Capítulo 7

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La mujer no apartó su mirada de mí, sentía mis manos temblorosas sudando. Ella tomó la taza sobre el escritorio, llevándola a sus labios carmesí, disfrutando del café con un movimiento que me hizo perderme en la escena, todo en cámara lenta.

-Claro, señorita, estoy lista para el trabajo, no la decepcionaré -dije, haciendo una reverencia para asegurar mis palabras.

Su mirada se oscureció, obligándome a contener un suspiro que venía de lo profundo de mi pecho. Sus ojos parecían ocultar planes oscuros que probablemente me involucraban.

Contuve la respiración al verla levantarse, ella rodeó su escritorio y caminó hacia mí. Tragando saliva, miré al suelo y respiré hondo en un intento de controlar los temblores de mi cuerpo.

Esa castaña, sin entender por qué, despertaba mis nervios. Su presencia dominante era como si una diosa estuviera controlándome.

Nuestros ojos se encontraron al otro lado de la habitación. Los suyos, un profundo océano oscuro, me atraparon como un imán. Su sonrisa, sutil y casi imperceptible, fue suficiente para hacer que mi corazón latiera con fuerza. En ese instante, el tiempo se detuvo y el mundo se redujo a ella.

La tensión en el aire se volvió palpable mientras ella se acercaba, cada paso resonando en mi pecho. Su mirada penetrante parecía desnudara mis pensamientos más íntimos, como si pudiera leer mis miedos y deseos.

-¿Y con quien tengo el gusto? -preguntó con una voz suave pero firme, cada palabra como una melodía sensual.

-Lalisa Manobal, señorita -hice nuevamente una reverencia, sintiéndola más cerca.

Al levantar la mirada, pude ver con mayor claridad aquel iris café y su pupila oscura como la noche dilatada.

Mi mente se debatía entre el recuerdo de la noche anterior y la realidad presente. La corriente eléctrica que había sentido en su compañía aún vibraba en mí. Sus caricias, su respiración entrecortada y esos gemidos que resonaban como música en mi memoria.

-Nuevamente, es un gusto, señora Manobal -su voz suave me trajo de vuelta, extendiendo su mano hacia mí.

Sin pensarlo, estreché mi mano con la suya, un contacto fugaz pero electrizante. Ella se enderezó, volviendo a su escritorio con una elegancia que dejaba sin aliento.

-Señor Lee, puede retirarse -dijo con firmeza, su tono dejando claro que no había lugar para objeciones.

El hombre me miró, confundido, y luego a ella, antes de dejar sobre el escritorio una carpeta y salir apresuradamente. La puerta se cerró tras él, dejándome a solas con Jennie.

-Tome asiento, señora Manobal -me indicó con un gesto.

Me senté con torpeza, sintiendo el peso de su mirada sobre mí mientras tomaba la carpeta que había dejado Lee. La observé mientras hojeaba los documentos, su expresión impasible, pero sabía que había más en juego.

Cada segundo se sentía eterno. El silencio entre nosotros era denso, cargado de una tensión que se hacía difícil ignorar.

Finalmente, Jennie levantó la vista de la carpeta, sus ojos oscuros fijos en los míos.

-Usted está más que calificada para este puesto -dijo Jennie, con su mirada fija en mi.

Rei nerviosa, asintiendo, ella continuó leyendo con calma.

-No tengo nada que decir señora Manobal, usted es más que perfecta para este puesto, me será de gran ayuda.

-Gracias señorita.

-Espero que las expectativas que tengo sobre usted no se desvanescan con el tiempo -sonrió, esa sonrisa que llevo grabada en mi ser desde hace mucho tiempo.

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