00| Un día en mis zapatos

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Domingo por la mañana

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Domingo por la mañana. Los rayos del sol se filtran a través de las cortinas entreabiertas dándome justo en la cara y el calor veraniego empieza a sentirse cada vez más en la atmósfera en esta época del año.

Me remuevo un poco en mi cama buscando una almohada para taparme la cara. Cambio de lado buscando el más frío, pero el calor es insoportable. Y sin más que hacer, abro los ojos y me quedo mirando el techo. Aquellas marcas que siempre me daban miedo de pequeña forman caras en la madera.

Relamo mis labios secos y me concentro un poco. Puedo oír voces que provienen de la sala, parecen ser las de mamá y... ¿la abuela?

¿En qué momento llegó?

Dios, que calor. Me llevo la mano a la cara, tapando mis ojos de la luz del sol. De repente un pensamiento llega a mi mente.

Sol infernal, más de lo usual, y calor... ¡Calor!

¡Último domingo antes de las vacaciones!

Sonrío y me levanto de la cama en un movimiento seco, pero por estúpida la sábana se engancha en mi pie haciendo que tropiece. Casi caigo de cara contra el suelo.

Suelto un quejido al mismo tiempo que me libero de la cálida tela, frunciendo el ceño por la molestia. Entonces me pongo de pie.

Uy, quieta.

Mi vista se nubla, un pequeño reinicio matutino. Es por eso por lo que debo quedarme quieta unos segundos hasta que se normaliza.

Parpadeo varias veces cuidando que se haya ido, y cuando ya estoy segura, salgo de mi cuarto. Lentamente empiezo a bajar las escaleras para llegar a la sala de estar. Allí veo a mamá y a la abuela desayunando.

—Hasta que despiertas —dice mamá, dejando su vaso con jugo de naranja sobre la mesita frente al sofá—. ¿Dormiste bien?

Su cabello castaño bien oscuro lo lleva suelto, y aquellas leves ondulaciones en este resaltan con la camisa blanca que trae puesta. Es obvio que despertó hace ya rato.

—¿Por qué hablamos en pasado? Seguiría dormida de no ser porque la casa parece un horno —contesto, frotándome los ojos y sonriendo.

—No seas exagerada, el clima está perfecto. Hasta hice jugo.

—Todavía no entiendo por qué vendiste el aire acondicionado.

—Mejor saluda a tu abuela —toma su vaso y le da un sorbo a la bebida.

Le lanzo una mirada de recelo a mi madre.

—Tesoro, ¿y mi saludo para cuándo? —interrumpe mi abuela con una sonrisa.

Le devuelvo el gesto y me acerco a ella. La abrazo, le doy un beso en la mejilla y me siento a su lado en el sofá.

—¿Cómo estás? No te escuché llegar.

Qué Asco El AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora