∆ CINCO ∆

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Todo se puso un tanto extraño una vez él decidió que me creía. Mi historia le pareció lo bastante convincente para ayudarme. Y no tardó en hacerme saber que me ayudaría... Ahí venía lo extraño de todo este asunto. Me dijo: Espérame aquí mientras terminamos el evento, después te ayudaré. Dame tiempo. Pero señores, no tenía a dónde ir, y por supuesto que disponía del suficiente tiempo libre para esperar otra hora si hacía falta. Decidí hacerle caso y me quedé sentada en ese pasillo solitario a que llegara. El único que protestó fué mi trasero, el frío y duro suelo de concreto pulido era sin duda el peor lugar para esperar.

Volví a usar mi teléfono solo para comprobar que era cierto que no podía enviar ningún mensaje. Y efectivamente, nada salía y nada llegaba.

Lo apagué y me quedé mirando la pantalla negra. Estaba un poco sucia, llena de pequeña líneas hechas por accidentes anteriores que dejaron una leve marca en el protector del táctil, pero servía perfectamente, y contenía mi vida, contenía mi estabilidad en ese momento. Mirar las fotos y contenidos me daban luz en medio de esos pensamientos donde crees que todo es mentira. Realmente tenía un problema mayor, por sobre esa inquietud mental, y era que él creyera que venía del futuro.

Dios, eso era lo peor. Esperaba que no dudara de mi. Pero vamos, estaba pidiendo demasiado.

Lo encendí, el brillo y la foto de fondo de nosotras dos, ella sonriendo a la cámara y yo haciendo una mueca, me daba alivio. Significaba que ella era real. Yo lo era.

Caigo en la cuenta de que este aparato podría corroborar mi historia. Gracias a esto él podría terminar de creerme y así no pasaría en esta situación como una loca.

Miré el móvil de nuevo, reposaba tranquilamente en mi mano, la emoción que sentía, que burbujeaba en mi pecho, esa felicidad de tener pruebas se fué esfumando lentamente.

No.

—No puedo— murmuré nuevamente desanimada.

No podía. Si le mostraba algo así no estaba segura de lo que podría pasar realmente. No quería interferir con un suceso importante. ¿Pero qué digo? Ya con hablar con él interferí muchísimo en su tiempo. No debía, y menos con algo como mostrarle qué tanto había avanzado la comunicación en el futuro —aunque seguían siendo la misma cosa que desde el principio, pues solo era comunicarte con alguien más, aunque agrégale mejor calidad a la cámara, más almacenamiento y un navegador rápido y listo, del resto era lo mismo—. Que complicado estaba resultando todo.

Solo por venir a acompañarla a ella.

Repose la cabeza en la fría pared y esperé, dormitando las dos horas —y yo que pensé que solo sería una— que les tomó finalizar el evento. Dos horas en las que dejé de sentir el trasero y la comodidad se fué de vacaciones, pero el sueño era más fuerte y las ganas de descansar frenaban el fastidio de esperar a un chico a que viniera.

Volví a bostezar. Los párpados me seguían pesando. El sueño acumulado junto al estrés, estaban causando un desastre en mi cuerpo.

Fatiga. Eso era lo que tenía.

Exactamente dos horas después apareció Victor. Escuché perfectamente sus pisadas resonar en los pasillos, fué relativamente bueno oír que venía, me dió tiempo de limpiarme la baba que me había escurrido por el mentón. Cuando su silueta apareció me dí cuenta de se veía agitado, y por un momento miró pareció desorientado, como si buscara algo —¿Yo?—. Finalmente sus ojos me encantaron, se clavaron en mi, fué disminuyendo el paso, reposando sus manos en las caderas, soltó un suspiro de alivio. Llegó a mi lado intentando estabilizar la respiración.

—¿Corriste?.

Sonrió apenado.

El sudor le brillaba en la frente, en el cuello.

El Concierto de Nuestras Vidas. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora