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Finnick Odair.

Las fiestas en el Capitolio son una locura. Una locura llena de comida, alcohol, drogas y sexo por doquier. Las luces de neon me chocan en los ojos, evito mirarlas para no marearme y el nivel de la música amenaza con reventarme los oídos en cualquier momento.

Ni siquiera porque es época de los Juegos y debo preparar a mis tributos me dejan en paz. No lo harán, mis servicios siempre son requeridos.

—Pero miren quien está aquí—canturrea una mujer de pelo plateado y cuerpo tan exageradamente esbelto que debe tener mínimo unas 20 cirugías encima. Camina en mí dirección—El Chico Dorado.

Sonrió de esa forma seductora que he aprendido a lo largo de años y que tiene un efecto inmediato entre la población femenina... y parte de la masculina.

Que empiece la maldita actuación.

—Que gusto verte, Finnick—me saluda con una sonrisa bobalicona y me planta un beso en los labios, uno que no llego a corresponderle del todo. Al separarnos tiene el deseo escrito en los ojos, ojos verdes que no son naturales, sino una copia de los míos.

Algunas veces aún me sorprende hasta donde puede llegar la obsesión y el fanatismo enfermizo.

—El gusto es todo mío, Crystal—le respondo con una gran mentira en el tono seductor que sé que la vuelve loca. Internamente ese tonito fingido me parece ridículo pero a ellos les gusta. Y si algo me han enseñado los años es que debo hacer lo que a ellos les guste.

Suspira y se prende de mí brazo. Nos movemos por la fiesta y soy consciente de las miradas que recibo, las tomo con naturalidad, ya estoy acostumbrado. Sonrió, hago chistes, doy cumplidos, coqueteo con unas cuantas personas, bebo y como alguno que otro bocadillo. Cuando gané los Juegos, tenía la esperanza de que las pesadillas solo se mantuvieran en el terreno de mí subconsciente, en los sueños, pero luego llegué al Capitolio y Snow me presentó la pesadilla real. La gente me miraba, la gente hablaba, la gente me quería. Y el presidente debía complacer a su pueblo, como él mismo me lo dijo en una ocasión.

Y ahora, soy su juguete.

Crystal Monroe es una de las científicas del Capitolio, trabaja en el área de inteligencia de todo lo referente a tecnología biológica, aunque no conozco las especificidades de su oficio se que ha sido la responsable de la creación de unos cuantos mutos para los Juegos del Hambre y, de hecho, hace unos años ella también fue Vigilante.

—¡Oh, Finnick, amigo mío!—grita Jason Crow, otro de los Vigilantes y asistente de Seneca Crane palmea que mí espalda con estusiasmo. No somos amigos en absoluto, pero a todos aquí les gusta fingir que si. Todo un circo.

—Jason—asiento con una sonrisa en su dirección—¿Cómo has estado?—pregunto amablemente cuando la verdad es que no podría importarme menos.

—No mejor que tú, por lo que veo—levanta su copa señalandonos a Crystal y a mí—, supongo que te aburrias mucho en el Cuatro.

¿Aburrirme? No hay cosa que quisiera más que estar en mí distrito, en el mar, lejos de toda esta gente, lejos de Snow.

—Bueno, no podía perderme tan agradable reunión—comento de vuelta.

Hay varias pantallas por todo el salón, transmitiendo ya sea escenas de Juegos del Hambre pasados o a los Tributos de este año. Mí vista se queda pegada por un momento en donde se reproducen los Juegos de Annie. El terremoto, la presa rompiéndose, ella nadando para salvar su vida y el grito desgarrador al ver a su compañero decapitado, para luego ser anunciada como la vencedora de los septuagesimos Juegos del Hambre. Annie, mí dulce Annie, haría cualquier cosa por mantenerla a salvo, a ella y a Mags, son mí familia y las quiero lejos de las garras de Snow.

My Angel From The Sky (Finnick Odair, Octavia Blake)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora