38| ¿En serio estás bien?

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Prácticamente corro hacia mi novio, y estando de cuclillas lo abrazo fuerte por encima del cuello

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Prácticamente corro hacia mi novio, y estando de cuclillas lo abrazo fuerte por encima del cuello. Luka parece sorprendido, ya que no corresponde el gesto hasta unos segundos después.

Entonces me separo un poco, sus manos aún en mi espalda, y sin pensarlo lo zarandeo.

—¡¿Por qué no contestabas mis mensajes?! Estaba preocupada, Imbécil.

—Ya, ya tranquilízate —me pide, ahora tomándome de las muñecas para frenar el movimiento—, estoy... —suspira, su mirada se entristece—. Estoy bien...

De apoco suelta mis muñecas, y cruza los brazos, además evita mirarme a la cara. Le doy una hojeada rápida a Alex, tratando de sacarle algún tipo de información, pero no dice nada y simplemente se aleja. ¿Qué le sucede a Luka? ¡¿Qué le dijo su padre?!

—No mientas, tus ojos están hinchados. ¿Por qué llorabas, que te dijo tu papá?

—Emmy, en serio no es nada...

—No, Luka. Fuiste a ver a tu padre, dejas de contestar mis mensajes, y ahora de casualidad te encuentro en el mirador. ¿Qué pasa?

—Ya dije que no es nada ¿Bien? Además, ¿qué haces en la madrugada fuera de tu casa y con Nathan?

¿Otra vez me evita? Y encima finge celos.

—Deja de cambiar de tema, ¿qué sucede?

Luka se aparta un poco de mí, como si tratara de crear una barrera invisible entre nosotros, y su tono de voz es más frío de lo habitual. Auch.

—No es nada, de verdad.

—¿Por qué no quieres hablar conmigo? ¿Es porqué hice algo mal? —pregunto en un susurro, tomando sus manos.

Él niega con la cabeza.

Y entonces con la luz tenue de la ciudad a nuestros pies, logro ver sus nudillos rojos, al parecer estaban sangrando.

Frunzo el ceño, muy confundida. ¡¿Su padre le habrá golpeado?! Ay, no. Pobrecito, yo sabía que no debía dejarlo ir, menos aún solo...

Luka lo nota, y aparta sus manos. Traga saliva, y siento que no sabe a dónde mirar. Entonces carraspea levemente.

—¿A que viniste? Es de madrugada, tu mamá no te deja.

Bufo al mismo tiempo que muerdo mi mejilla por dentro. No puedo creer que sea tan insensible. Entonces me pongo de pie.

—Arriba —le ordeno, y por fin logro tener sus hermosos ojos azules en mi—. Anda, levántate —insisto, tendiéndole mi mano.

Frunce el entrecejo, aparentemente confundido mientras menea la cabeza. Y yo muevo mi mano, invitándolo a tomarla.

Vacila un poco, pero finalmente hace lo que le pido, y se pone de pie con mi ayuda. Entonces lo veo, otra vez tan alto como siempre...

—¿A dónde-

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