3

54 5 0
                                    

—Hey, ¿siguen vivos? —Agregó la voz cuando no respondimos.

Yo solo estaba paralizada pensando: ¿Cómo que idiotas? Así que me atreví a tomar la radio.

—Por supuesto que estamos vivos, ¿quién te crees para llamarnos idiotas? —gruñí, ofendida.
—Kayden —advirtió Rick, luego de apurarse a tomar la radio y golpearse por accidente la cabeza con el búnker—. Primera persona que nos cruzamos y lo tratas así —se quejó sobándose la zona afectada.
—Él empezó —me justifiqué—. Fue un cretino.
—Lamento mi poca discreción, no creí que fuera un secreto… Atrajeron a ustedes a todos esos muertos —se burló el chico—. Pero me alegra que sigan vivos, pensé que no la habían contado.
—¿Dónde estás? ¿Afuera? ¿Puedes vernos ahora? —preguntó Rick, preocupado, desesperado.

Yo me encontraba más bien tranquila, tratando de no pensar en todos los muertos que nos esperaban afuera. De todas formas, y como ya había dicho antes, podríamos sobrevivir allí unos días, teníamos comida y agua, aunque no armas. Y el tanque aguantaría mucho, no cedería ante el peso de los caminantes, que tarde o temprano se aburrirían de no tener comida y partirían en busca de otra presa.

—Sí, los veo. Están rodeados de muertos. Esas son las malas noticias —dijo el chico de la radio.
—¿Hay buenas noticias? —pregunté, con fingida sorpresa.
—No.

Rodé los ojos. Rick habló por el radio.

—Oye, quien quiera que seas, no me molesta decirte que estamos algo preocupados.
—Amigos, sí vieran lo que yo veo, les daría un ataque al corazón —soltó, su voz sonaba sincera.
—¿Tienes algún consejo? —preguntó mi hermano.
—Sí, intenten salir corriendo —respondió.
—Ay, debes estar bromeando, chico —negué.
—¿Eso es todo? ¿Salir corriendo? —Rick también sonó incrédulo.
—No es tan tonto como suena, soy sus ojos aquí afuera. Todavía hay uno en el tanque, pero los otros bajaron y se están comiendo al caballo que se cayó. ¿Me siguen hasta ahora?
—Sí —murmuré.
—Hasta ahora —dijo Rick.
—Ok, la calle al otro lado del tanque está menos poblada, sí avanzan ahora mientras están distraídos tienen posibilidades. ¿Tienen municiones?
—En el bolso que dejé afuera y también hay armas. ¿Crees que puedo alcanzarlo? —interrogó mi hermano.
—Olvídate del bolso, ¿qué traes contigo?
—Espera —murmuró Rick.

Tomó el arma que le robó al soldado muerto y miró el cargador, luego comenzó a revisar el cadáver.

—Tengo dos armas, dieciocho balas, un machete y —respondí yo, que no había gastado ni una sola bala, mientras observaba a mi hermano encontrar algo—... una granada.
—Yo tengo quince balas —agregó después mi hermano.
—No las desperdicien, salgan del lado derecho del tanque y avancen en esa dirección. Hay un callejón en la calle, a unos cincuentas metros. Vayan allí.

Fruncí el ceño. ¿Cómo sabía todo eso?

—¿Qué tan confiable es este tipo? —murmuré a mi hermano. Rick solo suspiró.
—Oye, ¿cómo te llamas? —dijo a la radio. Algo era algo.
—¿No me has escuchando? No les queda mucho tiempo —se quejó el chico.
—En verdad, prefiero quedarme aquí o… ¿Por qué no hacemos andar esta cosa? Es una preciosura —aporté señalando los controles del tanque.

Rick negó.

—¿Por qué no confiaríamos en él? Era más fácil ignorarnos y dejarnos a nuestra suerte aquí —explicó y tenía razón. Suspiré—. Vamos, tú mantente detrás de mí.
—Sí, papá —murmuré.

Él se dirigió hacia la compuerta y salió, lo seguí. Bajamos rápido y comenzamos a recorrer las calles, él disparaba, yo prefería usar el machete cuando se acercaban los muertos. Era más útil y divertido, aunque yo era experta en pistolas y siempre serían mis favoritas. Sin embargo, usarlas no me traían los mejores recuerdos.

Cada disparo me llevaba al frente, a los trajes militares, las ordenes de los comandantes y los gritos de los heridos. A veces, incluso los disparos que no eran hechos por mí me traían malos recuerdos.
No me paralizaban, no me bloqueaban, porque había aprendido a trabajar bajo toda esa presión. Pero tenía que convivir con esas emociones por un buen rato hasta que desaparecían, hasta que volvía al presente.

