¡Eres el rey!

-¡No importa cuánto te resistas! ¡Serás Reina Consorte de Arteidón quieras o no!

-¡No me puedes obligar! -Quise marcharme pero al intentar abrir la puerta mi padre la volvió a cerrar con una ráfaga de viento.

Sin percatarnos, ya estábamos a los gritos. En una vida cotidiana donde todo era de color, hoy se llenaba de una oscura neblina que nos hacía olvidar quienes éramos en realidad.

O quizás siempre lo fuimos.

Mi madre, quien observaba la discusión con mucha preocupación al fin intervino. Mi padre tenía el rostro rojo, juraría que incluso tenía ganas de ahorcarme con su aire pero solo se apartó para evitar seguir con esto.

-Kiara -habló mi madre tratando de tranquilizarme-. Tienes que entender que existen cosas que no están en nuestras manos. No lo digo por ti, si no por nosotros.

La Reliquia de la ReinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora