Pasado
En primaria ya se podían ver las señales, Víctor y yo ya éramos los mejores amigos gracias a nuestras madres, que siempre quedaban para llevarnos al parque al salir del colegio. Marcos, en cambio, se pasaba el día en la cancha de su casa entrenando con su padre tras las clases de matemáticas extras que le pagaba su madre. Yo siempre le buscaba entre los niños, pero nunca estaba.–Cielo, ¿Estás segura? –preguntó mamá.
–Déjala Elena, yo me quedo detrás suya por si acaso.
Ese mayo del dos mil seis acompañaba el buen tiempo. No había nubes y el cántico de los pájaros avisaba de que el verano estaba a la vuelta de la esquina. Yo estaba decidida a dejar atrás los ruedines de la bici, Amelia ya sabía montar a dos ruedas y yo también quería presumir en clase como ella hacía.
El paseo que había frente a la playa era perfecto, largo y sin curvas. Llevaba varios fines de semana yendo por esa ruta con mis padres mientras ellos paseaban de la mano como dos enamorados.
–Bien, ¿preparada cariño?
Asentí mirando a mi padre y así fue cómo conseguí mantener el equilibrio algunos segundos que con el paso de los días se convirtieron en minutos.
Hasta que ocurrió algo.
Eran las siete y cuarenta de la tarde de un jueves cuando Marcos salía de entreno y su madre le dejaba en la puerta de casa para irse a trabajar. Yo sentía que volaba encima de mi bicicleta, cuando en realidad no podía ir más despacio. Ese día el chico se encontró con la ausencia de su padre tras tocar al telefonillo tres veces y no recibir respuesta así que se asomó por el roto que solo él conocía para confirmar que efectivamente no había nadie en casa. Se sentó en el borde del arcén con el pelo mojado y un macuto más grande que él. Últimamente se pasaba la hora del recreo sentado en los bancos de madera y no jugaba con nadie, aunque la mayoría iba en su busca porqué a todos les encantaba compartir su tiempo con él. Desde bien pequeño tuvo ese magnetismo que nunca le ha abandonado.
–¡Marcos! –le llamé desde una cierta distancia. Yo solo quería que me viera montada en mi bicicleta azul. Si quería alardear necesitaba un testigo que lo viera en directo y a él todos le creerían, pero al soltar una mano del manillar para saludarle me desvié zigzagueando y terminé con la rodilla rozando el arcén.
–¡Lara! –exclamó mamá corriendo en mi busca.
–¡Ay!
Me llevé una mano a la rodilla, dónde el pantalón manchaba la tela de sangre por la rascada, y me acaricié la zona irritada con la punta de los dedos. Seguro que Marcos estaba partiéndose de la risa.
–¿Te has hecho daño? –mamá no dejaba de toquetearme por todas partes mientras el chico de pelo negro apareció en mi campo de visión. Tenía los ojos color azules más abiertos que nunca.
Parecía preocupado.
Y, aunque a esa edad no sabía lo que era el amor, me gustó ver a ese chico con el entrecejo arrugado por mi caída.
Al día siguiente quise ponerme una falda violeta para que todos me preguntasen. Con siete años me creía capaz de superar cualquier cosa después de eso.
–¿Te duele la rodilla? –preguntó Marcos en cuánto entré a clase agachándose a centímetros de la herida.
–No, no me hace nada de daño porqué soy super fuerte –mentí, por supuesto.
–Ya lo sé. –Marcos se encogió de hombros y pasó el dedo por encima de la sangre seca. Yo le miré orgullosa.
Marcos por entonces ya sabía pedalear sin los ruedines y me prometió que algún día me enseñaría a ir en bici, pero de verdad.
Pasaron dos semanas hasta que me atreví a coger la bicicleta y Marcos cumplió su promesa una tarde en la que al volver del entrenamiento no se molestó en tocar el telefonillo de su casa.
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TIRO LIBRE AL CORAZÓN
RomanceAquellos que dicen que del amor al odio hay un paso probablemente nunca hayan vivido una historia de amor como esta. Porqué hay mucho más: hay sonrisas, miradas efímeras, discusiones, pérdidas y momentos inesperados. Ah, y deporte, de eso hay de sob...