Por eso, ahora prefería no usar pistolas, ni disparar. Las armas blancas eran mis mejores aliadas allí.

Cuando estábamos llegando a la mitad de la calle, alguien apareció de la nada, sobresaltándonos. Mi hermano le apuntó con su arma y yo con el machete, casi el arranco la cabeza… Y resultó ser un humano vivo. No un caminante.

—¡Hey, soy yo! Vamos, vamos —nos gritó—. Por aquí, vamos —dijo, volviendo por el callejón por el cual apareció, lo seguimos hasta una escalera. Él trepó, yo fui en segundo lugar y por último, Rick, quien se paralizó al llegar allí—. Vamos, ¿qué estás haciendo? —le regañó el chico, quien tenía rasgos asiáticos.

Llegamos hasta una plataforma, que seguro era una salida de emergencias por incendios. Nos detuvimos a recuperar el aliento.

—Buena puntería, Clint Eastwood —murmuró el chico, mirando a mi hermano—. Y tú, parece que estabas en un parque de diversiones —dijo, mirándome.
—Sí, bueno, creo que ya les perdí el miedo —murmuré, mirando como todos los caminantes se juntaban debajo nuestro y nos observaban con sus ojos muertos.
—¿En serio? En verdad lo de ustedes fue un milagro, no sé cómo siguen con vida. Estaban rodeados, nunca había visto tantos de ellos juntos —negó—. Siguen siendo unos idiotas.

Arrugué el entrecejo.

—Escucha, —comencé diciendo, lista para soltar un bonito discurso sobre que sí nos llamaba idiotas una sola vez más…
—Soy Rick —me interrumpió mi hermano, sabiendo como reaccionaría yo—. Ella es mi hermana, Kayden. —Estiró su mano hacia el muchacho—. Gracias.
—Glenn, de nada —contestó, aceptando su mano. Luego se dirigió hasta la siguiente escalera, que llevaba a una terraza—. Lo bueno es que la caída nos matará. Siempre miro el vaso medio lleno.
—Con las ganas que tengo de morir, es un ganar-ganar para mí —solté.

Comenzamos a subir de nuevo.

—¿Tú eres el que hizo la barricada del callejón?
—Fue otra persona, supongo que la ciudad fue tomado. El que lo hizo pensó que no muchos pasarían.
—¿Por qué te arriesgaste a ayudarnos en el tanque?
—Quizá porque sea un tonto, o muy inocente al pensar que alguien haría lo mismo por mí. Supongo que soy más tonto que ustedes —dijo, metiéndose dentro de un edificio y bajando unas escaleras de emergencia.

Lo seguimos por allí, como por otras muchas escaleras más. Agradecía estar en forma por ser parte del ejército. De no haberlo hecho, hubiera caído muerta hace cinco escaleras. Íbamos de pasillo en pasillo, de edificio en edificio. Yo ya me había perdido, no tenía ni idea de cómo regresar por dónde vinimos, lo que me hacia estar muy sorprendida por la memoria de Glenn. ¿Cómo podía ubicarse tan rápido y recordar cómo ir y venir? Porque no dudaba ni un solo segundo en tomar una dirección. ¿O tenía siquiera una idea de a dónde íbamos? Tal vez estábamos corriendo sin rumbo fijo.

—Volví, tengo dos huéspedes y cuatro caminantes en el callejón —dijo a través de un walkie talkie.

Salimos a ese callejón que había nombrado. Había cuatro caminantes. Dos personas cruzaron una puerta, iban muy bien protegidas y con bates de baseball, con los que atacaron a los caminantes.

—Vamos —gritó Glenn, cruzando el callejón.
—¡Morales, vamos! —gritó un hombre, mientras nosotros corríamos detrás de Glenn hacia dentro del otro edificio.

Los dos hombres disfrazados entraron detrás nuestro y cerraron la puerta.

No tuvimos una dulce bienvenida.
Una mujer rubia nos recibió con un empujón y una pistola apuntándonos a la cabeza.

—Hijos de perra. Deberíamos matarlos —gritó, furiosa.

Tragué saliva, tensé los puños y las piernas. Miré a mi hermano. Esperé alguna señal, la que fuera, para atacar. Podría sacarle el arma en dos segundos, o podría arrinconarla con el machete en menos tiempo. Aunque de todas formas, ella no era un peligro. Su arma aún tenía el seguro puesto. Pero no se trataba de sí dispararía o no, sino sobre la forma en qué nos amenazaba.

