∆ CUATRO ∆

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Me salí solo unos minutos a seguir insistiendo en la llamada, las cuáles nunca caían, nisiquiera las de mis padres. Era como si la señal de mi teléfono se hubiera ido de vacaciones. Seguí caminando en dirección a cualquier lado que me diera privacidad para pensar en que hacer. Si esperaba a que todo terminara tal vez y conseguía afuera a Ross.

También tenía la opción de largarme de una vez por todas y esperarla en su casa. Lo cual no era una mala idea, me gustaba. Pero no podía, si salía y no me veía se molestaría por dejarla abandonada.

Me detuve en medio de uno de los tantos pasillos, apoyándome en el muro de concreto que tenía a mi derecha. Seguí llamando, marcando a todos los contactos de mi agenda. Era estresante que ninguno cayera, ya ni las contestadoras salían. O mi plan estaba fallando o algo extraño estaba pasando con mi teléfono. Porque una cosa era uno o dos contactos, pero ¿¡Todos!?.

-Joder- le dí una palmada sonora al aparato, quería arrojarlo contra la pared.

Pero claro, no lo iba a hacer.

-Cuanta agresividad- la voz burlona floto por el silencioso pasillo.
De reojo ví al dueño de la voz.

Un gracioso. Pensé enseguida.

Un chico más o menos alto, y ahora que lo observaba bien, lo era. Con la capucha aún sobre su cabeza pero con una sonrisa ladina en lugar de una mueca de irritación. Pero sí era el grosero que me había tratado de loca. Estaba justo a unos pasos de mi.

Apreté el celular.

Si me vuelve a tratar de loca le estrellare el teléfono en la cabeza.

-Estas linda- me dió un repaso para nada disimulado mientras se acercaba. Dió una leve mordida a su labio y soltó el más inesperado-. ¿Te gustaría que nos enrollemos?.

¿Eh?.

-¿Qué?.

¿Qué está pasando? ¿Y esta situación?.
¿Quiere enrollarse con la loca?.

Un escalofrío me recorrió el cuerpo. El asco subiendo por mi cuerpo.

No estaba entendiendo nada, ni oír por qué un niño me estaba diciendo tal cosa, pero estaba más sorprendida a la par de preocupada de que un mocoso me preguntara eso. Podía verme joven pero tenía ya veinte años, y él, bueno, es un misterio. Pero por su cara diría que está entre los quince o dieciséis años, ahora que lo miraba bien.

Subió una ceja, la picardía invadiendo su rostro. Parecía acostumbrado a hacer esto. La manera de ver como si quisiera algo, la sonrisa ladeada, el cuerpo en una posición de indiferencia, como si no le importara nada solo el ahora y ya.

Imite su expresión, sonriendo menos sugerente.

Pero si era el que me había llamado "loca". Ahora quería que ¿Cogieramos? Él debía tener severos problemas, pobrecito. Lo peor es que no parecía reconocerme de hacía unos instantes atras.

-A ver niño puberto, no sé que edad tienes- lo miré de arriba a abajo, con sus prendas holgadas cubriendo seguramente el cuerpo de un preadolescente delgado-. Ni que tratas de hacer exactamente, pero ésto - nos señalé- nunca va a pasar. No te conozco ni quiero hacerlo. Ahora ve a buscar a tu papá antes de que te pierdas por ahí. La guardería debe de estar asustada porque les falta uno.

Estuve a nada de añadir un: y pídele clases de cortesía porque llamar loca a las personas es de gente estúpida. Y querer enrollarse con desconocidos es peligroso.

Detuvo el jugueteo de su lengua que tenía con el aro en su labio. Me sorprendió ver qué tuviera una perforación tan joven, pero nada que no se haya visto antes. Quería dejar en claro que lo que estaba buscando nunca lo iba a conseguir y menos conmigo. Dios, estos chicos de ahora son unos lanzados, parece como si desde la cuna estuvieran en busca de algo.

El Concierto de Nuestras Vidas. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora