∞| Y un dieciocho de enero...

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En alguna parte del mundo real,
al sur de California...

Tarareo la canción que suena en mis auriculares: "Kiss me" de Sixpence None the Richer.

Me muevo al ritmo mientras corto los tomates, enjuago la lechuga y armo la ensalada poco a poco. Y, ¿para qué mentir? Me distraigo tantito jugando a ser cantante, usando una cuchara en un penoso intento de micrófono.

—Oh, kiss me... beneath the milky twilight... Lead me... out on the moonlit floor.

«Bésame... bajo el crepúsculo de la Vía Láctea. Llévame hacia el suelo iluminado por la luna».

Lift your open hand, strike up the band and make the fireflies dance. Silver Moon sparkling... So, kiss me.

«Alza tu mano, empieza la banda haciendo bailar a las luciérnagas. Está brillando la luna plateada... Así que bésame».

Sigo así un rato, ahora con el cuchillo, cortando la cebolla sobre la tabla de picar.

¡Ay!

Un fuertísimo grito interrumpe mi canción, sonando a una mezcla de decepción, horror e incredulidad. Dios, hay tantas emociones en ese "no" que es difícil describirlo.

Observo mi dedo sangrante y hago una mueca de dolor mientras me lo llevo a la boca para limpiar el torrente que el cuchillo ha iniciado. Solo un par de segundos después, me estoy lavando la herida en el fregadero y poniéndome una curita. Los auriculares los dejo en la mesada.

—¿Luka estas bien? —cuestiono, ahora dirigiéndome a la que por lo menos estas vacaciones es nuestra habitación—. ¿Luka?

Dios mío.

Me quedo pasmada al verlo en la cama. Las sábanas blancas, las muchas almohadas y la estructura de madera de nogal crean un ambiente acogedor. Sentado en posición de loto y su celular frente a él. Lleva una camiseta de manga larga blanca y pantalones de pijama a cuadros naranjas.

Se cubre la cara con ambas manos, dejando solo sus lindos ojos azul cielo a la vista. Cuando su mirada enrojecida se cruza con la mía, algo en mi cabeza hace clic. Me aguanto la estruendosa risa, sorprendida, cubriéndome la boca con ambas manos.

—Te odio —musita, soltando un sollozo.

La risa se me vuelve un poco más difícil de contener. Es por eso que no me lo pienso más y me acerco para envolverlo en un abrazo, eso mientras mi cuerpo vibra cuando río entre dientes.

—Te detesto, eres de lo peor —habla, acurrucándose en mi pecho mientras le acaricio el cabello—. Lo digo en serio, loca.

—Ya... Perdón.

Aunque, la verdad es que, remordimiento es lo que menos siento.

—O sea, pe-pero... Ay, ¿por qué? ¿Por qué lo hiciste? Iban tan bien —su vocecita me desarma—. Tenían que quedar juntos, y te moriste. O sea, ay, no. ¿Por qué te mataste? Eso no pasó. Y que carta más... Ay, yo, imaginarme leyendo esa carta en un lugar que no sea el aeropuerto...

Ahora sí que llora con fuerza, y yo me limito a darle contención mediante mi abrazo.

—Si lloras es porque soy buena escritora. Supongo que no me va a ir tan mal, ¿eh?

—Nunca más vuelvo a ser tu lector beta.

En este preciso momento, él es la personificación exacta del «ríe para no llorar».

Un movimiento en el umbral de la puerta llama mi atención. Mica está ahí, con su cabello ondulado recogido en un moño despreocupado, pantalones de jean y un jersey que supongo es de mi hermano.

Qué Asco El AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora