Llevar la contraria a los padres en la adolescencia es muy común.
Salir cuando ellos no quieren, usar ropa que a ellos no les gusta, peleas constantes e incluso salir con personas que no son buenas para ti.
Esta contraria nunca tuvo razón, ¿Debías...
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Esa mañana Dalilah se sentía enferma, su cabeza palpitaba del dolor, además la televisión de su habitación no funcionaba, solo había una señal estática, ya estaba cansada de estar en cama, era una horrible manera de comenzar el fin de semana.
—¿Lila? —la voz tranquila de su madre sonó del otro lado de la puerta.
La rubia, todavía resentida, se dio la vuelta entre sus sábanas.
—Te traje té, lo hice yo. —abrió la puerta y dejó la tácita en la mesita de noche.
—No lo quiero. —dijo tajante.
—Un buen té y medicamento te va ayudar. —la madre solo se quedó viendo como Dalilah se movía entre las sábanas.
—Me lo tomaré cuando quiera, déjame sola ahora.
—¿Todavía tienes en mente lo que pasó con tu padre? —realmente su madre la quería ver bien, por lo que no se había enojado, como su padre, con ella.
—No me interesa, el dolor de cabeza es insoportable, vete.
Dándole una última mirada angustiada dejó la habitación de su única hija.
—¡Maldita señal! —y desesperada tomó la taza de té lanzándola al televisor.
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