—Cálmate, Andrea, retrocede —dijo uno de los hombres, parecía latino, debía ser Morales.
—¿Qué me calme?
—Vamos, déjalos —dijo una mujer afroamericana.
—¿Bromeas? Estamos muertos por culpa de estos idiotas.
—Andrea, dije que te calmes —repitió el hombre latino, acercándose a ella.

Rick me miró tranquilo, verificando que no hiciera nada tonto. Parecía decir «confía» con los ojos. Me obligué a apretar los dientes y bajar las manos.

—O dispárales de una vez —siguió diciendo Morales.

Bien, conté hasta tres y sí no dejaba el arma actuaría. Uno, dos…

Ella comenzó a lagrimear.

—Muertos, todos, por su culpa —se quejó, triste, bajando el arma.
—Creo que no entiendo —soltó Rick.
—Oye, vinimos a la ciudad a buscar suministros. ¿Sabes cuál es la clave de la búsqueda? Sobrevivir. ¿Y la clave para sobrevivir? Entrar sin hacer ruido —se quejó Morales, mientras nos guiaba a otra habitación, empujando a mi hermano.

Estaban haciéndome enojar. No entendía porqué Rick tenía tanta paciencia. Primero nos decían idiotas, luego nos apuntaban con un arma, y también nos empujaban.

—No puedes disparar por las calles sin razón —explicó.

Terminamos en la parte frontal del edificio. Vimos a través de las vidrieras.

—Cada caminante a kilómetros de distancia te oyó —soltó el otro hombre, era afroamericano.
—Vienen por su almuerzo —dijo Andrea.
—¿Entiendes lo que dije? —preguntó Morales.

Vimos a los muertos acumuladas frente a las puertas de vidrio. Eran montones y estaban rompiendo el vidrio bastante rápido…

Vale, ok, sí, era culpa de Rick. Pero sí no hubiese sido culpa de él, sería culpa mía. Alguno de los dos iba a tener que disparar para que pudiéramos sobrevivir. Y mi pistola con silenciador quedó en el bolso…

Como sea, entendía porqué estaban enojados. No los culpaba. Yo en su lugar ni nos hubiera ayudado. O tal vez sí. No lo sé. Solo sé que ahora los comprendía y me sentía culpable.

—¿Qué demonios hacían allí afuera? —preguntó Andrea
—Quería contactar al helicóptero —respondió mi hermano.

Eso sí me sacó de onda. ¿De qué hablaba?

—¿Cuál helicóptero? —me obligué a preguntar.
—¿No lo viste? ¿No lo oíste? —me interrogó mi hermano confuso.
—¿El helicóptero? Eso es una idiotez, no hay helicóptero —dijo T-Dog.
—Perseguías una alucinación, eso suele pasar.
—Yo lo vi —sentenció, muy seguro.
—Oye, T-Dog, intenta comunicarte. Habla con los otros —le pidió Morales a T-Dog.
—¿Con los otros? ¿El centro de refugiados? —preguntó Rick, esperanzado.
—Sí, el centro de refugiados. Nos esperan mientras cocinan galletas —contestó la otra mujer de forma sarcástica.

Bien. Entonces eran dos hombres y dos mujeres. T-Dog, Glenn, Andrea y la señora afroamericana de la cual aún no sabía el nombre. Pero, además, había más personas.

La buena noticia era que ni Rick, ni yo éramos los últimos humanos vivos de la tierra. Estaban estas cuatro personas y, al menos debía haber una más, esperándolos en algún lugar, con quien se querían comunicar.

La mala noticia era que, por la reacción de la mujer, supe que no había centro de refugiados. Los civiles estaban por su propia cuenta (yo incluida).

—No tengo señal, quizás en el techo —explicó T-Dog. En cuanto terminó de hablar, escuchamos unos disparos y todos miraron hacia arriba.
—Oh, no. ¿Ese no es Dixon? —se quejó Andrea.
—¿Qué está haciendo ese mañaco? —interrogó la mujer, preocupada, y vi como todos se dirigían hacia las escaleras.
—Vamos, vamos —dijo Glenn.

Los seguimos, subimos muchas escaleras hasta la azotea. Los disparos se oían cada vez más fuertes entre mas nos acercábamos.

—Oye, Dixon, ¿estás loco? —le gritó Morales.

El hombre con el arma respondió con una risa, lo que yo hubiera tomado como un sí. Estaba loco. Aunque yo no le hubiera hablado así a alguien con un arma... No al menos hasta que pudiera sacársela.

