D. José salió del dormitorio acompañado de su señora madre. Iba muy orgulloso de haber desflorado a su nueva esposa. Bajaron al comedor y se sentaron en una gran mesa rectangular, en la cabecera se sentó D. José, ya que ese era el puesto reservado al patriarca de la familia, justo a su derecha se sentaba su madre Doña Carmen, que en realidad era la que mandaba sobre todo, pero como era mujer no podía tener nada a su nombre y quien manejaba los dineros era su hijo.
¿Ella no bajará a cenar? Preguntó el esposo haciendo referencia a Julia.
Hoy no creo que tenga hambre, replicó su madre muy seria.
Semejante comentario no pudo por más que sacar una leve mueca de satisfacción en su prepotente hijo.
Al instante aparecieron dos jóvenes, los mellizos Carlos y Marta, de 16 años de edad. Carlos es delgado, tirando a fibroso, pelo corto rubio, al igual que su difunta madre, la primera mujer de D. Jose que falleció hace ya muchos años de unas fiebres. Suele vestir de traje sin americana, solo con el chaleco, para mayor disgusto de su abuela. Marta es morena y tiene una larga melena que se esmera en cuidar. Tiene unos ojos verdes preciosos y está en plena pubertad, sus senos aunque aún pequeños empiezan a destacar por debajo de las blusas que le obliga a poner la abuela y que tan poco le gustan. Le encantaría poner un pantalón para destacar su hermoso trasero, pero viste siempre como una verdadera "señorita" con falda larga.
Ambos son unos jóvenes díscolos y alocados, conocedores del inmenso poder de su familia en la zona, por lo que acostumbran a actuar de manera imprudente sin importarle las consecuencias para los demás.
Nada más llegar se sientan, Marta al lado de su abuela y su hermano enfrente de ella. Aun no bien se han colocado la servilleta cuando Doña Carmen exclama:
Querida nieta ¿se puede saber qué hacías esta tarde rondando al nuevo jornalero de la vendimia?
Le estaba dando la bienvenida a nuestra finca, replicó la niña con altivez.
Doña Carmen miró a su hijo y éste en seguida comprendió el significado de aquella mirada.
Después de cenar pasa por mi despacho Marta, dijo muy solemne D. José, su padre
¡Pero padre!
Pero nada, atajó inmediatamente Doña Carmen, dejando ver quien marcaba la autoridad en esa casa.
Marta agachó la cabeza resignada mientras su mellizo le daba patadas por debajo de la mesa.
Acto seguido Doña Carmen tocó la campanilla y por la puerta apareció María, el ama de llaves.
Ya puede servir la cena María
¿La nueva señora no cenará Doña Carmen?
No María, hoy seremos nosotros cuatro
¿nueva señora? Se preguntaron al unísono Carlos y Marta
Si hijos míos, quería esperar a mañana para decíroslo pero ya que estamos, hoy me he casado de nuevo, a partir de mañana conoceréis a vuestra nueva madre, dijo el páter familias
Ambos muchachos se quedaron en silencio
No se atrevieron a decirlo pero a ninguno de los dos les gustaba la idea.
La cena transcurrió en silencio, al terminar Don José le recordó a su hija que debía ir al despacho.
Marta, seguida de su abuela caminó resignada hacia el lugar donde sabía que iba a ser castigada.
Mientras el padre cogía una ancha correa de cuero que llevaba en la familia desde que D. Jose era pequeño y su padre la utilizaba en sus posaderas, la abuela ponía a la joven doblada sobre la gran mesa de despacho de roble que presidía el despacho de su hijo y que, en su momento había sido de su difunto esposo. A continuación le levantó la falda, estirándola a lo largo de la espalda de la joven y le bajó las bragas. Como si de un ritual se tratara se colocó un dedal en el dedo índice y otro en el pulgar de la mano derecha y clavó los dedos en el cuello de la muchacha por debajo de las orejas. La presión de esos dedos provocaba un dolor insoportable e impedía que se moviera.
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La Familia Terrateniente
General FictionUna joven de origen humilde entra a formar parte de una familia terrateniente con unas normas muy marcadas