Cuando Martin empezó el instituto, Álvaro y Juanjo ya eran inseparables. Él también tenía una amiga así, Lina, cuya forma de ser era muy similar a la de él mismo. Eran niños tranquilos y obedientes, para nada escandalosos, a diferencia de Álvaro y su amigo.
No era raro que se los cruzase por los pasillos durante los días lectivos y, como siempre, el amigo de su hermano le dedicaba sonrisas gigantes y saludos efusivos cada vez. Sabía que no era nada fuera de lo normal en él, que Juanjo era así de amable y cariñoso con todo el mundo, pero no podía evitar sentirse un poco especial ante la atención del mayor.
Álvaro y Juanjo pasaban los días juntos, ya fuera en clase, en los entrenamientos de fútbol, por ahí con otros niños del instituto, en la casa del zaragozano o en la suya propia, y se encargaban de incluir al pequeño la mayoría de veces que se encontraban en su casa.
No es que tuviera muchos amigos, a excepción de Lina, y ciertamente le estrujaba el corazón que chicos más mayores y guays lo quisieran en sus planes. Aunque probablemente, tal y como descubrió más tarde, Álvaro estuviese bastante influenciado por la petición de sus padres.
Adoptaron a Juanjo como uno más de la familia, siempre invitado a los mejores planes y las cenas importantes. Probablemente Rebeca y Rafa disfrutaban cuidando a un niño tan sumamente agradecido al que no le importaba si le invitaban a ver una actuación de ballet de Martin, a ver al rey o a dar un paseo por el retiro. Él siempre tenía una sonrisa en la cara, con sus grandes mofletes sonrosados y sus ojos achinándose de felicidad.
Entre los planes en los que Juanjo estaba incluido, se convirtió en tradición ver una película todos juntos y que el niño se quedase en la casa de los Urrutia los viernes por la noche, tras el entrenamiento del equipo de fútbol del barrio.
Y Martin disfrutaba esas noches más de lo que estaba dispuesto a admitir. Había algo reconfortante en la presencia de Juanjo en su hogar, algo que hacía que el ambiente se sintiera más cálido y completo. A veces, mientras miraban una película, Martin observaba a Juanjo de reojo, notando cómo su sonrisa iluminaba la habitación. Sentía un extraño cosquilleo en el estómago, una mezcla de admiración y algo más profundo que no supo cómo definir hasta mucho más tarde.
Con el tiempo, esas noches de película se convirtieron en una especie de ritual para Martin. Esperaba con ansias los viernes, no solo por la diversión de las películas y la compañía de su hermano y su amigo, sino por la oportunidad de estar cerca de Juanjo. Incluso los pequeños gestos, como cuando el mayor le pasaba un bol de palomitas o le sonreía al hacer una broma, se sentían especiales. Martin no podía evitar sonreír cada vez que Juanjo le prestaba atención.
*
En su último año de la ESO, Juanjo había crecido. Mucho. Era más alto, más adulto, más imponente y, para desgracia de Martin, mucho más guapo.
Era todo lo que un chico de trece años como Martin querría ser: carismático, educado, guapo, inteligente e incluso cantaba bien. Era perfecto.
Sabía que esto también podía ser resultado de las infinitas expectativas que los padres del chico ponían sobre él. Y no es que Martin fuera un acosador que conocía cada detalle de la vida de Juanjo, es que no hacía mucho que el mayor se había derrumbado en su salón, sollozando en el hombro de Álvaro por el miedo que sentía a no ser suficiente a partir del año siguiente y no llegar a la altísima nota de corte de la carrera que sus padres tenían planeada para él.
Juanjo era perfecto pero siempre se esforzaba por serlo aún más.
Y Martin, en su admiración silenciosa, no podía evitar compararse con él. Él mismo era bastante aplicado en sus estudios y muy talentoso en el ballet, pero la sombra de Juanjo parecía envolverlo, haciéndole sentir que siempre estaba un paso detrás. A veces, en las noches más solitarias, se encontraba pensando en lo que sería recibir la misma cantidad de aprobación y admiración que Juanjo. Era un pensamiento muy recurrente, casi obsesivo.
ESTÁS LEYENDO
Make it to me. Juantin
RomanceObsesión: perturbación anímica producida por una idea fija. Martin no recuerda el momento en el que empezó su pequeña (no) obsesión con el mejor amigo de su hermano.