Prólogo

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El silencio no existía en el lugar, aunque sus ocupantes se mantuvieran en silencio, sus acciones no.

El sonido rítmico de las teclas siendo presionadas creaba una melodía discordante que competía con el persistente timbre de los teléfonos llamando. Ese contraste de sonidos formaba una sinfonía caótica que llenaba el espacio.

Su vista estaba fija en la pantalla, concentrada en sus labores, hasta que el intercomunicador parpadeaba con insistencia, lanzando destellos de luz que llamaro su atención.

Con el corazón acelerado, observo con cautela al dispositivo, sintiendo el peso de las miradas de sus compañeras fijas en ella. Sabía que detrás de esa llamada se escondían palabras cargadas de deseo y riesgo. Con manos temblorosas, presionó el botón de respuesta y esperó en silencio, mientras el zumbido estático llenaba el aire, anticipando el susurro de su jefa al otro lado de la línea, pero su suposición fue equivoca.

-Manobal, a mi oficina -la voz potente y enfática de la jefa se escucho a través del dispositivo.

-Enseguida, jefa -respondió con voz temblorosa temiendo lo que su jefa quería.

Al levantar su mirada observó cómo sus compañeras mantenían la suya en ella, con una expresión de sorpresa y temor ante la voz de la jefa. Ignoró a sus compañeras, tomando su tableta se encaminó hacia la oficina de la jefa.

Con un suave golpe llamo a la puerta de cristal, donde claramente se hacía notar la dueña de la oficina, una calcomania hacia saber que el lugar pertenece a la Ceo de la empresa, la ama y dueña.

Un serio "adelante" le respondió, dándole paso, al adentrarse se encontró con la mujer sentada en su sillón tras el escritorio, sus piernas blancas como la porcelana se cruzaron dándole una vista increíble de esos muslos deliciosos.

-Cierra la puerta y asegurala -le ordenó la mujer, acatando la orden lo hizo.

Con pasos vacilantes se adentro a la oficina, la mujer cruzada de brazos siguió sus movimientos, su mirada sería cambio por completo al recorrer con su mirada el cuerpo de su asistente, la mirada lasciva fue combinada con el movimiento leve de sus labios mordiéndose entre sí.

-¿Se puede saber por qué me has estado ignorando últimamente? -antes de que pudiera hablar su jefa se adelanto, con una mirada de reproche y su tono acusando sus acciones.

-Yo...-vaciló su respuesta, no podía continuar o encontrar una excelente excusa para escapar de la situación.

-Responde -le exigió la mujer.

Bajo la mirada al sentirse cohibida por la mujer, su cuerpo se tenso al ver como la jefa se levantaba y caminaba imponente hacia ella.

-Yo estaba ocupada...tenia que...-su voz temblorosa delató su nerviosismo, le era difícil entablar una conversación con la mujer.

-No me mientas y responde mirándome a los ojos -la voz exigente la hizo temblar, pero hizo lo que se le pidió.

Al levantar la mirada se encontró con la mirada furiosa de su jefa, la mujer esperaba con impaciencia la respuesta de su asistente.

-Yo estoy muy ocupada, jefa, estoy terminando los informes y los balances de presupuesto que me pidió -habló con seguridad fingida, mirando fijamente a la Ceo, aunque su mirada temblara se mantuvo firme ante lo pequeña que se sentía al lado de la imponente mujer.

La mujer asintió con una mueca de desaprobación, sintió el miedo al conocer esa expresión, más fue su temor cuándo tuvo que retroceder cuando la mujer avanzó más hacia su cuerpo, la sonrisa que tenía su jefa le hacía saber lo que estaba por venir, quería oponerse pero sabía que era inútil.

Sintió su dedo anular derecho quemar, la argolla dorada que allí posaba le recordaba lo que tenía, lo que no quería perder. Aunque la mujer que la tenía acorralada no tuviera mucho que perder ella si.

Sus rodillas chocaron con la suavidad del terciopelo, luego sintió unas delicadas y suaves manos en su pecho, las cuales la empujaron, su cuerpo cayó sobre el sillón rebotando un poco, cerró sus ojos por inercia por la repentina acción, los abrió al sentir un peso posarse sobre su cuerpo.

Su jefa, ahora sentada sobre su regazo le sonrió con picardia, las manos recorrieron su abdomen hasta que se posaron sobre su cinturón.

-Ahora me vas a dar la atención que no me has dado -le susurro al oído con una pequeña mordida en el lóbulo de esta.

Ahora le era muy difícil que pudiera detener esto, las manos de su jefa desabrocharon su cinturón, y la bragueta del pantalón, mientras que esos labios que eran el mismo pecado se posaron sobre los suyos con urgencia y brusquedad.

Su pecado no era querer a esa mujer, su pecado fue haberla conocido.

Infiel Donde viven las historias. Descúbrelo ahora