Capítulo 6

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Los rayos dorados se filtraban entre las cortinas, cayendo directamente a mi rostro, el sol intentando despertarme suavemente de un sueño profundo.

Me giré lentamente, dandole la espalda a los rayos incómodos que calentaban mi rostro, resistiendo por un momento la urgencia de levantarme, queriendo quedarme unos segundos más en ese abrazo cálido de la manta sobre mi cuerpo.

De pronto, el dolor de cabeza era punzante, como si un tambor resonara con fuerza dentro de mi cráneo. Abrí los ojos con dificultad, la luz tenue de la habitación pareció agravar la sensación.

Mi corazón dio un vuelco al no reconocer el techo sobre mí, ni los muebles que me rodeaban. El aire tenía un aroma extraño, ligeramente dulce y atractivo. Me incorporé de golpe, pero un dolor punzante en mi cabeza me obligó a cerrar los ojos, deteniendo mi respiración por un instante.

"¿Dónde diablos estoy?"

Pensé, observé mi alrededor, las paredes grises brillando con el sol, la pulcritud y elegancia que emanaba el lugar, la suavidad de la seda sobre mi cuerpo, una sensación agradable que me trajo recuerdos.

Tomé mi cabeza entre las manos, presionando mis sienes en un intento desesperado por calmar el dolor agudo de mi cráneo. Sentí que el mundo a mi alrededor se tambaleaba, y con los ojos cerrados, las imágenes comenzaron a proyectarse en mi mente, reclamando su lugar para no quedar en el olvido.

Recorde la suavidad de su piel en mis manos, ardiendo bajo mi tacto, sus labios carmesí apoderándose de los míos con pasióny peligro, mientras su mirada afilada y felina me atrapaba desde el primer momento, sin darme oportunidad de escapar. Su cuerpo sobre el mío, moviéndose en armonía, como si supiera como doblegarme, haciéndome caer en el mismo abismo de lo prohibido, de lo incorrecto, y sin embargo no me resistí.

Estuve en el infierno sintiendo el cielo entre mis brazos. Un pacto entre el deseo y el pecado.

Una parte de mí se arrepentía, profundamente. El vínculo sagrado que compartía con alguien más ardía en mi pecho, como una marca imborrable que me recordaba la traición que había cometido. Sin embargo, otra parte -y no sabía qué tan dominante era- no sentía remordimiento. Era una parte que se negaba a lamentar lo ocurrido, una parte que deseaba, que ansiaba más de aquello que me estaba destruyendo.

Había estado luchando contra mi mente, los pensamientos que me desgarraban entre el deber y el deseo. Pero, por más que intentara, nadie podía quitarme la sensación que me invadía mientras caía al abismo. Ese vértigo, esa entrega absoluta a lo prohibido, me envolvía de una manera que me hacía olvidar, aunque fuera por un instante, todo lo demás.

Había caído, y de la manera más irrevocable y profunda. No fue una simple caída, fue un desmoronamiento completo de todo lo que era, de todo lo que creía ser. Me hundí en ella como si hubiera sido destinada a ese momento, a ese pecado. No hubo resistencia en mis acciones, solo la rendición total ante lo que sabía que nunca debí haber deseado.

Cada paso que me llevó hacia ese abismo fue deliberado, consciente, pero al mismo tiempo inevitable. Y, mientras lo hacía, una parte de mí lo disfrutaba, con una intensidad que jamás admitiría en voz alta. Porque lo prohibido, lo incorrecto... nunca había sido tan tentador.

Nunca me había sentido tan viva.

Pero, una parte de mi sabía que ese momento no volvería a repetirse, solo había sido cosa de una noche, porque aquella mujer y su cuerpo pecador se desvanecía como el viento, y no volvería a verla.

Al abrir los ojos de nuevo, noté una hoja sobre la mesa a mi lado. La tomé con manos ansiosas, y lo primero que capturó mi atención fue la marca de unos labios en el papel, impresos con un labial rojo intenso, como una firma silenciosa pero llena de intención. El color, tan familiar, me hizo sentir un escalofrío recorriendo mi espalda.

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