—Maldición —se quejó Andrea, luego de oír otro disparo.
—Oigan, tengan más respeto al hombre armado —dijo, apuntó por un momento hacia nosotros y luego mantuvo el cañón del rifle hacia arriba—. Es sentido común —siguió riéndose.
—Estás desperdiciando balas que no tenemos y los atraes hacia nosotros—le gritó T-Dog, exaltado, acercándose—. Cálmate, hermano.

Sus palabras estaban bien, aunque tal vez debería haberlo dicho en un mejor tono, porque seguía hablando con un hombre armado, que, además, parecía no estar muy cuerdo de verdad. Tal vez yo me equivocaba, o tal vez no, pero por lo general, soy buena leyendo a las personas.

Por ejemplo, Glenn se veía agradable a pesar de que nos llamó idiotas. Bien, debería olvidar ese comentario… Él era simpático y nos salvó del tanque. Pudimos habernos quedado ahí encerrados por días hasta que no hubiera más comida y al intentar salir, podríamos haber estado aún rodeados. Esa maldita ciudad estaba llena de caminantes.

Morales no se veía muy conflictivo, sino que era de los que apaciguaban el fuego. T-Dog se dejaba llevar un poco, pero parecía buena persona. Andrea era muy impulsiva y se dejaba llevar por completo por sus emociones, pero era inofensiva. La otra mujer se veía sarcástica y agradable, justo el tipo de persona que me caía bien.

Y este sujeto, Merle… Había que tener cuidado con él, se veía justo como la clase de persona que uno no quiere -ni debe- cruzarse en un mundo sin ley -justo como ahora-.

—Oye, ya tuve suficiente recibiendo ordenes de ese latino —se quejó, despectivo—. ¿Ahora tengo que recibir ordenes tuyas? Eso no va a pasar, hermano, ese día no llegara.

Bien, era xenófobo y racista, anotado.

—¿Ese día no llegará? ¿Tiene salgo para decir, hermano?
—Oye, T-Dog, olvídate, no vale la pena —le calmó Morales.
—¡No! —lo quiso parar T-Dog.
—Merle, por favor, relájate, ¿sí? —pidió Morales—. Ya tenemos muchos problemas.

Rick miró a Glenn, quien hizo una seña de que no se metiera. Yo me limité a observar y analizar sus movimientos, por sí debía sacarle el arma. El tipo sonreía, lo que en esa situación me indicaba que creía tener el poder y estaba dispuesto a todo. Alarmas de peligro deberían estar sonando en mi cabeza por eso, pero sentía que yo podía controlar la situación.

Por eso, esperé. Sabía que una pelea se iba a desarrollar en los próximos treinta segundos (algo tan típico de los hombres, en especial de la clase de hombre que era ese tal Merle).

Pero, yo no debía involucrarme aún, ni durante la batalla. Solo debía meterme cuando viera la oportunidad perfecta, porque ese hombre, Merle, era gigantesco, con brazos más gruesos que mis muslos. Sí era bueno peleando, iba a ser un conflicto complicado y yo prefería las batallas estratégicas, con un único golpe certero que acababa con el conflicto en un parpadeo.

Además, no pensaba ganarme un solo puñetazo. Los suyos debían doler como los mil demonios.

—¿Quieres saber de que día hablo? Te diré cuál es el día, señor simpático. El día en que reciba ordenes de un negro —le habló sintiéndose superior.
—Hijo de puta… —T-Dog trató de golpearlo, pero el calvo bloqueó el golpe con el cuerpo del rifle y luego le golpeó la cabeza con la culata.
—Vamos, Merle —dijo mi hermano, acercándose.
—Ya fue suficiente.
—Vamos, Dixon, basta.

Yo lo seguí por el otro lado, donde no llamaba la atención. Vi como tiró el rifle en cuanto vio que T-Dog se recuperaba del golpe, solo para golpearlo con más libertad. En cuanto percibió a mi hermano en su campo de visión, se giró y le dio un puñetazo en el rostro que lo lanzó al suelo.

Hice una mueca, porque se vio tan doloroso como imaginé que sería un golpe de ese hombre. Pero no me preocupé, Rick era fuerte, un golpe no lo mataría y él también era tan inteligente como para darse cuenta de que no debía volver a involucrarse así.

Merle pateó a T-Dog en el estomago, haciéndolo retroceder unos cuantos pasos. Luego le dio otro puñetazo y lo empujó, él perdió el equilibrio y cayó golpeando su frente contra una tubería. Terminó boca arriba en el suelo mientras Merle lo pateaba y los demás le gritaban que parara y que lo soltara. Al final, pasó a darle puñetazos a su rostro y cuando el otro hombre se le acercó, le dio un puñetazo en el estómago que pareció dejarlo sin aire. Cuando este se apartó, Merle sacó un arma del cinturón y le apuntó a T-Dog después de sacarle el seguro, aunque al final terminó por escupirle en el pecho y levantarse, utilizando su arma contra los demás.

