Capítulo 2 // Que sin ser nada, siempre hubo algo ☕

53 6 11
                                    




El sol apenas se acaba de asomar y los farolillos que hay en la acera ya están apagados. Estiro las mangas de la fina sudadera que uso hasta taparme las manos, pero no consigue que deje de temblar, así que dividiendo mi atención entre los más madrugadores que ya transitan las calles y el parloteo de Julia que se escucha a través de los cristales decido volver a dentro y esperar.

–¿Nada? - pregunta, mientras empieza a abrir las primeras persianas y niego con la cabeza. – Otra vez se ha quedado dormido.

–Voy a preparar la cafetera – declaro evitando el rumbo que iba a tomar esa conversación.

Julia, la madre de Víctor tiene una pequeña cafetería que muchos años atrás inauguramos con el nombre de Camellia y está situada muy cerca del campus universitario por lo que me paso por allí antes y después de las clases para echarle una mano.

Enciendo la preciosa tetera rosa de la esquina, traigo del almacén las cajas de leche y meto los croissants en el horno mientras ella riega las flores que hay en cada mesa. También la ayudo con algunos preparativos que le piden en ocasiones especiales y que por supuesto, me paga por ello un sueldo extra.

Me encanta la calidez y el aroma a chocolate y café, el sonido de la campanilla cada vez que la puerta se abre o se cierra, los murmullos de las conversaciones y el hilo musical apenas audible. Pero, sobre todo, me gustan los clientes.

Siempre son los mismos, conozco cada nombre y apellido y su comida o bebida favorita según el día. Me gusta ver a Caleb y Ángela, los románticos del pueblo llevan toda la vida juntos y comparten el pastelito de chocolate con fresas frescas cada sábado. Ginés se pasa todas las mañanas antes de ir a trabajar y le toma el pelo al pequeño Logan, el hijo de Mónica. Me gusta observar a Rosalía cuándo saca su novela de la semana del bolso mientras entre páginas le pega un sorbo a su té negro. Se ve tan dulce y tranquila, todo lo contrario a Simón, que come un trozo de tarta de arándano de lunes a viernes mientras se toma su tiempo para beber dos tazas de vino caliente. Yo siempre hago un esfuerzo por conversar con él, pero se muestra poco receptivo, aunque por suerte no suele coincidir con mi horario.

–Hola mamá –grita una voz familiar–. Siento llegar tarde.

–¡Ya era hora! -exclama Julia ubicándose a su lado.

–¿Te has cambiado de peinado?

–No intentes camelarme, llegas tarde –le informa, señalando el reloj de la pared con la cabeza.

–Lo siento.

–Hola, bella durmiente –saludo, mientras Julia desdobla y coloca los primeros manteles.

–Hola, ratilla – Víctor me observa y me acaricia inocentemente la nariz. –¿Qué es eso de ahí? –quiere saber, sus ojos parpadean al observar la olla de porcelana todavía caliente que hay junto a la tetera rosa.

–Chocolate, para los clientes –le aclaro, pero él ya tiene el dedo dentro sin apenas percatarse de que está recién hecho.

Estoy a punto de darle un manotazo, pero entonces me doy cuenta de que ya se está chupando el dedo, así que en vez de eso niego con la cabeza.

–¿Qué tal ayer?

Me tenso al instante, pero en seguida me percato de que se refiere a las clases culinarias que su madre me da algunos domingos por la tarde.

–¡Bien, gracias! Aunque sigo siendo muy torpe con el horno, no hay manera de pillarles el punto a las galletas de coco. –respondo, poniendo la olla lejos de su alcance.

–¿Te refieres a esas cosas redondas de ahí?

Los ojos color zafiro de Víctor se ríen de mí.

Sirvo un par de cafés, uno para él y otro con esencia de vainilla para mí, me paso la mochila por el hombro y nos despedimos de Julia antes de irnos a clase. Hace tres años que estudio el grado de arte y diseño y es una de las mejores decisiones que he tomado en mi vida. Por supuesto tenía claro que iba a ir a la Universidad Edén. Si hay algo que destaque en nuestra ciudad es el gran campus universitario, así que la gran mayoría de los estudiantes nos conocemos de toda la vida.

TIRO LIBRE AL CORAZÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora