La primera cita

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En la casa familiar era todo silencio, descansaban en sus habitaciones después de un largo día. Solo se podía escuchar el viento azotar las ventanas y los pasos de Marta, que esperaba impaciente en el lugar donde se dio cuenta de la realidad, donde todo lo que se había imaginado hasta ese preciso momento se pudo haber cumplido de no ser por sus miedos... la cocina. Vestida con un camisón de estampado floral blanco y azul, se encontraba cada vez más nerviosa con el paso de los minutos.

- ¿Dónde estás, Fina? - pensó, mientras repasaba la sorpresa que le tenía preparada. Para tranquilizarse y no empezar a pensar en un segundo plantón, se refugió en sus recuerdos mientras tomaba un sorbo de whisky. Cuando estaba a punto de sentarse, unos pasos se empezaron a escuchar cada vez más cerca.

- Perdón, perdón, perdón por la tardanza - dijo Fina asomándose por la puerta con esa bata blanca que tanto se le había quedado en la retina a Marta.

- No te preocupes, ¿ha pasado algo? - preguntó preocupada.

- No, nada grave. Mi padre, que tenía ganas de hablar y me ha entretenido soltándome el sermón de siempre y cuando se pone así, no hay quien le calle. Pero ya estoy aquí.

- Sí, ya estás aquí.

Ambas se quedaron calladas, mirándose a los ojos, contemplándose la una a la otra con una sonrisa en la cara que no podía ser más inmensa. Fina no pudo aguantarse más, agarró del camisón a Marta hasta que sus cuerpos se juntaron y le devolvió el beso que horas antes le había dado en el almacén.

- Se me ha hecho eterna la espera - confesó Fina mientras posaba sus brazos en la cintura de Marta.

- A mí también. - contestó Marta acariciándole la cara - Bueno, ¿qué te parece? - dijo señalando hacia la cocina con cierta timidez.

- Pero ¿esto qué es? ¿Vamos a cocinar? - dijo sorprendida mientras se acercaban a la isla.

Marta había estado toda la tarde pensando qué hacer esa noche, quería sorprenderla de alguna manera, quería que ese primer encuentro a solas fuera especial y entonces recordó el día que empezó su acercamiento. Ese día descubrieron que tenían más cosas en común de las que pensaban, en concreto el gusto por la repostería y los bollos suizos. Así que, ya que el encuentro iba a ser en la cocina, se le ocurrió organizar una noche de pasteleras. Lo tenía todo preparado, los ingredientes medidos y los delantales colocados en una silla.

- Quería darte una sorpresa y pensé que esto sería especial para las dos.

Fina sin duda estaba sorprendida, no se imaginaba que Marta fuera a tener ese lado tan romántico. Al fin y al cabo, hasta hacía unas semanas lo único que mostraba era su carácter implacable y enfocado en el trabajo, por lo que que tuviera ese detalle con ella significaba mucho más de lo que se pudiera imaginar.

- No me lo esperaba para nada, me encanta. - dijo mientras se acercaba y le daba un beso en la mejilla - ¿Y qué vamos a hacer?

- Creo que lo puedes intuir por ti misma.

Tras unos segundos pensativa, se dio cuenta.

- ¿En serio? ¿Vamos a hacer suizos? - se le iluminó la cara, algo que le derretía a Marta - Pero, yo no sé hacerlos.

- No te preocupes, yo te enseño. - dijo con mirada pícara - Lo primero es ponerse el delantal, ven.

Marta agarró el delantal de la silla mientras que Fina se acercaba a centímetros de distancia, mirándole fijamente. Tras pasarle el delantal por la cabeza, fue a agarrar las cintas para atarlas por detrás y entre lo nerviosa que le ponía Fina con esa mirada y que no veía lo que hacía, le era imposible hacer el lazo.

- ¿Te puedes dar la vuelta? Es que si sigues mirándome así me vas a desconcentrar.