Sus buenos golpes y su forma de usar los fusiles me hicieron preguntarme sí había estado en el ejercito al igual que yo. Recordaba haber visto enfrentamientos con movimientos idénticos en los entrenamientos mano a mano e incluso entre los reclutas cuando no se agradaban.

Pero, sí él estuvo enlistado, o no debió ser mucho tiempo, o no aprendió una lección muy importante: nunca le des la espalda al enemigo.

Nos tenía a Rick, que a penas se estaba recuperando del golpe, y a mí, que ya había agarrado el rifle desde que tocó el suelo, fuera de su campo de visión. Verifiqué que mi hermano estuviera bien antes de acercarme a él por detrás con mucho sigilo.

—Sí, muy bien. Vamos a tener una reunión, ¿les parece? —gritó—. ¿Eh? Hablaremos de quién manda. Yo voto por mí. ¿Alguien más? ¿Eh? —siguió diciendo, mientras los demás lo miraban alarmados luego de alejar a T-Dog de él—. Es hora de la democracia, A votar. ¿Eh? Todos a favor, ¿eh? Vamos, ¡voten! —dijo alzando una mano, como en prescolar—. ¿Todos a favor? —Ellos comenzaron a alzar las manos—. Sí, que bueno, sí, ahora soy el jefe. ¿Ahora soy el jefe, cierto? Sí, ¿alguien más? Mjm, ¿nadie?
—Te olvidaste de nosotros, bruto —solté y de inmediato la culata del rifle golpeó la base de su cráneo. Y una vez más, y otra vez, y otra, solo por las dudas. Siempre es mejor dar un golpe de más y quedarse seguro, antes de que el enemigo tenga el suficiente tiempo para recuperarse y te arrastre con él.

Merle cayó al suelo, muy desestabilizado. Rick se acercó y lo esposó a la cañería del lugar.

—¿Quiénes son? —se quejó, herido, adolorido, sorprendido y molesto.
—Los oficiales amigables —dijo Rick, tomando el arma que Merle había soltado y revisándola—. Escucha, Merle, ahora las cosas son diferentes. Ya no hay más negros entre nosotros, tampoco hay más estúpida basura blanca. Solo hay carne oscura y carne blanca. Nosotros y los muertos, vamos a sobrevivir juntos, no separados.
—Vete al demonio.
—Veo que sueles no comprender, Merle.
—¿Sí? Vete al demonio otra vez.

No mentiré, su terquedad me hizo sonreír. ¿Quién podría aguantar un hombre así?

—Más respeto al hombre armado, es sentido común —le amenazó Rick, apuntando con el arma a su cabeza. Esta vez sonreí por mi hermano utilizando esa frase en su contra.
—No lo harías, eres policía —negó, seguro.
—Bueno, puedo hacerlo yo. He matado a mejores personas —dije, apuntándolo con mi rifle y sacando el seguro.

Por fin me miró fijo, pero no llegó a decirme nada ya que Rick se involucró.

—Pero, ahora solo somos personas buscando a su familia. Queremos encontrar a mi esposa y a mi hijo. Y el que se meta en nuestro camino, saldrá perdiendo. Te dejaremos un momento para que lo pienses —le avisó, antes de registrarlo al completo y sacarle algo de droga de los bolsillos—. Te quedó algo de esto en la nariz.
—¿Qué harás? ¿Arrestarme? —se burló, hasta que Rick tiró su mierda del edificio—. Oye, ¿qué haces? ¡Eso es mío! Sí me suelto será mejor que reces. ¿Me escuchaste, cerdo policía? ¡¿Me escuchaste, cerdo sucio?! Y tú, pequeña idiota —dijo, mirándome esta vez, ya que mi hermano no le prestaba atención—. Los mataré.
—Mírame temblar, calvo.

Se sacudió tratando de zafarse de las esposas y me maldijo por llamarlo así.

—¿Por qué hablas tanto? Serías más bonito con la boca cerrada. Tal vez podamos cortarte la lengua —dije, inclinando mi cabeza y mirándolo pensativa—. No es nada que no haya hecho antes.

Me escupió, aunque sus gérmenes no llegaron hasta mí. Yo sonreí de nuevo.

—Sigue así y morirás aquí —le murmuré, antes de alejarme e ignorarlo.

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Lost Bullet [Daryl Dixon/Negan Smith] - The Walking DeadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora