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Confusión

El frío cubría el reino y quemaba a aquellos que no podían cubrirse de el gélido clima. En la riqueza del estado y en su momento más estable eran pocos los que no gozaban de la calidez de la leña en sus moradas, también existían aquellos que calentaban sus espíritus con algo más que leña seca...

En el jubiló que se vivía en el castillo del Rey Leopold habían dos amantes jugando a las hurtadillas y un príncipe que estaba empecinado en ganarse el tesoro más importante de aquel Reino el corazón de la reina Regina.

—¿David por qué estás haciendo esto?— comenzaba la lucha de conciencia de la joven monarca.

—Yo no puedo sacarte de mi cabeza— el príncipe se dedicaba a acariciar el rostro de la mujer al frente de el— desde el momento en que te ví te metiste dentro de mis venas, me infectaste de ti.

La duda se hizo presente en el rostro de la morena ella de verdad ansiaba que las palabras que el le profesaban fuesen ciertas, pero la vida la había mal logrado lo suficiente para dudar de todo y todos.

—Vivo cada día preocupado por si usted está bien, por si sus ojos se han colmado de nuevo con lágrimas— los ojos color cielo se penetraban en los cafés cómo una daga con un peligroso alcance — Ahora dígame ¿Usted por qué me ha besado? Yo estaba dispuesto a sostener mis sentimientos cómo un juramento y no accionar más de lo debido.

Se mantuvo en silencio y medito las palabras con las que le respondería —Yo no tengo ninguna explicación razonable, con usted me siento con una confianza que no pensé que le tendría a nadie nunca más — se libro de su agarre y se alejó de el cubículo dónde se encontraba buscando el aire que sentía le empezaba a faltar.

El la siguió dándole la espalda sintiendo cómo todo el pudor y la vergüenza se apoderaba de su cuerpo ella puso su cabello para un costado y lo empezó a ennudar y desenredar por el nerviosismo y fue ahí cuando el logró ver un ematoma de color violeta con tonos verdes que en la tercia y clara piel se empezaba a tratar de disipar.

—¿Él le hizo eso verdad?— frunció el ceño y cuando se dió cuenta hizo que su cabello cubriera la parte posterior de su cuello —El día de mi cumpleaños ví como la trataba, es un bastardo lo mataré con mis propias manos.

Ella se giro haciendo contacto visual con el y haciendo un ademán con sus propias manos —Usted no va hacer una estupidez cómo esa, lo colgarán por traición.

—Y esto — señala con su índice su cuello —Yo puedo manejarlo no necesito que usted príncipe venga en su blanco corsel a rescatarme— se cruzó de brazos.

—El muy desgraciado presume de ser un hombre honorable y golpea a su propia esposa— sus ojos azules se nublan de una ira que carcome cada espacio de su piel el simple hecho de pensar como alguien era capaz de mancillar a aquella mujer despertaba un instinto que jamás había experimentado.

Una jóven y encantadora manzana Donde viven las historias. Descúbrelo ahora