Fina soltó una pequeña carcajada, le parecía muy tierno ver a Marta así, tan diferente, y se dio la vuelta, aunque si fuera por ella no se habría movido jamás. Cuando por fin pudo terminar, llegó su turno. Fina le colocó el delantal que días atrás le regaló por su cumpleaños.

- Es muy bonito, ¿dónde lo has comprado?

- Fue un regalo de una admiradora secreta. Muy guapa, por cierto. - dijo risueña.

- ¿Una admiradora? No sabía que tenías más pretendientas.

- Y no las tengo - dijo mientras se daba la vuelta y le daba un beso - porque solo tengo ojos para ti.

- ¿Cuál es el siguiente paso?

- Ahora nos lavamos las manos y tenemos que mezclar los ingredientes para formar la masa.

Marta dejó que fuera Fina quien hiciera la mezcla mientras que ella le iba guiando. Después de añadir la harina, los huevos, la levadura, la leche, el azúcar, la sal y la mantequilla, Marta se dio cuenta de que Fina estaba un poco perdida en el proceso y decidió ayudarla.

- Te voy a enseñar cómo hay que hacer el movimiento.

Se colocó justo detrás de ella, apoyando su cabeza en el hombro de Fina para no perder visión y colocando sus manos sobre las de la morena.

- Movimientos envolventes, así. De fuera hacia dentro, hasta que todo esté ligado y se forme una bola perfecta - decía Marta casi a modo de susurro.

Fina no sabía si ella era consciente, pero tener esa voz tan cerca y sus cuerpos tan pegados le estaba haciendo perder el foco de atención de la receta. Sentía un escalofrío cada vez mayor por cada palabra que salía de su boca.

- Eso es, muy bien. Y ahora que ya está lista, la metemos en el bol, la tapamos y esperamos a que crezca.

Esas palabras fueron como música para sus oídos porque no podía contenerse más. Se dio la vuelta y para sorpresa de Marta, le empujó hacia la encimera al mismo tiempo que le besaba con intensidad. Tenían las manos pegajosas y llenas de harina pero en ese momento, nada más importaba que el hecho de estar ahí, juntas y dejándose llevar.

Ahora era Fina quien tomaba la iniciativa desabrochando el lazo del delantal de Marta para luego quitárselo sin dejar de besarla, pasando de los labios al cuello y viceversa. Al observar el camisón, vio que tenía unos botones que decidió desabrochar uno a uno lentamente mientras que con su cuerpo, no le dejaba escapatoria. La de la Reina nunca había sentido algo así, no sabía que su cuerpo pudiera contraerse de esa forma ni sentir tanto placer.

Sin embargo, cuando fue consciente de que tenía medio camisón desabrochado y estaba llena de harina, sintió una inseguridad que le hizo querer parar aunque en ese momento fuera lo más complicado del mundo.

- Fina, espera - dijo como pudo, separándose unos centímetros.

- ¿Qué pasa? ¿He hecho algo mal? - contestó preocupada.

Era la primera vez que Marta vivía algo así con una mujer y se sentía un poco abrumada e inexperta, y al ir todo tan rápido, sintió la necesidad de decírselo.

- No, para nada. Nunca podrías hacer nada mal y me estaba encantando - dijo enseguida para tranquilizarla - es solo que aún no estoy preparada para ir más allá. Necesito ir más despacio.

Fina, lejos de molestarse, se mostró muy comprensiva y cariñosa con ella, no había cosa que quisiera más que cuidarla y hacerla sentir cómoda.

- No hace falta que me digas más, te entiendo y pasará cuando estés preparada. No hay prisa y no tengo ninguna intención de moverme de aquí, de tu lado.

Marta no podía creer la suerte que había tenido de que sus caminos aunque se conocieran de toda la vida, hubieran coincidido de esta manera.

- Aún no sé qué he hecho para merecerte - confesó para lanzarse a sus brazos de nuevo.

- Fin -

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