Capítulo IV

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Capítulo IV.

¥ ISABELLA ¥


Escucho a lo lejos que alguien me llama pero no puedo ver su rostro tampoco identifico su voz. Empiezo a desconectarme del sueño y empiezo a reaccionar y a abrir mis ojos con lentitud. Siento una sensación extraña. Alguien me observa. Mi mente me traiciona y me remonta a hace catorce años, cuando cumplí dieciséis años en este lugar y esos tipos irrumpieron mi habitación y...

Despierto de golpe, mi corazón empieza a latir fuertemente. Siento que va a salir de mi pecho. Me siento... asustada, como nunca. Mis ojos enfocan bien al sujeto frente a mí: es Santos Torrealba. No son esos tipos ni yo soy la misma adolescente de dieciséis años. Por inercia, llevo mis manos a mis pechos para agarrar bien la pequeña toalla que cubre la desnudez de mi cuerpo y con la otra mano hago el ademán de cubrirme las piernas. Intento dar un grito, presa del nerviosismo pues mi cuerpo aún está estancado en el pasado, pero él más rápido y me cubre la boca.

Cuando lo hace, él se sienta en mi cama. Me tapa la boca con su mano, y termino con mi espalda apoyada en su pecho, con las piernas flexionadas en el colchón. Le escucho decirme.

- Calma. No grite. No estoy aquí para hacerle daño. Solo me enviaron a ver qué pasaba con usted. Le estamos esperando para cenar. Topé varias veces y pensé que pudo haberle pasado algo.

Mi respiración se apacigua. Siento sus fuertes brazos rozar mis senos cubiertos por la tela de la toalla. Cuando, por fin, logro calmarme. Sus manos dejan mi boca lentamente y sus brazos rozan mi piel desnuda en el momento que trata de alejarse de mí. Me sorprendo con lo que estoy experimentando. Normalmente cuando tengo esos recuerdos involuntarios no puedo tener contacto físico con nadie. Pero, me es imposible no sentir esta conexión con este hombre. Su cercanía no me da miedo, mucho menos asco. Es como si mi cuerpo y su cuerpo se llamaran sin palabras. Nuestras miradas se quedan fijas en el otro. Nuestros rostros se acercan con lentitud hasta que recobro mi realidad y corto la conexión preguntándole...

- ¿Qué hora es? - Le pregunto con un poco de nerviosismo pues no he llamado a mi hermano para la llamada de control.
- Eh, un poco más de las ocho.
- Mierda, me quedé dormida.

Como si fuera otra persona, ya recompuesta por los recuerdos involuntarios de mi pasado doloroso. Hago como que si su presencia no me afectará.

Carraspeo. Al tratar de alejarme de su cuerpo y pararme de la cama, se me baja un poco la toalla.

- Lo siento. Eh, bueno. No es algo que no hayas visto ya. Bueno, hagamos como que no viste nada y como que yo no vi lo que ocultas debajo de los pantalones. Ahora, voy a cambiarme para acompañarlos en la mesa.
- Claro. Me. Me voy. - Responde con un nerviosismo que me sorprende muchísimo.

Detrás de la puerta escuchamos las voces de Natividad y Maria Teresa.

- No vas a poder salir sin que te vean. Ni modo me tendré que cambiar contigo aquí. Voltéate, por favor.
- ¿De verdad? No es algo que no haya visto ya.
- Muy gracioso. Ahora date la vuelta, ¡ahora Santos!

Él se da la vuelta y queda mirando fijamente la puerta, mientras yo me entretengo buscando una tanga, mi brassier y un vestido corto negro y una tela fina color verde que cubre el vestido . Pero, antes de empezarme a cambiar, envío un mensaje en códigos para mi hermano Vladimir, para que sepa que estoy bien y que lo llamaré en cuanto regrese de la dichosa cena.

Veo que Santos intenta darse la vuelta. Según él, ya era tiempo considerable para voltearse.

- Ey, aún no. Sólo llevo ropa interior. Y, creo pensar que a mi adorada primita no le gustará saber que estabas aquí conmigo, desnuda.
- ¿Por qué lo dices?
- Dice ella que soy una perra y pues como buena perra, tengo un buen olfato.
- Parece que ustedes no se llevan bien. Pues, ella tampoco ha hablado bien de ti.
- Como te dije temprano, nunca me ha importado lo que digan de mí...y no me has respondido.
- Y no pienso hacerlo. No voy a negarlo, ni tampoco confirmarlo. Yo sólo vivo el ahora y ahora estoy aquí.

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