Parte 9 Don Gabriel, el cura del pueblo

186 4 4
                                    

Al día siguiente, durante el desayuno, Doña Carmen anunció a toda la familia que había siso la seleccionada por D. Gabriel, así que después de desayunar se marcharía y no volvería hasta la semana siguiente.

Julia no entendía nada y preguntó ¿eso que significa?

Mira hija mía, comenzó pausadamente su suegra, ese es el más alto honor que te puede hacer el sacerdote de nuestra parroquia, pues, entre todas las mujeres de bien, el escoge a una para que esa semana deje de lado sus comodidades y se convierta en la criada de Nuestro Señor Jesús, encarnado en este caso por su representación en nuestra tierra D. Gabriel. Durante una semana viviré en su casa y le atenderé en todas sus necesidades.

Al instante Julia recordó como eran las confesiones de D. Gabriel y la idea le pareció aterradora... Pero, al igual que el resto de la familia, se sintió aliviada de que Doña Carmen estuviera fuera unos días...

Después del desayuno, ayudada por el ama de llaves, la matriarca preparó su maleta, dentro, doblado con sumo cuidado, introdujo un uniforme de doncella con cofia y todo, que guardaba para estas semanas. Una vez hecha la maleta le pidió a su hijo que la llevara a la casa del cura, un caserón de piedra pegado a un lateral de la iglesia románica del pueblo.

Nada mas llegar, Don José le cogió la maleta y la llevó hasta la puerta de la casa donde la dejó apoyada en el suelo. Por orden de su madre el debía llegar hasta ahí y después marcharse.

Una vez que su hijo se hubo marchado con el coche Doña Carmen llamó a la puerta golpeando la formidable aldaba de bronce con forma de caballo que presidia el centro de la misma

TOC, TOC, TOC

¡Hombre Carmen, por fin, ya pensé que no vendrías! D. Gabriel la saludó desprendiéndola del Doña para quitarle todo el rango o abolengo...

Discúlpeme D. Gabriel, mi hijo no ha podido venir antes y yo...

Esta bien, esta bien... cámbiate y ven a la cocina

Si señor, y cargando con la pesada maleta se dirigió a su cuarto, una celda austera, muy parecida a la que se estilan en los conventos de monjas y donde ella ya había estado otras veces... Todo lo rápido que pudo abrió la maleta, sacó el uniforme y comenzó a desnudarse. Se enfundó el uniforme negro con puntillas blancas que llevaba a juego un mandilón también negro con puntillas y una cofia totalmente blanca.

Rauda se dirigió a la cocina donde le esperaba el sacerdote quien, nada mas verla, mostro una sonrisa maliciosa, el hecho de tener a las mujeres mas poderosas de la zona sirviéndole era algo que disfrutaba. ¡Veamos, vamos a inspeccionar! ¡Acércate! En ese instante por la cabeza de la señora sólo pasaban las imágenes de María, su ama de llaves, y como se debía sentir ante aquellas ordenes directas, secas y frías...

Nada mas estar a su lado el viejo sacerdote le levantó la falda del uniforme y observó que llevaba bragas ¡Glups, en ese instante Doña Carmen se dio cuenta de su error! La semana que ejercía de doncella no podía llevar ropa interior para estar siempre disponible para D. Gabriel.

¡Empezamos bien Carmen, vaya, vaya! ¡Quítate las bragas!

La mujer metió sus manos por debajo de la falda del uniforme y, tras meter los dedos por dentro del elástico de las bragas tiró de la prenda intima hacia abajo haciendo que esta se deslizase lentamente por sus piernas hasta llegar a los tobillos, en ese momento levantó una pierna y se sacó una pernera de las bragas y luego repitió el gesto con la otra pierna hasta lograr quitárselas por completo.

¡Dámelas!

La mujer obedeció al cura estirando sus brazos y ofreciéndole la prenda.

El cogió la prenda y la arrugó apretándola dentro de su puño ¡abre la boca! Ordenó

La Familia TerratenienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora