φ Prefacio φ

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Los sueños deben ser escuchados y aceptados, porque muchos de ellos se hacen realidad.—Paracelso.

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Muchos creerían que en el mundo divino las cosas suelen ser más sencillas. Pero no es así. Hay que dejar bien en claro que todo necesita estar en equilibrio. Y ese equilibrio es fácil de romper.

Desde hace millones de años, el bien y el mal han estado en constante lucha, pero nunca alguno ha llevado la ventaja... Hasta ahora.

Para mantener el equilibrio se deben seguir unas sencillas reglas, nada difíciles y muy fáciles de recordar: Ángeles y Demonios peleando en una batalla interminable. Nada de prisioneros y nada de meter a los seres mortales dentro de la batalla. Y eso sí, queda rotundamente prohibido que un Ángel o Demonio se enamore de un mortal. Quien así lo haga, será castigado con la máxima pena: La muerte digna.

Pero nunca nadie advirtió que un Ángel y un Demonio llegaran a enamorarse.

Se podía apreciar un atardecer hermoso, los tonos de naranja bajaban hasta tocar el horizonte. Parecía una tarde tranquila. Demasiada tranquila a como acostumbraba estar Jericó, el terreno que rodeaba el Paraíso, y el principal campo de batalla entre los dos ejércitos.

Se pudieron distinguir dos siluetas volando sobre el horizonte. Aunque no había nadie más, parecían tener prisa. Sus figuras estaban delineadas delicadamente por los rayos de sol.

Uno de ellos, volando arriba del otro, era delgado y su cuerpo trazado por un traje completamente negro y rasgado en algunas partes. Su cabello del mismo tono revoloteaba entre sus cuernos, además de contar con alas de demonio, una delgada cola negra y su rostro adornado por unos preciosos ojos azules. Su nombre era Nadir.

Debajo de él volaba el otro ser, el sol delineando una silueta de mujer, pero en lugar de las alas características de los demonios, tenía tres pares de alas; dos pares en su espalda y un par más en sus talones; adornadas por blancas plumas. Su cuerpo estaba cubierto por un vestido blanco con la mitad de la tela faltante y manchado con restos de sangre. Su cabello castaño despeinado a causa del viento, y más aún, poseía los ojos de un divino ángel: un miel celestial.

Ambos volaban a gran velocidad. El Demonio de vez en cuando miraba hacia atrás y el Ángel no pudo evitar sentirse desesperada por su comportamiento.

—Deja de preocuparte tanto —le comentó volviendo la vista al frente.

—No estoy preocupado —le contestó el Demonio—. Solo me aseguro de que no nos sigan.

—¿Y quién podría estarlos siguiendo? —se escuchó la voz de otra mujer delante de ellos.

El Ángel y el Demonio se detuvieron mientras la veían. Otro ángel estaba parada frente a ellos con los brazos cruzados y ocultando una sonrisa, como si poseyera todos los secretos del mundo.

—¿Qué haces aquí? —preguntó el Ángel, enarcando una ceja desconfiada.

Pero la mujer solo respondió girando los ojos y poniendo una de sus manos sobre su cadera.

—Llevó mucho tiempo siguiéndolos y no se dieron cuenta. Por cierto, Luna, ¿qué es lo que estás haciendo aquí, con él?

Dicho eso, el ángel señaló al Demonio, mirándolo divertida ante la incomodidad que les provocaba su presencia.

Luna sabía que no tenía la capacidad de mentir, pero al menos creyó tener más tiempo para crear una excusa a toda esta situación antes de decir la verdad.

—Él...

La manera en la que Luna se comportaba era extraña, por lo que la otra mujer alzó una ceja antes de mirar al Demonio.

Guerra de Ángeles vs. Demonios: La Leyenda Del Ángel [BORRADOR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora