Capítulo 3 // Soy abeja libre, dios me libre del enjambre ☕

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Gracias al caminito empinado estoy algo cansada, pero contenta porque por fin encuentro a Martín charlando con Víctor sentados en los bancos que hay cerca de la pista de atletismo. El primero parece tener muchas ganas de hablar mientras que Víctor se mantiene cabizbajo escuchándole.

–¿No ibas a decírnoslo, tío? –le reprocha.

–No. No es nada.

–¿Te ha pedido que juegues en su equipo y no es nada?

–Nada por qué no voy a jugar, no con ellos –declara.

–¿De qué habláis?

Me acerco consciente de que dejan de hablar al instante en que me ven, Víctor esquiva mi mirada y sé que tampoco pensaba contarme nada. Tarde amigo, ya lo han hecho por ti.

Víctor resopla.

–Nuestro amigo, que ha conquistado al gruñón de Keppler. – me explica Martín señalando a Víctor con la cabeza.

–Chicos, ¿dejamos el tema?

-Como quieras colega, pero vas a dejar que el pijo ese se salga con la suya, entonces.

–Llevo toda la vida viéndote practicar este deporte, –me siento junto a él y apoyo mi mano en su hombro –y vas a renunciar a él. Es una pena que sigas escondiéndote en el parque.

–Solo son estúpidos partidos callejeros –le quita importancia. Alzo una ceja y le contemplo fijamente.

Debería darse un margen de tiempo y pensar en ello. No cualquiera entra en el equipo, solo los mejores. Es una muy buena oportunidad.

–Me parece un gran error -admito.

Martín se incorpora situándose frente a Víctor.

–Te he estado marcando todas las noches desde que teníamos catorce años. ¿Cuántos partidos he ganado?

–Nuestro sitio es el parque -rebate él.

–Nuestro sitio es el parque, pero no el tuyo.

Víctor levanta la mirada hacia Martín tras el momento de sinceridad de éste.

–Gracias, Martín -ironiza. –Nos vemos esta noche para formar equipos. –también se incorpora y se coloca la mochila en el hombro. –En el parque -ratifica.

Se despide de mí sin apenas mirarme con un gesto con la mano, pero se lo impido.

–¿Y qué es eso del uno contra uno? –pregunto dando un paso adelante

Víctor pone los ojos en blanco y se gira hacia mí.

–Ha llegado a oídos de Marcos, y como el gran capitán que es le ha faltado tiempo para desafiarme –resopla. –Si él gana tendría que rechazar la oferta. ¿Cómo te has enterado tú?

–¿Y si ganas? –pregunto evadiendo la suya propia.

Víctor no responde y se mantiene con la mirada gacha, pensativo.

–¿Qué más da? –alterna la mirada entre Martín y yo. –No voy a jugar contra él por qué ni siquiera quiero ser parte del equipo.

Martín menea la cabeza.

–Pero eso él no lo sabe. –le planta la mano en el hombro a nuestro amigo. –Si él gana tu no pierdes nada por qué no vas a estar en el equipo por decisión propia, pero si él pierde puedes demostrar...

-No tengo que demostrarle nada a nadie –le corta echándose hacia atrás, pero sus ojos dicen lo contrario.

Marcos y Víctor son polos opuestos, cualquiera que no los conozca ni se les pasa por la cabeza pensar que comparten la misma sangre. De hecho, ni ellos mismos se hacen a la idea. Son totalmente incompatibles; Víctor es calma, afable y fiel, por el contrario, Marcos es vanidoso, arrogante y esa pizca de soberbia que no soporto, pero también he visto en primera fila ese encanto que tanto esconde y que saca de vez en cuando siendo capaz de hacer que cualquier día el cerebro me reviente. También me pone en el sentido más literal de la palabra, pero no creo que sea el momento más adecuado para pensar en eso.

Supongo que el haberse criado con diferentes familias es lo que les ha hecho ser tan distintos. Sin embargo, si hay algo que comparten; tienen exactamente el mismo color de ojos, y son preciosos.

-No puedo estar en el equipo, porque él y yo nunca seremos un equipo. -matiza Víctor dando por finalizada la conversación.

Esto mejora por momentos.

Al llegar a casa me quito la camisa y frunzo el ceño al ver mi reflejo. Una chica delgada en un sujetador negro con melena larga y castaña un poco encrespada. Qué asco de pelo. Alabado sea quién inventó las planchas. Suspiro con frustración y apoyo todo el peso en el lavamanos, entonces escucho el timbre de casa.

- ¿Quién puede ser? -me quedo pensativa unos instantes.

Al asomarme por la ventana del baño veo una moto amarilla aparcada delante de la verja de mi casa. El cartero

- ¡Hola!- un chico de unos treinta años aparece sonriente en cuanto abro la puerta.- Te traigo un par de cartas, si me firmas por aquí... -me muestra una máquina con una pantalla táctil y un lápiz atado con una cuerda colgando de ella.

-Enfesla -leo en voz bajita el nombre de la compañía de la luz. La idea no me entusiasma demasiado.

-Gracias, buenas tardes -sonríe el muchacho despidiéndose.

-Adiós, muchas gracias.

Dejo el recibo de la luz encima del mueble que tenemos en el pasillo y observo el segundo sobre blanco. Lo abro y saco varias fotos reveladas dónde mis padres sonríen resplandecientes, entre ellas encuentro un precioso paisaje dónde una cascada cae con sendos surcos de agua y un ciervo bebe de ella, detrás; reconozco la letra de mi madre.

Me cuentan que están bien, comiendo mucho y disfrutando. Ayer se les pinchó una rueda de la caravana y tuvieron que conseguir unas pinzas porqué se quedaron sin batería, pero que cuando pase un tiempo se reirán de eso.

Los llamo y terminamos haciendo videollamada.

Cae la noche y la temperatura empieza a bajar. Me acerco al garaje y saco mi bicicleta turquesa para mi paseo nocturno después de cenar.

Me cruzo con una chica en patinete verde chillón al llegar al barrio rico y apoyo la bicicleta en la misma fachada de siempre. Esta vez no me espero, voy directa al roto. Eso sí, tratando de que Lidia no vuelva a pillarme espiando a su hijo.

-Te falta precisión, o mejoras o nunca llegarás a ser una estrella. -oigo la voz de Alejandro, aunque no consigo verle. Después, escucho el golpe de una puerta cerrándose.

Marcos aprieta los puños y recuerdo todo lo que este chico sabe hacer con las manos.

Marcos encesta una detrás de otra; cincuenta y cuatro seguidas he llegado a contar sin tomar un solo descanso. Su respiración está agitada y sé que a pesar de que está hecho polvo, le quedan todavía treinta largos minutos de entrenamiento extra.

Viste un pantalón corto y oscuro de deporte y una sudadera gris con capucha, lleva el pelo revuelto y húmedo por la ducha después del entrenamiento oficial, pero Marcos está guapo de todas las maneras posibles.

-Vamos tío, aguanta un poco más -se anima a sí mismo.

Puedo asegurar que Alejandro está observando a su hijo a través de las cortinas color beige que decoran las cristaleras.

Que suerte tiene Víctor, pienso.

TIRO LIBRE AL CORAZÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora